Se trata de un círculo vicioso que obliga a los niños a acudir a los seminarios religiosos en busca de alimento, ropa, alojamiento y, por supuesto, educación gratis.
Mustafa Jan, vendedor de cigarrillos a un lado de la carretera en una aldea pakistaní, tiene una simple razón para enviar a sus dos hijos a una madrasa (seminario islámico) y no a una escuela del gobierno. “No podemos pagarla”, dice. “No tenemos el dinero para comprar los libros de texto ni los uniformes. En la madrasa, donde estudian mis dos hijos mayores, dan comida gratis, además de una educación musulmana”, explica Jan.
Este hombre vive en la aldea de Badshah Jel, en la provincia de Jyber Pajtunjwa, adyacente a las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA), en el norte de Pakistán, de las que Penshawar es su centro administrativo. Toda esa región necesita desesperadamente reforzar su sistema educativo y mejorar la matriculación en las escuelas para así reducir la influencia de las madrasas.
Esos seminarios religiosos son considerados un semillero en el norte pakistaní, donde el movimiento islamista Talibán está muy activo y donde la pobreza aguda y la militancia radical van de la mano. “La pobreza está forzando a la gente a enviar a sus hijos a las madrasas”, dice el ministro de Educación de Jyber Pajtunjwa, Muhammad Atif.
En septiembre, la provincia lanzó una campaña de matriculación escolar gratuita, con el objetivo de incluir a 2,6 millones de niños y niñas más en el sistema educativo, y hasta ahora se han inscrito solo 80.000, apunta Atif. Curiosamente, se constató que muchos niños anotados en escuelas del gobierno asistían también a seminarios religiosos. “Unos 12.000 niños registrados en escuelas formales, en realidad estudiaban en madrasas porque sus padres no podían pagar las cuotas”, explica.
El ingreso por habitante en Jyber Pajtunjwa es de 900 dólares al año, mucho menos que el promedio nacional de 1.380, según la Oficina Federal de Estadísticas. La población provincial supera los 21 millones, en un país con 182 millones de personas.
El terrorismo, el cierre de fábricas y la caída de los ingresos por la agricultura son las principales razones detrás del deterioro económico de la provincia, de la que Penshawar es también capital.
Se trata de un círculo vicioso que obliga a los niños a acudir a los seminarios religiosos en busca de alimento, ropa, alojamiento y, por supuesto, educación gratis.
Según un informe de 2009 elaborado por el Departamento de Educación de Jyber Pajtunjwa, hay 8.971 seminarios religiosos en la provincia, en los que 150.000 alumnos reciben clases de Corán, jurisprudencia islámica y de hadices (dichos y acciones del profeta Mahoma).
Las escuelas estatales también brindan educación gratuita hasta el quinto grado. “Tenemos cinco millones de niños que reciben educación gratuita en 29.000 escuelas. También proveemos de libros de texto y uniformes gratis a los estudiantes”, destaca Atif. Pero claramente esto no alcanza. Unos 500.000 niños de entre cinco y 15 años no asisten a la escuela en Jyber Pajtunjwa, y otros 200.000 están en la misma situación en las FATA, según los respectivos departamentos de educación.
“El gobierno debe inscribir a más estudiantes en las escuelas formales para impedir que caigan en manos del Talibán”, sostiene Mohammad Salar, profesor de ciencias políticas en la Universidad Abdul Wali Jan. “Miles de estudiantes de los seminarios han peleado en las filas del Talibán”, lamenta Salar en diálogo con IPS.
La Oficina Federal de Estadísticas señala que el costo mensual de la educación por cada niño en las escuelas del gobierno es menos de cinco dólares, pero muchos padres no pueden pagar ni siquiera eso. Los padres también señalan que no hay garantía de que los niños consigan empleo una vez que completen sus estudios. La situación parece especialmente difícil en las FATA, donde 50 por ciento de los niños no asisten a la escuela.
“La alfabetización en las FATA es inferior que en cualquier otra parte del país debido a la militancia islámica, explica a IPS el director adjunto del Departamento de Educación de esa jurisdicción, Manzar Ali Sajid. La tasa de alfabetización en las FATA es de apenas 36,6 por ciento entre los hombres y 10,5 entre las mujeres, contra el promedio nacional de 79 por ciento y 61 por ciento respectivamente, indicó Sajid. El funcionario destaca que el gobierno aprobó un plan para crear un segundo turno escolar, entre las dos y seis de la tarde, con el objetivo de facilitar la matriculación. Pero hay una gran batalla por delante. Las FATA tienen 585 madrasas, con unos 14.567 estudiantes. Alrededor de 750 escuelas en la zona fueron destruidas por el Talibán desde 2005, según el Departamento de Educación.
Abdul Qudos, economista de la Universidad de Peshawar, insiste que Pakistán necesita invertir más en educación. “Gastamos 2,1 por ciento del producto interno bruto en educación, que ni siquiera es la mitad del deseado cinco por ciento”, señaló.
Cuando el sistema educativo pakistaní fracasa, las madrasas ganan. Maulana Samiul Haq, director de la madrasa Darul Uloom Haqqania en Jyber Pajtunjwa, asegura que su institución tiene unos 4.500 estudiantes. “Todos pertenecen a familias pobres y reciben gratis comida, alojamiento, ropa y otros artículos de uso diario”, dice a IPS.
Estudiantes de su madrasa ocuparon altos puestos en el régimen que impuso el Talibán en Afganistán entre 1996 y 2001, cuando fue desalojado por las fuerzas encabezadas por Estados Unidos.
Junaid Shah, un comerciante, envía a sus dos hijos a Darul Uloom Haqqania. “Se quedan allí y estudian, y obtienen todo gratis. Solo podemos verlos una vez al mes”, señala.
A él le gustaría darles una educación formal, pero como muchas personas de bajos recursos en Pakistán, sus opciones son muy limitadas.
Alumnos de una madrasa. 8Ashfaq Yusufzai/IPS)
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