La Razón del mismo día titulaba la información así: “Los obispos afirman que las concesiones a ETA legitiman el uso de la violencia”. ¿Hubo concesiones a ETA durante la tregua 1998-99? Evidentemente, sí. Las hubo en cuanto –por ejemplo- traslado de presos y excarcelación de algunos de ellos, conforme al criterio de generosidad y comprensión, aplicado por Aznar, sin duda con la mejor de sus intenciones. Y, sin embargo, en aquel tiempo los obispos no se pronunciaron de forma negativa en relación a la tregua decretada por ETA y apoyada con encomiable confianza por la derecha gobernante, aunque ahora lo nieguen los dirigentes del PP en un ejercicio de hipocresía.
Institución ultramontana
Gaspar Llamazares, el líder de Izquierda Unida, tras difundirse esta coincidencia -una más-, entre la mayoría de los jerarcas de la Iglesia y el partido conservador, fue contundente en su apreciación calificando a la institución católica de “ultramontana” y acusándola de ejercer “más como derecha dura que como autoridad moral de los católicos”. Por su parte, Joan Tardà, portavoz en el Congreso de los Diputados de ERC, subrayó que los obispos continúan anclados “en las épocas más oscuras del siglo XX”. ¿Por qué se preocupan tanto los monseñores de lo que hace, o intenta hacer, el poder político cuando gobierna la izquierda y, en cambio, exhiben por lo general manga ancha, anchísima, cuando gobierna la derecha?
De modo ingenuo
A veces, de modo más bien ingenuo, cristianos más atentos al Evangelio que a las maniobras políticas de los obispos, se hacen cruces -codo a codo en este punto con numerosos agnósticos, ateos o religiosamente indiferentes-, cuando sale a relucir el papel de la COPE o, en círculos más minoritarios, el de la publicación Alfa y Omega, que edita el Arzobispado de Madrid, regentado por el cardenal Rouco Varela. ¿Cómo puede ser –se preguntan a caballo entre la indignación y el sonrojo- que los más altos responsables de la fe católica en España permitan, desde hace casi dos décadas, que su púlpito radiofónico se transforme a diario, y en las horas de mayor audiencia, en un mitin a favor de la derecha radical, en medio de todo género de improperios dirigidos a los herejes propios y a los infieles ajenos? Lo mismo cabe decir de los comentarios políticos que –también desde hace mucho tiempo- se divulgan bajo el nihil obstat del príncipe de la Iglesia, Rouco.
Ni casualidad ni error
No se trata de una casualidad. Ni siquiera de un error. Responde a una antigua y arraigada tradición. Los pastores de la Iglesia católica –salvo excepciones- respaldan sin apenas complejos a la derecha y condenan incluso con deleitación a la izquierda. En teoría, predican lo contrario. En teoría, repiten que no hacen política y menos partidista. En teoría, proclaman su respeto por todos los partidos democráticos. Pero no es verdad. No dicen la verdad. En la II República estuvieron por lo general en actitud claramente beligerante. Cuando llegó el golpe de Estado fascista del 18 de julio, lo apoyaron sin fisuras. Bautizaron la guerra civil y la llamaron Cruzada de Liberación Nacional. Se instalaron luego en el nacionalcatolicismo. Durante la transición movieron ficha con más oportunismo que convicción, pero estuvieron mudos el 23-F y no hablaron para saludar el triunfo de la democracia hasta que terminó la odisea.
“Con la Iglesia…”
Su posición, por tanto, respecto al proceso de paz no ha de asombrar a nadie. Si el proceso de paz impulsado por Zapatero lo hubiera promovido Rajoy desde la Moncloa, nos habríamos ahorrado la instrucción pastoral o, si se prefiere, la versión episcopal del argumentario que, al respecto, se maneja en Génova 13. Ya lo dejó escrito Cervantes y lo podría repetir ahora Zapatero: “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”.