Habrá que suponer que para el alcalde de Iruña, Enrique Maya, son más importantes las ordenanzas municipales que lo que mande con carácter regulativo la santa Constitución española. A fin de cuentas, Maya pertenece a un partido cuyo fundador, Jesús Aizpún Tuero, padre putativo ideológico de las huestes actuales de UPN, dejaría el partido de UCD por su rechazo personal a unas cuantas disposiciones constitucionales, no sólo la transitoria cuarta, relativa a la integración de Navarra en Euskadi, sino, sobre todo, las relacionadas con el divorcio y la educación.
Tampoco estará mal recordar que en la campaña del referéndum, celebrado el 6 de diciembre de 1978, el dómine Aizpún exorcizó de su organismo sapos y culebras contra la Carta Magna. Poco después, fundaría el actual UPN, al que se le uniría Alianza Foral, partido que también había defendido el no a una constitución que consideraba atea, de tendencia marxista y que ponía en peligro la sagrada unidad de España. Ignoramos si las actuales huestes de UPN siguen pensando lo mismo al respecto, pero, desde luego, la redacción constitucional considerada abominable por su fundador sigue ahí.
Se entiende, por tanto, que Maya no quiera saber ni poco ni mucho, más bien nada, de lo que diga la Constitución, pues Carta Magna y UPN, desde que se rompió el huevo de la primera, ni sus yemas ni sus claras han entorpecido al partido derechista navarro para hacer lo que convenga a los intereses de Navarra, que, como es sabido, son los únicos, grandes y verdaderos que por su esencia histórica lo han sido siempre de Navarra y del conde de Lerín.
Los intereses que defienden los socialistas y los comunistas son espurios y, por decirlo de alguna manera más inteligible, son liberales, planta ajena y exótica, que decían los carlistas a finales del siglo XIX, es decir, extraños al “sentir verdadero de Navarra”.
Por eso, y aunque sea salirse de la tangente, como decía un republicano de 90 años, de la UGT, ninguno de los que jugaron en Osasuna fueron comunistas ni socialistas pues, como es sabido y –según los oráculos portavoces del centenario del club–, Osasuna representa lo que “somos los navarros y lo que somos los navarros solo es posible explicarlo dentro del marco de las ordenanzas municipales forales del carlismo”.
A fin de cuentas, quienes, como los de UPN, dicen representar los intereses actuales de los navarros, no solo negaron a los socialistas y comunistas que pudieran representar esos intereses y valores, sino que, para ser congruentes con tal principio, los mandaron al otro barrio con la bendición apostólica y romana del obispo correspondiente.
A Maya no solo no le debe de interesar lo que dice la Constitución, sino que da la impresión, no solo verosímil, sino verdadera, de que no la ha leído en su vida, ni siquiera para decir y hacer lo contrario de lo que en ella se dice.
Si Maya se comporta en dirección contraria a los principios regulativos que marca la Constitución, lo será por inspiración de las ordenanzas municipales del año en que Tomás Mata fue alcalde de Pamplona, pero no porque desee enfrentarse con la Constitución. Para hacerlo tendría que conocerla. Y no parece ser el caso.
A lo que se tercia. Algunos ciudadanos malintencionados, mayormente reclutados en el ámbito del laicismo militante, pensarán que Maya ha montado su particular belén navideño en su despacho de alcaldía para chinchar y fastidiar a los malos. No. Sería otorgarle una inteligencia maquiavélica que no posee. Maya, cuando quiere, las puede hacer muy gordas, pero, si las hace, es porque no ha pensado el alcance pragmático de sus decisiones, poco decantadas por el cedazo de la reflexión y de la inteligencia.
Menos aún le mueve el universal respeto que, como alcalde debe a la ciudadanía de Iruña, a la que él tanto quiere y ama, con el único amor con el que es posible amarla: el suyo. Maya jamás ha respetado la ciudadanía de Pamplona en materia confesional y no confesional. Ha conculcado demasiadas veces el respeto que debe a la pluralidad existente en Iruña.
Ni siquiera se ha detenido a pensar si su decisión, no es que moleste a gran parte de la ciudad –eso es imposible–, sino respetuosa con lo que establece la Constitución. Y así, desde esta falta de respeto tan característica suya, Maya, no solo se ha hecho colocar en su despacho un belén navideño, sino que, también, ha mandado montarlo en el zaguán del Ayuntamiento. No parece, por tanto, que la Constitución de 1978 haya hecho mella en su cerebro. Lógico. La Constitución sigue siendo intrínsecamente perversa, pues nada ha cambiado desde que Aizpún la maldijo.
No ha transcendido si las fuerzas de la oposición han llamado a capítulo al alcalde por considerar que estos belenes ponen en un brete el artículo 16.3 de la Constitución. La protesta cabría esperarla al menos de los socialistas que son los que defienden la Constitución como si fuera su Biblia. De los abertzales, no; al fin y al cabo, la Constitución ni les va ni les viene. Solo les viene por imperativo legal, lo que es como decir por mandato del lucero del alba.
Si ese artículo de referencia afirma que en “España ninguna confesión tendrá carácter estatal”, eso significará algo en términos prácticos. Si el Ayuntamiento es una institución estatal al servicio de un Estado que se declara aconfesional, no parece muy congruente que un municipio se muestre defensor de una confesión religiosa determinada, excluyendo al resto de las confesiones existentes en la ciudad. Si se hace es porque el alcalde, Maya en este caso, antepone sus creencias religiosas a las civiles, las únicas que deben regir el comportamiento de un funcionario de un Estado aconfesional, y establecidas por la Constitución, y, en consecuencia, está faltando al respeto de la ciudadanía, porque su decisión solo favorece a una parte de la ciudadanía. Y Maya, como alcalde, se debe a toda la ciudadanía. Eso es, al menos, lo que él dice de pico.
Como quiera que es muy probable que Maya lo haga por inercia, como un robot, de forma inconsciente, estará bien que algún juez actuase de oficio e interviniera en el asunto, obligándole a retirar el belén de su despacho y del zaguán del Ayuntamiento. Porque lo manda la Constitución y no porque el juez sea enemigo de los belenes.
Si hay jueces que actúan de modo raudo y veloz metiendo en el trullo a quien hiere los sentimientos religiosos por invocar la matriz de santa María Egipcíaca, ¿por qué no lo hace cuando un alcalde incumple el artículo 16.3 de la Constitución? Dicha discriminación huele muy mal.
Firman este artículo: José Ramón Urtasun, Orreaga Oskotz, Fernando Mikelarena, Jesús Arbizu, Ángel Zoco, Carolina Martínez, Clemente Bernad, Víctor Moreno, Laura Pérez, Txema Aranaz, del Ateneo Basilio Lacort