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El digno final de la agonía de Pilar García

La mujer con cáncer terminal que anunció su suicidio consigue fallecer en casa La madrileña muere rodeada de los suyos después de recibir una sedación paliativa

Pilar García, la enferma de cáncer terminal de 55 años que anunció a principios de noviembre su decisión de quitarse la vida para evitar la agonía que le esperaba, falleció el pasado fin de semana. Murió como deseaba, en su casa de Madrid, rodeada de sus seres queridos y consciente, aunque no como tenía planeado. Finalmente, no necesitó tomar la medicación que tenía preparada para provocarse la muerte, ya que su enfermedad experimentó un inesperado repunte la semana pasada, lo que la llevó a solicitar que le aplicaran una sedación terminal domiciliaria que acabó con su vida. Fue lo último que pidió.

Aunque su muerte fue serena y tuvo lugar en el entorno que había deseado, en las horas previas a su muerte vivió momentos de tensión debido a la insistencia del equipo de la sanidad pública que la había tratado para trasladarla a un hospital en contra de su voluntad, según señalan fuentes de la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), que la asesoró en los últimos meses. Pero García estaba informada sobre sus derechos y los hizo valer para que se le administrara la sedación en casa. Al final, fue un facultativo de este colectivo quien pudo asistirla en los momentos finales de vida.

EL LÍMITE DEL DOLOR

Precisamente, esa era una de las peticiones que con más insistencia reclamaba García en los días previos a su muerte: «¿Por qué debe ser un médico quien señale el dolor que puedo aguantar hasta recibir una sedación que acabe con mi vida, a quién beneficia ese sufrimiento innecesario?», planteaba en las páginas de EL PERIÓDICO hace un mes a cuento de la polémica que suele rodear el debate de la eutanasia y el uso de las sedaciones terminales paliativas.

Desde mediados del 2012, el cáncer con el que García llevaba batallando desde hacía 12 años había regresado a su cuerpo, pero esta vez para quedarse y en forma de múltiples metástasis repartidas por todo su organismo. A la vista de su irremediable fallecimiento, García había firmado el documento de Voluntades Anticipadas, conocido como Testamento Vital. Esta declaración exponía bien a las claras su deseo de que, llegado el momento, le administraran los fármacos necesarios para reducir su sufrimiento y ayudarle a morir en paz, aunque su aplicación tuviera como efecto colateral un acortamiento de su vida.

UN ATAJO

Las dudas respecto al cumplimiento de esa petición y el deseo de evitar el deterioro físico que le esperaba hasta llegar a su último suspiro, la habían animado a tomar un atajo. Tras asesorarse acerca del cóctel de medicamentos que podía garantizarle una muerte dulce, a mediados de octubre anunció a su hijo y a su hermano, su única familia cercana, que en el plazo de unas semanas se quitaría la vida. «Lo haré a finales de noviembre o principios de diciembre, un día que le venga bien a todo el mundo, pero será antes de Navidad, que tampoco quiero fastidiarle las fiestas a la gente», declaraba hace un mes con un sentido del humor ácido y generoso que no abandonó en ningún momento.

Su enfermedad fue más rápida que sus planes y no necesitó provocarse la muerte, sino acudir a una sedación paliativa que, aunque quizá adelantara su final, al menos le permitió fallecer sin dolor ni angustia. «No tengo miedo a la muerte. Lo único que rechazo es morir hecha un trapo, agonizando y sin poder despedirme. Deseo morir serena, en mi casa y rodeada de la gente a la que quiero», declaraba a finales de octubre.

Aunque sus últimas horas fueron diferentes a las de Brittany Maynard -la norteamericana de 29 años afectada también por un cáncer terminal que anunció en un vídeo su deseo de quitarse la vida, objetivo que cumplió el 1 de noviembre-, García reconocía sentirse identificada con su historia. Para poder morir sin mayores problemas, Maynard se mudó a Oregón, un estado de Estados Unidos donde la eutanasia está permitida. Hasta sus últimos días, García reclamó para sí ese marco legal. «No me cabe en la cabeza que pueda ser delito ayudar a alguien como yo, que lo único que quiere es morir tranquila», decía sobre el debate de la eutanasia y los tratamientos que se aplican a enfermos terminales.

FLECOS POR RESOLVER

Abogada de profesión y de carácter emprendedor, García desplegó una intensa actividad vital y laboral hasta sus últimos días. Antes de caer irremediablemente enferma puso en marcha diversos proyectos empresariales, formó parte de varios coros y grupos musicales e incluso montó un blog de decoración. Vecina del barrio madrileño de Lavapiés, sus últimas semanas las dedicó a dejar todos los asuntos de su vida bien zanjados. «Me quedan unos flecos por resolver», decía cuando aún le quedaban varios días de vida. «Era asombrosa la frialdad con la que afrontaba su decisión de morir, rechazaba que la ayudaran, no buscaba dar pena. Dedicó sus últimos días a despedirse de todo y de todos», señala una persona que la asistió hasta las jornadas previas a su muerte.

A lo largo del último mes, García mantuvo varias conversaciones telefónicas con EL PERIÓDICO en las que, pese a lo avanzado de su enfermedad, se mostraba alegre y animada. Se resistía a poner fecha a su final, convencida de que se encontraba cerca. «Los médicos hablan de un par de meses, pero sé que este año el turrón no me lo voy a comer, no porque lo diga el cáncer, porque lo digo yo», avisaba.

APLOMO

En su opinión, para alcanzar ese aplomo han sido decisivas sus largas conversaciones con el equipo de psicooncólogas que la acompañaron en los últimos meses -«son las que me ayudaron a apuntalar mis neuronas», decía entre risas-, pero hace apenas dos semanas señalaba a otra causa para explicar la serenidad con la que afrontaba este postrero suspiro de su vida: «Siempre he sido muy dueña de mis actos. Lo que más tranquilidad me da es saber que hasta el último momento voy a seguir siendo yo la que decida sobre mi vida».

FOTO: Pilar García, el verano pasado en Santander

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