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El 22% de los curas están casados y algunos siguen ejerciendo

La falta de vocaciones empuja a obispados gallegos a hacer la vista gorda

Gumersindo Meiriño, nacido en Cea hace 44 años, entró en el seminario a los 10, se ordenó a los 25, se doctoró luego en Teología por la Universidad de Navarra, fue párroco de Oseira y Cea, más tarde en A Gudiña, y después marchó a las misiones. Estuvo en Ecuador y en Argentina, y allí, en la diócesis de Santo Tomé (Corrientes), se enamoró de María Benetti, una misionera laica de Pergamino (Buenos Aires) dedicada a la atención de enfermos. Al cumplir los 40, Gumersindo decidió casarse con ella, pero no dejó de ser cura.

Nunca pidió la dispensa papal para volver al estado seglar, así que la pareja contrajo matrimonio en el salón de un club deportivo, con una ceremonia civil. Y hubo muchos asistentes (los de A Gudiña incluso se enfadaron con él porque no los invitó), a pesar de que el obispo de Santo Tomé mandó leer una carta en todas las parroquias advirtiendo a los fieles de que quien fuese a la boda del cura díscolo cometería un pecado mortal y ya no podría comulgar. En Ourense, la diócesis originaria del religioso, el obispo Quinteiro pidió, por su parte, a los feligreses que rezasen para que Meiriño, que ya estaba casado, volviese por la buena senda. Ahora, en Santo Tomé, no pisa las parroquias de la diócesis, pero se sigue "sintiendo clérigo" y sigue contando en las estadísticas como sacerdote católico.

Moceop (Movimiento por el Celibato Opcional), el principal colectivo religioso que defiende la causa en España, calcula que de los 27.000 curas que suman las diócesis españolas más de 6.000 están casados, aunque hay otras estimaciones que elevan esta última cifra a 7.000. Es difícil concretar, precisamente por el mutismo que la Iglesia mantiene respecto a este tema, pero según estos números al menos un 22% de los sacerdotes diocesanos han decidido formalizar sus relaciones con una mujer. Y en algunos de los casos siguen ejerciendo de forma discreta, con el consentimiento tácito de sus obispos. Esto ocurre aquí, y en otras diócesis como la de Madrid, gobernada también por un gallego, Antonio María Rouco Varela.

Este año se han ordenado 28 seminaristas en toda Galicia. Hace tres o cuatro décadas, sólo una clase del seminario ya tenía la misma cantidad de alumnos. Es lógico que las diócesis se resistan a prescindir de sus soldados. No son problemas menores, para la Iglesia, la falta de vocaciones y el envejecimiento del clero: por cada seminarista que se ordena, mueren tres curas. En Galicia hay 3.863 iglesias parroquiales (incluidas las 219 pertenecientes a la diócesis de Astorga) y sólo 1.421 sacerdotes (28 de Astorga), muchos de ellos incapacitados por la edad.

Cuando salta el escándalo, como en el caso reciente de Victorino Pérez, el cura no secularizado de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol que seguía concelebrando misas, los obispados toman medidas. Con el respaldo del cura galleguista Manuel Espiña, que acaba de fallecer, Pérez Prieto ofició recientemente en la colegiata de A Coruña, considerada la segunda iglesia más importante de la archidiócesis de Santiago. Algunos feligreses muy ortodoxos habían denunciado la situación, pero el arzobispado no actuó hasta que a principios de marzo los periodistas preguntaron por el asunto.

Un portavoz oficial lo negó primero, pero sólo unas horas más tarde el arzobispado difundía un comunicado en el que prohibía a Victorino Pérez Prieto celebrar o concelebrar misa en ninguno de los templos de la archidiócesis. Tres días después, el obispado de Mondoñedo-Ferrol tomaba el mismo camino y anunciaba una investigación.

Victorino Pérez y su mujer, Cristina Moreira, militan desde hace años en la renovación de la Iglesia, la defensa del celibato opcional y el sacerdocio femenino. Esta semana, el Moceop publicaba una carta de apoyo a la pareja: "Es triste que los obispos gallegos salten ahora ante este caso concreto, cuando ellos saben que en Galicia, en España, en Latinoamérica y en muchos otros lugares del mundo somos miles y miles los sacerdotes que estamos viviendo un tipo de Iglesia en comunidades fraternas, de iguales".

