La reivindicación del barrio de Opañel (Madrid) sobre un terreno cedido al Arzobispado muestra los choques y conflictos de intereses entre la política institucional y la reclamación vecinal.
Estos días celebramos el segundo aniversario de la lucha vecinal del barrio de Opañel (Carabanchel) por la recuperación para sus vecinos y uso social de un terreno, actualmente propiedad del Arzobispado.
En una época marcada por la forzada construcción de relatos y discursos conviene no olvidar esos pequeños episodios armados con prosa que rebosa dignidad y sentido de justicia.
Este relato breve condensa los protagonistas de una trama de intriga y desenlace inesperado. La todopoderosa Iglesia Católica en su versión del Camino Neocatecumenal (los Kikos), una Administración plegada y ligada por lazos atávicos a esa institución, un pueblo trabajador y humilde encabezado por mujeres combativas e indomables que se alza contra la tiranía…unas promesas y expectativas de cambio representadas por hijos de ese pueblo, catapultados a la cúspide de la cosa pública y al asalto de los cielos, depositarios de la fe de su gente.
La historia comienza en diciembre de 1988 con la aprobación en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid del Plan Especial de Reforma Interior (PERI) Glorieta Elíptica, que supuso, entre otras actuaciones, la expropiación a distintos particulares de los terrenos objeto de controversia.
Una vez que el terreno expropiado pasó a formar parte del patrimonio municipal, el Ayuntamiento formalizó un convenio con el Arzobispado de Madrid. Utilizando la fórmula de la permuta, se intercambiaron terrenos entre el Ayuntamiento y el Arzobispado. El valor de los terrenos entregados por la Iglesia resultósustancialmente inferior al entregado por la administración municipal.
Entre los terrenos que formaron parte de la operación se encuentra el conocido como «terreno de Opañel», con una superficie de 3.865 metros cuadrados que fue destinado a uso privado religioso.
El Convenio de Permuta se firmó en junio de 1992, siendo alcalde el señor Álvarez del Manzano (PP) y Arzobispo, el señor Rouco Varela. Formalmente el contenido y la tramitación seguida cumplían con el canon y apariencia de legalidad exigible, pero no es necesario recurrir a teorías conspiranoicas para reconocer que sin la especial relación de confianza, apoyo mutuo y fidelidades compartidas, el referido convenio no habría salido adelante en los términos en que lo hizo.
En el año 1995 la Parroquia Santa Catalina Labouré solicitó licencia conjunta de obras y actividades para realizar un Complejo Parroquial en «el terreno» calificado como de uso dotacional de equipamiento religioso privado.
La primera piedra se colocó el 29 de noviembre de1995, con la presencia del Arzobispo de Madrid, el Concejal de Distrito López Viejo (actualmente acusado en Gürtel, pidiéndosele 21 años de prisión por la presunta comisión de los delitos de prevaricación, fraude, cohecho, malversación, tráfico de influencias y falsedad documental, lo que le convierte en el acusado con la solicitud de pena más elevada) y la Concejala de Servicios Sociales, Elena Utrilla (feligresa de la parroquia y denunciada por irregularidades en el proyecto de concesión y construcción del Palacio de Hielo en Hortaleza, siendo concejala de obras, si bien el Juzgado archivó la misma).
A finales de 1998 se solicitó modificación de la licencia para proceder a una ejecución en tres fases. En agosto de 1999 se presenta el proyecto de la Fase II, que supondría la construcción del templo, del campanario y de las dependencias anexas al culto religioso.
La concesión de la licencia para ejecutar esta Fase II obligaba a realizar 15 plazas de aparcamiento en el exterior en los terrenos destinados a la futura Fase III, para ampliación del complejo parroquial.
Durante todo este tiempo la presencia del complejo parroquial no planteó problema alguno a los vecinos. De hecho muchos de ellos colaboraron en su construcción e incluso llegaron a realizar aportaciones económicas.
El cambio y origen del conflicto se produce cuando los vecinos tienen conocimiento del contenido de la Fase III. En el número de marzo de 2014 de la Revista ParroquialDuc in Altum, se indicaba que el proyecto se dividía en tres niveles, proyectándose una cripta con capacidad para unos 230 enterramientos, velatorio y un parking.
La reacción de los vecinos contraria a este proyecto fue inmediata. El párroco anterior les había pedido donativos para hacer un polideportivo, tal y como se representaba en el número 7 de la citada revista. El sentimiento de engaño se extendió por el barrio, provocado por una falsa promesa lanzada desde el púlpito parroquial, para cuyo desarrollo se habían realizado múltiples donativos.
