COMENTARIO: Hay quienes siguen empeñados en asimilar el laicismo con lo antirreligioso o calificarlo de excluyente y ahora nos salen con otro nuevo laicismo, como si hubiese más de uno, el laicismo inteligente. Un epíteto con el que se pretende justificar el confesionalismo más o menos encubierto de muchos dirigentes del PSOE. Nada hay más excluyente que mantener la religión en la escuela, como aumentar los privilegios económicos o las exenciones fiscales de la iglesia católica, como mantener una simbología católica en la administración,… esta es la exclusión practicada por estos defensores del que ellos llaman laicismo «inteligente e inclusivo». Una actitud que responde más a intereses electoralistas y el miedo a la pérdida de voto católico, que a una verdadera reflexión sobre el carácter integrador y respetuoso con la libertad de conciencia, sean creencias o convicciones de cualquier tipo, que representa el laicismo y la neta separación entre lo político, que es el interés general, y lo religioso o ideológico, que es asunto de cada cual.
El Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata, gobernado por el PSOE, acaba de nombrar alcaldesa perpetua a la Virgen de las Angustias, patrona de la localidad extremeña. El celo religioso del equipo municipal choca con las declaraciones anticlericales de viejo cuño de algunos líderes socialistas, atenazados por atavismos históricos. Entre ambas posiciones hay un espacio muy amplio y un debate por resolver. De manera paralela a la larga coyuntura electoral, la Fundación Pablo Iglesias ha abierto un diálogo interno sobre el papel de la religión en la sociedad moderna y el discurso que debe tener el partido en su acción política. En verano protagonizaron un foro de análisis sobre ‘Estado, política y religión’ y desde hace un tiempo realizan un curso sobre Teoría política del socialismo en el siglo XXI, en el que acaba de participar Ramón Jáuregui con una ponencia sobre laicismo. Una especie de ejercicios espirituales, de acumulación de pensamiento, en tiempos de zozobra.
El exministro de Presidencia en la última etapa del Gobierno de Rodríguez Zapatero, encargado de las relaciones Iglesia-Estado, defendió un laicismo inteligente y abogó por avanzar en una política sobre las religiones, en tanto que tienen una dimensión pública que no habría que despreciar. Aunque la sociedad española se ha secularizado en mayor medida, la religión mantiene un potencial –lo ha reactivado el Papa Francisco– y, contra todo pronóstico, «la religión ha entrado como un torpedo en la política». Además, un sector importante de los votantes del PSOE se reclaman del cristianismo. «El Estado es, debe ser, laico, la sociedad no», señala Jáuregui, antes de abogar por un Estado laico incluyente, pero con límites.
El PSOE tiene que acertar en su renovación ideológica, lo que incluye su posición ante las religiones, y aprender de las citas electorales. En el caso de Euskadi, la pérdida de apoyos del PSE es alarmante. El retroceso tiene muchas causas, pero algunos sociólogos creen que una de ellas es el hecho de que los socialistas vascos –también le ha pasado al PP– se han impermeabilizado ante los nuevos movimientos, seguramente por la necesidad de blindarse frente al zarpazo terrorista. Ese vacío lo ha aprovechado Podemos para incubar una oferta que ocupara su espacio. Además, el lehendakari Urkullu, que se declara socialcristiano, ha impulsado una política de acción social muy potente, y ha quitado banderas por ese flanco al socialismo y a la izquierda en general.
«El laicismo del PSOE no es ateismo de partido», señala Jáuregui. «El socialismo no combate a la religión católica como no combate a ninguna otra», evoca sobre una cita que se atribuye a Pablo Iglesias, recogida en un editorial de ‘El Socialista’ en octubre de 1899. «El marxismo es ateo, el laicismo del PSOE no lo es», insiste el europarlamentario vasco para defender una concepción abierta y tolerante del hecho religioso. El político de Vitoria, que no es creyente ni tiene fe –pero ha tendido puentes entre el PSOE y los cristianos–, también invoca a Fernando de los Ríos, ministro de Justicia y de Instrucción Pública, carteras cruciales para aplicar la política laica durante la II República. «Su laicismo es de reconocimiento, no de eliminación. De los Ríos reconoce la valía moral y social de lo espiritual», destaca en su mirada histórica.
