Beddington apuntó en sus críticas, acertadamente, a esa rama del periodismo que equipara las opinión del primero ante el reportero con la del científico experto en la materia. "Los medios ven las discusiones sobre importantes asuntos científicos como si se tratara de un violento partido de fútbol. Es ridículo". Como ha dicho Edzard Ernst, profesor de medicina complementaria en la Universidad de Exeter, la tendencia de algunos periodistas a buscar fuera de la ciencia el contrapunto a la opinión de la ciencia tiene algo de "patológico". "Tú no intentas dar una visión equilibrada del racismo. No acabas un artículo sobre las ideas racistas citando al Ku Klux Klan". Es, sin embargo, habitual en España cuando se habla de ondas de telefonía y transgénicos, por citar sólo dos asuntos en los que los medios, por eso de ser objetivos, acostumbramos a contraponer a la opinión de los científicos la de cualquier ciudadano que se pone a tiro.
Aunque esté feo decirlo en un país donde los estúpidamente correctos hablan de tolerancia cero en vez de intolerancia, siento envidia de mis amigos de Reino Unido. Mientras allí el principal asesor científico del Gobierno no duda en declarar la guerra a la anticiencia, aquí hay renombrados investigadores y divulgadores que compadrean con los apóstoles de la pseudociencia, cuando no son ellos mismos los que la promueven, y casi nadie dice nada. Parafraseando a Mauricio-José Schwarz, el divulgador o científico que tontea con la mala ciencia y por eso no es fiable en algunas ocasiones, para mí deja de serlo siempre.