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El desinterés de los jóvenes por la religión sitúa a la Iglesia al nivel de una secta

La relación entre la juventud española y la Iglesia católica pasa por un mal momento y no tiene visos de mejora. Ese es, en lo esencial, el diagnóstico del equipo de sociólogos que ha elaborado el informe ‘Jóvenes 2000 y Religión’, financiado por la Fundación Santa María. Según este trabajo, apenas un 33% de los jóvenes se declara «católico con alguna práctica religiosa», un cifra muy lejana del abrumador 95% que se registraba en la década de los sesenta.

   El documento, presentado ayer, pone cifras y porcentajes a las imágenes de iglesias desiertas, visitadas casi en exclusiva por gente mayor. De los 13 a los 24 años, sólo un 21% acude a misa con cierta regularidad, siquiera una vez al mes. El 34% lo hace únicamente en fechas significativas, como Navidades, en celebraciones o en momentos problemáticos, como cuando se sufre una enfermedad, desamor, paro…. El resto, nunca.

   El divorcio que se ha dado entre la juventud y la iglesia se traduce en una falta alarmante de vocaciones -en la actualidad hay sólo 1.649 seminaristas – y una Iglesia católica cada vez «más cerrada en sí misma», que lleva camino «de convertirse en una secta en sentido sociológico y numérico», irrelevante y sin capacidad de influencia social, según Francisco Carmona, doctor en Sociología, profesor de la Universidad de Granada y coautor del estudio.

Difícil vuelta atrás
El informe se ha realizado a través de 1.075 entrevistas a jóvenes de 13 a 24 años. El error máximo para los datos es de más menos 3%, con un nivel de confianza del 94,45%. El desapego que refleja es gradual; menor a los 13 años (el 40% suele acudir a los oficios); crece con la edad (el 18% entre 21 y 24 años), y es algo mayor entre los hombres (19%) que entre las mujeres (23%). También varía algo según el ámbito geográfico. Por regiones, Andalucía, con un 48% de asistencia regular a misa, y Cataluña, con un exiguo 4%, encarnan los dos extremos de la expresión religiosa. Castilla-León, con un 26%, se mantiene por encima de la media y de otras comunidades como Madrid (19%), Valencia (14%) y País Vasco (12%).

   Un rápido vistazo a la religiosidad de otros países europeos de tradición cultural católica nos deja a medio camino; sólo un 5% de los jóvenes franceses practican, pero los españoles se han alejado de sus coetáneos italianos, que mantienen un 41% de asistencia regular a misa. La tendencia se invierte entre los jóvenes españoles de otras confesiones religiosas, caso de musulmanes, evangelistas y otros credos minoritarios, con tasas muy superiores de fidelidad a los ritos de su culto.

   El informe deja claro que salvo momentos de exaltación especial, como las visitas del Papa, la religión no forma parte de la vida diaria de los jóvenes. La falta de identificación de la juventud con los postulados de la Iglesia obedece, para los autores, al acelerado proceso de «secularización» de las últimas décadas. Una dinámica externa a la que se le añaden, además, «causas estructurales» internas, achacables al anquilosamiento de la Iglesia y la falta de adecuación de su mensaje a los jóvenes, que auguran una difícil vuelta atrás.

   «La jerarquía católica dice que el problema está fuera, en el laicismo dominante, el individualismo… pero el problema está también dentro de la propia Iglesia», subraya Carmona. Por un lado -argumenta-, la jerarquía católica está envejecida, son pocos los curas y religiosos jóvenes capaces de cambiar el ‘chip’ y dialogar con la juventud» en temas de su interés.

   No es, sin embargo, el único problema. También se ha roto uno de los eslabones centrales de transmisión de la identidad católica, la familia, que ya no ejerce como ‘agente’ religioso. «La gran falla que se ha abierto en los últimos 20 años en la transmisión de la fe es la familia», convino el sociólogo vasco Javier Elzo, autor de otro de los capítulos.

   El ambiente general es poco propicio. Es difícil que la doctrina tradicional cale en una sociedad cada día más hedonista, individualista, pragmática y secularizada, en la que organizaciones como las ONG o los movimientos antiglobalización canalizan mejor las inquietudes juveniles. «Aunque la Iglesia modulara su mensaje, la comunicación seguiría siendo difícil», destacó Juan González Anleo, responsable del epígrafe sobre la ‘religiosidad de los jóvenes’.

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