Nouka Skalli posa sonriente delante del restaurante y abre los brazos ante un regalo inesperado: su amiga, María José Elices, ex senadora socialista, le ha traído un ramo de rosas naranjas antes de volver a Casablanca. Skalli, ministra de Asuntos Sociales de Marruecos, pasó por Barcelona invitada por una asociación de empresarias y profesionales del congreso She leader 2.0 para hablar de política. "Me olvidé del discurso que tenía escrito. No paré de hablar", cuenta tras subrayar que su país ha dado un paso de gigante al tener ya a más de 3.400 mujeres con cargos municipales.
Skalli habla de la vorágine desatada en muchos municipios españoles contra el uso del burka. Va con pies de plomo: no quiere entrometerse en la vida política de otro país pero desliza que ninguna de las compatriotas del colectivo Wafae con las que se ha visto le ha sacado el tema. Y es contundente. "El burka simboliza la opresión a la mujer y no tiene nada que ver con el islam", dice esta mujer de 60 años, que fue amenazada de muerte por extremistas al imponer que no se llamara a la oración de madrugada para no despertar a los turistas. El Rey Mohamed VI dio muestras de su liderazgo espiritual y poder: se retrató con ella y se acabó la polémica.
Ante un pulpo a la brasa -"Me encanta comer bien ¿No se nota?", sonríe palpando su cintura-, la ministra, que rebosa simpatía, recuerda que siempre ha defendido los derechos de las mujeres desde que se pagó la carrera de Farmacia en Montpellier trabajando en verano. Casada y madre de dos hijos, Skalli ha compaginado dos mundos: su farmacia Atlantique, en Casablanca, dónde escuchó cientos de historias de mujeres maltratadas, y su militancia en el Partido Comunista y luego en el de Justicia y Socialismo. "Es el mismo partido", cuenta para describir su singular trayectoria que culminó con en 2007 con su designación como ministra.
Pese a que Marruecos no es un régimen democrático y está lleno de sombras, Skalli asegura que su país está "haciendo el aprendizaje" de vivir en libertad y que ha progresado "mucho" en derechos humanos. Y subraya conquistas como el código de nacionalidad (ya no prima el pasaporte del marido sobre el lugar de nacimiento del hijo) y el de familia: las mujeres pueden divorciarse y las menores no pueden casarse. "Es como un sueño", dice Skalli, que recuerda que en 1990 llamó desde su farmacia a la policía para que atendieran a una mujer maltratada. Le dijeron que era un asunto privado. Ahora, su ministerio ha tejido una red que en 2009 asistió a 17.000 víctimas.
Pide rodaballo y apura los postres porque tiene el tiempo justo para coger un avión y volar a Casablanca. Candidata al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2010, postulada por Universia, fundación del Santander -se concede el martes-, Skalli destila fatiga al hablar del burka. Es como si se le antojara algo lejano a esta musulmana que acepta el velo solo si no se usa para coartar a la mujer. Y pone las cosas en su sitio: dice que es más fácil que las inmigrantes originarias de zonas rurales, sean obligadas a vestir el burka, que no las de su país. "Marruecos no acepta ese extremismo. El Rey, que siempre habla de igualdad, no lo permitiría".
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