Para los católicos se supone que hoy es el día más triste del año, en el que se conmemora la jornada en que el cordero de dios, el hijo, es sacrificado para aplacar el mal humor del dios padre. Es el día del orgullo dei, con carrozas incluidas. Un dios perennemente disgustado con nosotros, que no somos más que el resultado cumbre de su obra, que en lugar de reparar lo que a todas luces le salió mal, pretende que seamos nosotros mismos los que acabemos de perfeccionar su chapuza. Él, como Rajoy, dijo que no trabajaba más de seis días, y lo cumple a rajatabla.
Desde mi más tierna infancia, esa edad en que a los curas les encanta modelarnos (algunos con las manos, incluso) para fabricar futuros clientes, me vengo preguntando por qué era necesario sacrificar al hijo de dios para aplacar las iras del padre, el único culpable de ese modelo defectuoso que soy yo, por ejemplo. Luego supe que las religiones están montadas sobre la sangre, o sea sobre el terror, porque los fieles felices, sin miedo, nunca pagan rescate.
En la antigua Grecia se acuñó la palabra hecatombe, un sacrificio de cien bueyes, quizá la mayor ofrenda a los dioses que haya existido jamás. Toda el alba de la civilización está entintada en sangre de niños, vírgenes, primogénitos (su bocado favorito) y una variedad infinita de animales, con el cordero como plato principal.
A mí me costaba ver en las imágenes del crucificado a un cordero, y sobre todo, me preguntaba qué sacaba en limpio el padre con el sacrificio bárbaro del primogénito. Más tarde, cuando supe que los dioses los habían inventado los sacerdotes, comprendí quién se aprovecha de verdad de la matanza del cordero.
————————————————————————–
Meditación para hoy:
Inexplicablemente, la lluvia ha respetado el partido de la final de copa del Rey, pero ha impedido la salida de numerosas procesiones en toda España. Algo no funciona bien en los cielos.
He visto por televisión a cofrades llorando por las esquinas como magdalenas y dolorosas por no haber podido sacar en procesión a sus magdalenas y dolorosas en las carrozas del orgullo dei (Sergio Zawinul, dixit), debido al mal tiempo. De verdad que no entiendo la crueldad de los dioses. Autocares repletos de devotos que se despeñan por un precipicio, camino del santuario de la Virgen de Lourdes; cientos de devotos de Alá muertos en una avalancha cuando van a rezar a La Meca; rayos, truenos, granizo y el diluvio universal justo en el momento en que miles de fieles intentan sacar en procesión a sus dioses y sus madres vírgenes engalanadas con sus mejores galas, como muestra de devoción y pleitesía…
No pido que los dioses sean justos. Ya es tarde para ello. Pero por lo menos que no sean tan desagradecidos. Si ni siquiera respetan a los suyos, menuda juerga se prepara para el día del Juicio Final. Se va a armar la de dios.