En Galicia se cuentan, incluso, casos de curas casados con monjas. A la Iglesia el celibato llegó en realidad tres siglos después de la muerte de Jesús de Nazareth, con el Concilio de Elvira (Iliberis, Granada). "Más pronto que tarde", según Moceop, los obispos y el Papa, "tendrán que comprender" que el celibato obligatorio es "algo caduco y desfasado". "Muchos obispos" (el último, el de Viena, la semana pasada) lo han pedido en público, e "incluso Juan Pablo II llegó a reconocer a un grupo de periodistas que sabía que eso sería inevitable". En su misiva pública, los ex sacerdotes y sacerdotes casados advierten de que "los actuales escándalos de pederastia" van a "acelerar" que se modifique la ley eclesiástica.

Mientras esto no ocurra, y más ahora, ante el trato de favor hacia los pastores anglicanos integrados en el Catolicismo, seguirá habiendo muchas dobles vidas. "El celibato es una opresión cuando no es un carisma", opina Antonio Martínez Aneiros, ex sacerdote obrero, ex alcalde de Narón, ex parlamentario gallego y profundamente creyente. Aneiros, que inició el proceso de secularización después de pasar dos meses en la cárcel por oficiar el funeral de dos obreros de Bazán muertos en las protestas del 72, recuerda que hay estudios que sitúan en un 70% el porcentaje de curas que incumplen el celibato. Algunos ni siquiera disimulan, y sus parroquianos pueden llegar a verlo como algo normal. En un municipio al este de Santiago todo el mundo sabe que hay un cura que mantiene relaciones desde hace tres décadas con una señora y nadie se escandaliza. La ley eclesiástica (no divina) del celibato se cobra, sobre todo, a la mujer como víctima, por tener que vivir en silencio y no poder figurar, siquiera, en un registro de parejas de hecho.

El proceso de secularización es "inmensamente traumático", cuenta Luciano Pena, que siendo párroco de Portomouro (Val do Dubra) se enamoró de una feligresa. "Lo empecé engañado y para mí fue humillante", reconoce; en los interrogatorios que realiza el vicario de la diócesis, "me pidieron que contase mis intimidades y al final, para que aprobasen mi secularización, tuve que decir mentiras. Mi rector en el seminario tuvo que inventarse que yo tenía alguna tara". Con la Iglesia y su "involución de los últimos tiempos", este funcionario del Ayuntamiento de Brión se siente ahora "descorazonado". Va a misa, pero "por mantener el vínculo" con sus vecinos.

Actualmente, tramitar la secularización es menos duro y mucho más rápido (antes podían pasar "hasta 10 años"), pero aún hace poco, según Andrés Muñoz, de Moceop, "casi todo el cuestionario era de tipo sexual, y sólo si uno se declaraba obseso o si decía que había perdido la fe se la concedían". Entonces, una vez devuelto al estado seglar, "los ex curas se convierten en apestados, y no pueden volver por sus parroquias". Pero las bajas, después de que los curas jóvenes toman contacto con el mundo, son inevitables: "En los seminarios se aprende que las mujeres son un peligro, la palabra placer está prohibida, y se ha vuelto al sistema de las disciplinas, los cilicios y el rezo del breviario", describe este sacerdote casado.

A veces la presión es tanta que es mejor poner distancia de por medio. Ángel Álvarez, de Dena, emigró a Argentina y concibió allí a sus hijos. La mayoría siguen siendo creyentes, pero otros, por el camino, se dejan hasta la fe. Domingo Seivane, de Ferrol, fue párroco y misionero en Angola, después viajó a Francia y leyó libros prohibidos: "Me enteré de la historia de la Iglesia y me hice agnóstico", cuenta. Al volver, esperó hasta que encontró empleo (como inspector de seguros), y entregó las llaves de la parroquia al obispado. Según el derecho canónico sigue siendo cura: "Yo no me borro de nada", bromea, "a lo mejor, cuando me muera, en el cielo me nombran párroco de nuevo".

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