La asociación de escritores PEN America recopiló el año pasado una lista de más de 1.200 autores cuyo acceso se ha restringido en bibliotecas o se ha retirado del curriculum de algunos colegios estadounidenses por la presión de asociaciones de padres
Si no te dicen que es una lista negra, casi pensarías lo contrario. Entre los más de 1.200 autores clasificados como indeseables, están algunos de los escritores más importantes de la literatura estadounidense moderna: John Steinbeck, Toni Morrison, Maya Angelou, Kurt Vonnegut… Hay varios premios Nobel de Literatura, pero también de la Paz, ya que entre los afectados están Elie Weisel, investigador y víctima del Holocausto, Nelson Mandela o Malala Yousafzai, la adolescente que se enfrentó a los talibanes por su derecho a la educación.
Todos ellos comparten esa lista pavorosa, y a la vez ridícula: la recopilación que ha hecho la centenaria asociación de escritores PEN America de los libros restringidos en bibliotecas de escuelas estadounidenses o eliminados del curriculum durante el pasado curso escolar. Pavorosa por la perspectiva de que muchos profesores no puedan pedir a sus alumnos que lean Matar a un ruiseñor, que un bibliotecario tenga que retirar de los estantes El señor de las moscas, o que un alumno que voluntariamente quiera leer Un mundo feliz reciba una reprimenda en vez de un premio.
La parte ridícula también es difícil de obviar: entre los libros que pueden perturbar a los alumnos, según algunos políticos y asociaciones de padres, están textos como una biografía de la cantante cubana Celia Cruz o un libro de la estrella de la NBA LeBron James. Si uno se pone a pensar mal, casi parecería que hay cierta obsesión con silenciar a las figuras públicas que no son blancas: entre los libros prohibidos hay biografías de las tenistas Venus y Serena Williams, de la ex primera dama Michelle Obama o de Jesse Owens, el atleta negro que le aguó los juegos olímpicos de Berlín al mismísimo Hitler.
Una agenda política
La impresión de que hay “algo más” se ve reforzada por las cifras generales que ofrece la propia PEN America: el 40% de los libros “prohibidos” tiene personajes prominentes que son de color y otro 20% incluye directamente en el título una referencia al racismo o la raza. Fuera de ello, la gran obsesión es el sexo y la orientación sexual: un 40% tiene personajes principales LGTBI y un 22% tiene escenas de sexo. El 100% de los libros eliminados estaba antes en la escuela como recomendación de un profesor o un bibliotecario, pero todos han sido restringidos por presiones políticas, administrativas o de los padres.
Viendo el mapa de las prohibiciones, parece claro dónde tienen más éxito esas presiones: solamente el estado de Texas acumula la mitad de los libros de la lista negra y en muchos otros como Florida, los republicanos han aprobado normas que prohíben las conversaciones sobre educación orientación sexual o género en clase en escuelas primarias. En Missouri es un delito enseñar en clase un gráfico que muestre los genitales y un profesor o un bibliotecario puede incurrir en un delito castigado con una multa de 2.000 dólares o hasta un año de cárcel por facilitar a un niño un libro que lo haga si no se considera que es “material científico”.
En varios estados del país, hay más facilidades para que los padres puedan vetar los libros que consideren “ofensivos”.
Esas normas se han convertido en armas muy poderosas, según denuncia PEN America, para unos 50 grupos organizados que están detrás de la mitad de los libros de la lista negra. Suelen denunciar algunos de ellos como “pornográficos” u “obscenos”, o dicen que pueden “incomodar” a los niños hablando de la discriminación racial. Muchos de esos grupos tienen vínculos con la derecha religiosa y otras causas conservadoras, pero en ocasiones los activistas que consiguen la prohibición de los libros en un determinado distrito escolar ni siquiera tienen hijos matriculados en sus escuelas.