El mundo debería estar organizado en espacios armónicos, como recoge Alexis Racionero en su nuevo libro, del que ‘Ideas’ publica un adelanto. Territorios homogéneos como los Pirineos o el Himalaya se dividieron por decisiones políticas
La ecosofía es la sabiduría de la Tierra. Su máxima es que somos parte de un gran cosmos natural. La naturaleza es la fuente de la que procedemos. Ella contiene todos los aprendizajes, si la sabemos escuchar.
El neologismo ecosofía proviene de la suma de ecología y filosofía. Se atribuye al filósofo y activista noruego Arne Naess, aunque es un término que nuestro sabio Raimon Panikkar ya utilizaba hace más de 20 años.
La principal diferencia con la ecología es que no está marcada por una visión antropocentrista. La ecosofía no se pregunta qué puede hacer el hombre por el entorno natural, sino cómo este nos enseña a nosotros. No piensa ni planea políticas de reciclaje o de bajo consumo energético para conservar la naturaleza. Su propósito es, más bien, la conexión y la vida en armonía con la naturaleza mediante un respeto casi divino. Al igual que en el primitivo chamanismo o en antiguas tradiciones milenarias como el taoísmo chino o el sintoísmo japonés.
La ecosofía no se pregunta qué puede hacer el hombre por el entorno natural, sino cómo este nos enseña a nosotros.
Percibir las armonías de la naturaleza, su vibración, su mensaje oculto, la lengua secreta de los árboles… Este es el lenguaje propio de la ecosofía, una forma de sabiduría que pone al reino natural por delante de la razón. La nueva y a la vez ancestral espiritualidad de la Tierra que cada día gana adeptos.
Como proponía Panikkar, tenemos que hacer la paz con la Tierra y vivir bajo el concepto de biorregiones. No se trata de segregar los espacios con fronteras artificiales sino de crear entornos naturales armónicos.
“El cometido del hombre no es el de dominar la naturaleza, sino precisamente el de cultivar: cultivarse a sí mismo y la naturaleza, precisamente porque no se pueden separar… No se trata de abandonar a la naturaleza salvaje a sí misma. El hombre debe cultivar la naturaleza, de igual modo que debe cultivarse a sí mismo. Yo no establezco separación entre cultivo del cuerpo, cultivo del alma y cultivo de la naturaleza”.
La ecosofía implica un equilibrio entre naturaleza y ser humano, en una relación no dualista. Más allá del reciclaje de residuos o de suavizar la explotación de recursos, Panikkar nos invita a afrontar la ecología de un modo mucho más radical. La civilización tecnocrática ha diferenciado la naturaleza del hombre. La agricultura ya no es cultivo ni cultura, sino agrobusiness. Hay que volver a establecer el equilibrio.
Ecología procede de la palabra griega oikos, que significa “hogar”. La ecología como ciencia medioambiental tiene en cuenta que la Tierra, nuestra morada, es finita. La ideología que la determina, la ética que propugna y las políticas en las que se traduce pasan por una economía restrictiva cuyo objetivo es no acabar con las materias primas y recursos naturales. Un discurso fallido: en las últimas décadas la explotación planetaria se ha acelerado y el calentamiento global ha alcanzado el código rojo. El deshielo funde los polos, sube el nivel del mar, las playas desaparecen y el paisaje se transforma vertiginosamente mientras el ser humano consume ávidamente pensando solo en sí mismo. Las intenciones del ecologismo son buenas pero insuficientes. Hace falta una verdadera conciencia de integración con la Tierra.
Además de medidas, acciones y manifestaciones ecologistas, el cambio pasa por la educación de los humanos como seres naturales, no como egoístas empedernidos fascinados por su dominio sobre el resto de las especies y el reino de la naturaleza.
Ciertamente, un modo de controlar el desarrollo humano desde un punto de vista ecológico es acotar el territorio natural al concepto de biorregión. Así pueden atenderse las necesidades de la tierra de forma específica y detallada. No puede ser que un territorio acostumbrado al cultivo de olivos tenga que plantar maíz o girasoles por los designios de un Estado centralizado y desregularizado, en manos de grandes corporaciones. Tampoco es comprensible que cadenas montañosas como los Pirineos o los Himalayas, por citar dos ejemplos, sufran la caprichosa escisión fronteriza en diversos Estados, cuando forman un solo territorio.
Son los valles, mares, ríos y cadenas montañosas los que establecen las características y las condiciones de un territorio, y es a ellos a los que hay que escuchar. Y aunque a corto plazo sea improbable, dado el funcionamiento del mundo y sus superpotencias, es algo que los partidos ecologistas deberían defender en sus programas. Solo así, tal vez algún día podamos empezar a dar pequeños pasos para llegar a este propósito de vivir en biorregiones.
Mientras no alcancemos este estadio de evolución y retorno a las biorregiones, pueden ser los habitantes de un territorio quienes limpien sus bosques, protejan las playas de las crecidas del mar o lleven a cabo tareas que los Estados han dejado de realizar. Las sociedades que tildamos de primitivas siempre se encargaron de cuidar una tierra que veneraban como el hogar que las protegía y daba de comer.
Tal vez deberíamos volver al animismo y comprender el trance de los chamanes para aunar hombre y naturaleza, ecología y ecosofía.
Alexis Racionero Ragué (Barcelona, 1971) es doctor en Historia del Arte, licenciado en Geografía e Historia y especialista en contracultura, filosofía oriental y el viaje del héroe. Este extracto es un adelanto de su libro Ecotopía. Una utopía de la Tierra, de la editorial Anagrama, que se publica este miércoles, 6 de julio.