La caravana de camionetas Toyota Hilux, entregadas gentilmente por Arabia Saudita, ingresó a Sirte en una secuencia casi calcada a la ocurrida meses atrás, cuando el Estado Islámico (EI) penetró en Mosul, una de las ciudades más importante de Irak y comenzó una cacería humana acompañada con robos y saqueos, además del control de importantes pozos petroleros.
Ahora la imagen se repite: la fila de camionetas cargadas de mercenarios armados y rodando por una ruta lindera al mar Mediterráneo que desemboca en Sirte, la ciudad libia que supo ser el último bastión de resistencia del líder Muammar Al Gaddafi, asesinado por un grupo de mercenarios apoyados por los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
La toma de Sirte por parte del EI confirma algo que el propio Gaddafi denunció a principios de 2011, cuando su país se convirtió en el blanco de la desestabilización: la nación del norte de África estaba infectada de milicianos de Al Qaeda y ellos mismos eran los encargados de orquestar atentados y asesinar civiles. En ese momento, las palabras del coronel que en 1969 había encabezado la Revolución Verde fueron desoídas. Estados Unidos y sus aliados sabían que Libia -potencia petrolera a nivel mundial- era la nueva presa, aunque su gobierno había dejado de lado muchas de las banderas revolucionarias que décadas atrás marcaron a África y Medio Oriente.
En los últimos meses, las denuncias sobre la presencia del EI en Libia se fueron multiplicando. La Organización de Naciones Unidas (ONU) y los países de la región alertaron una y otra vez que el grupo liderado por Abu Bakar Al Bagdadi se desplegaba en territorio libio. Por supuesto que Estados Unidos, que participó en el plan para derrocar a Gaddafi bajo la excusa de llevar “libertad” y “democracia”, hizo oídos sordos a las denuncias.
Desde hace varios días, las banderas negras con inscripciones blancas ondean en los edificios públicos y en la universidad de Sirte, ciudad ubicada a 300 kilómetros del sur de Italia (Mediterráneo de por medio), fronteriza con Egipto y que concentra el 66% de la producción petrolera de la nación africana. Sin dudas, el EI sabe muy bien cuáles son sus objetivos. Mosul y Kirkuk en Irak, Alepo y Al Raqqa en Siria, y la región kurda de Rojavá son las zonas en que los mercenarios de Al Bagdadi intentan hacer pie, dejando a su paso una estela de masacres y destrucción. Mosul, Kirkuk, Alepo, Al Raqqa y Rojavá, en las cuales sus tierras poseen las principales reservas petroleras de Medio Oriente.
La llegada del Estado Islámico a Sirte se produce mientras crecen los bombardeos de Egipto en territorio libio y las crecientes tensiones después de la decapitación de 21 cristianos coptos egipcios por parte del EI.
El crecimiento de los mercenarios de Al Bagdadi en Libia es consecuencia directa de la invasión de la OTAN en 2011. Caído el gobierno de Gaddafi, un sinfín de grupos terroristas empezaron a aflorar y controlar ciudades. A su vez, los enfrentamientos tribales aumentaron al mismo tiempo que la crisis humanitaria sigue profundizándose. Saqueados los cuarteles militares, los mercenarios y yihadistas en Libia no sólo utilizan esa fuerza de fuego al interior del país, sino que la presencia de terroristas libios, o entrenados en ese país, es una constante en Siria e Irak. Libia, que hasta hace unos años ostentaba el mejor nivel de vida en África, ahora es señalada como la principal nación “exportadora” de terroristas hacia el mundo.
La crisis que atraviesa Libia llegó al punto de que en la actualidad existen dos gobiernos. Uno asentado en Trípoli, la capital del país, y otra administración en la ciudad de Tobruk, respaldada por el ex general Jalifa Haftar, con estrechos vínculos con la CIA. El propio Haftar, un ex militar que intentó un golpe de Estado el año pasado, denunció a Qatar y a Turquía como los responsables del avance del EI en Libia. El ex general declaró que esos dos países “secundan el terrorismo” y que “el pueblo libio nunca olvidará sus acciones destructivas”. Con anterioridad, el primer ministro de Libia, Abdolá Al Thani, manifestó que las posturas del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, han desestabilizado la seguridad en el país. Pese a los enfrentamientos internos en Libia, los diferentes sectores coincidieron en demandar al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que levante el embargo de armas para que las fuerzas armadas puedan combatir al EI.
Por su parte, Abu Mohamad Al Faryani, uno de los líderes del Estado Islámico en Libia, llamó a los grupos irregulares de la norteña Misrata a unirse a las filas de Al Bagdadi. Al Faryani ordenó a su vez efectuar atentados contra los soldados y los cristianos libios. También se conoció que los ataques del EI en la oriental Al Qoba dejaron como saldo 44 personas muertas, 37 heridos y siete desaparecidos.
A mediados de febrero, el presidente de Sudán, Omar Al Bashir, concedió una entrevista a Euronews en la que afirmó que los principales responsables de la existencia del Estado Islámico son Israel y Estados Unidos. Sus declaraciones, poco difundidas en América Latina, fueron contundentes. “He dicho que la CIA y el Mossad están detrás de estas organizaciones. Lo que está claro es que ningún musulmán está preparado para hacer este tipo de acciones”, sostuvo el mandatario al respecto de grupos similares al EI. Al Bashir agregó que “la injerencia de Estados Unidos en la región y el apoyo a Israel explican por qué muchos jóvenes se unen a este tipo de organizaciones, grupos que sin duda cuentan con el apoyo de los organismos internacionales que quieren dañar la imagen del islam”.
Las palabras de Al Bashir son una nueva alerta sobre las consecuencias de permitir que el Estados Islámico se mueva con plena libertad en la región del Magreb. Sudán, ubicado también en el norte de África, podría ser el próximo blanco de los seguidores de Al Bagdadi.