Jáuregui, que atesora una amplia experiencia política, se detiene en el cambio de paradigma que supone el nuevo concepto de laicismo para la convivencia y la diversidad. «El siglo XXI nos ha deparado muchas sorpresas. Cuando la secularización y la democratización de las sociedades europeas parecían despolitizar la religión para situarla definitivamente en el espacio privado, nos hemos topado, de la mano de la globalización, con una nueva repolitización de la religión que, de un lado, ha puesto de actualidad la agenda laica y, de otro, llama a repensar el significado del laicismo y las nuevas políticas acordes con él», advierte, en un argumento conectado con la brutal irrupción del terrorismo yihadista.
En este contexto, el laicismo puede ser un gran aliado para la construcción de sociedades plurales y abiertas. «Pero no cualquier laicismo. Es necesario un laicismo que reconozca el papel público de la religión, no empeñado en su privatización forzosa. Es precisa una política laica que sabe distinguir que su propósito no es la sociedad laica sino el Estado laico. Es éste el que para garantizar la libertad de todos y los derechos de todos, debe ser laico. Un laicismo no antirreligioso, sino incluyente de todas las creencias y convicciones en un espacio público que es de todos, donde se ejercita la tolerancia y la deliberación democrática con el concurso de todos, como decía Habermas. Un laicismo, que a sabiendas de las ambigüedades de la religión sabe poner límite al fundamentalismo, pero sabe acoger sus aportaciones positivas a la solidaridad, a los valores éticos y al sentido de la vida de los ciudadanos».
El político socialista enumera las políticas implementadas por el Gobierno de Rodríguez Zapatero en favor de la normalización democrática de la cuestión religiosa. «Esta línea de acción ha sido interpretada en ciertos sectores laicos como una regresión, menos laicismo, más multiconfesionalismo. Sin embargo, representan más cohesión y más democracia. Poner en primer término el derecho de libertad religiosa y la igualdad en las nuevas condiciones de pluralismo religioso y socio-cultural, obliga a depurar, de una vez por todas, el dogmatismo antirreligioso de cierto laicismo, así como a superar una interpretación del laicismo acuñada en el antagonismo decimonónico clerical-anticlerical», esgrime en clara referencia al sector más duro del PSOE. «Estamos obligados a abandonar el dogmatismo antirreligioso decimonónico que aún persiste en nuestro partido».
El europarlamentario sostiene que el pluralismo religioso y sociocultural de la sociedad española del siglo XXI «revela con más claridad la inadecuación de la arquitectura jurídica vigente del derecho de libertad religiosa en España», en la que sitúa los acuerdos Estado-Iglesia de 1979, que tienen rango de convenio internacional, o la confesionalidad en significados actos y símbolos del Estado que deberían estar caracterizados por la neutralidad. También se detuvo en la cuestión de la educación, crucial en las políticas del socialismo.
Su apuesta fue Educación para la Ciudadanía, eliminada por el Gobierno del PP de las escuelas. «Sobre la necesidad de transmisión de unos valores cívicos no hay discusión. La cuestión es si en una escuela laica hay algún lugar para la religión. Desde luego no puede haberlo como asignatura confesional, en los términos que establecen los Acuerdos Estado e Iglesia. Pero ¿esto significa que no hay lugar curricular alguno para la religión?» , se preguntó el exsecretario general del Grupo Parlamentario Socialista. La respuesta la encuentra en el programa electoral del PSOE para las elecciones generales de diciembre pasado, que abogaba por ‘promover la incorporación de la enseñanza cultural sobre el hecho religioso en términos de integración y convivencia, como parte de nuestro patrimonio cultural y para evitar, por ignorancia, los riesgos de los fundamentalismos’. Jáuregui cree que por ahí «hay una propuesta que hacer a la sociedad española» en un asunto que demanda un acuerdo de todos los partidos.