En su lugar lo que de manera sorpresiva se les ofrecía era un lugar de enterramiento (en un distrito en el que ya existen seis cementerios y dos tanatorios) y un parking, que podría ser «disfrutado» por feligreses y el resto del barrio previo pago del precio que la parroquia estableciera. La finalidad lucrativa del proyecto se detectó rápidamente y la reacción vecinal fue inmediata.
La indignación se tradujo en una campaña de sensibilización y difusión contraria a la cripta y por destinar el terreno sobre el que se iba a hacer a un uso social. En este contexto surge la Plataforma Vecinal de Opañel y el apoyo de la Asociación de Vecinos Parque de Comillas.
Se recogieron más de 6.000 firmas, se presentaron preguntas en el pleno de la Junta de Distrito, se convocaron manifestaciones y concentraciones dominicales enfrente de la parroquia.
Pese a las explicaciones iniciales ofrecidas por el tándem Ayuntamiento/Arzobispado, los vecinos decidieron seguir adelante empujados por un profundo malestar y la necesidad de reparar el atropello. Empezaron a estudiar cómo se había podido llegar a esa situación y se pudo conocer que la parroquia carecía de licencia de primera ocupación y funcionamiento, así como que parte del expediente inicial de permuta se había perdido.
La reivindicación vecinal se concretaba en que no se hicieran la cripta ni el parking subterráneo y que la parte del terreno de la Iglesia sobre el que se iba a construir fuera destinada a uso social, previa transmisión, de nuevo, al patrimonio municipal.
La lucha fue adquiriendo cierta notoriedad y en un momento de surgimiento de partidos nuevos y elecciones cercanas contó con la visita, apoyo y participación activa de personas que actualmente ocupan responsabilidades de distinto nivel en el Ayuntamiento de Madrid.
Hubo negociaciones con la parroquia en diciembre de 2014 y se pactó una treguaentre ambas partes, por la que los vecinos cesarían las concentraciones enfrente de la parroquia y ésta se comprometía a no continuar las la construcción de las plazas de parking, ni la valla.
La parroquia conseguía que sus feligreses sólo escucharan durante las Navidades los cánticos celestiales y no las canciones vecinales, y los vecinos un merecido descanso. Mientras tanto, se emplazaban a negociar después de las fiestas navideñas.
Tal negociación no se produjo y la excavadora volvió a funcionar, así como la construcción de la valla. Por su parte, la administración se limitaba a señalar que el terreno era propiedad de la Iglesia y que no podía hacer nada.
Ciertamente la construcción de la valla y la construcción del parking de 15 plazas tenían soporte legal suficiente, pero los vecinos conocían que si se procedía al cercado del terreno, sería más difícil recuperarlo.
Para ello durante varias semanas se estuvo intentando evitar que se levantara el vallado del terreno, así como que se realizara un parking en superficie. Fueron mañanas frías y lluviosas del invierno de 2014, en el que muchas personas, colectivos, asociaciones y partidos políticos apoyaron la lucha de los vecinos de Opañel.
Cuando las fuerzas vecinales se debilitaron, las expectativas de cambio que se abrían en las elecciones municipales del 24 mayo de 2015 oxigenaban a las mujeres (principales protagonistas de esta gesta) y hombres que se negaban a aceptar que no hubiera solución a lo que se consideraba un abuso de poder.
Tras la recuperación del Ayuntamiento por la candidatura de unidad popular de Ahora Madrid, las ilusiones vecinales se vieron colmadas, y se dio por finalizada la etapa de movilización, pasando a la de delegación y confianza en la gestión que la nueva corporación hiciera.
Así, en diciembre de 2015 se traslada desde Gerencia de Urbanismo y la Junta de Distrito a la Plataforma Vecinal de Opañel una propuesta consistente en reparcelar la parte del terreno perteneciente al Ayuntamiento calificada como zona verde y el terreno vallado, consiguiendo una superficie más regular y aprovechable por parte de los vecinos.
En la práctica, esta propuesta mantiene la superficie de terreno ocupada por la parroquia y renuncia a recuperar el terreno reclamado, dejando al Arzobispado la última palabra sobre la reparcelación, dado que si no la acepta , todo queda igual.
La oferta fue discutida en la Plataforma, y aunque unánimemente se consideró que lo ofrecido se alejaba de lo previsto, con un poso de decepción, se aprobó por clara mayoría aceptarla y trabajar sobre ella pensando en sacar adelante un proyecto participativo, con implicación vecinal y de marcado carácter social.
Dado que previamente se había hecho una consulta popular (más de 1.000 participantes) sobre el destino que los vecinos querían dar al terreno, los resultados de la misma fijaban las prioridades (piscina, polideportivo o biblioteca).
Llegados a este punto, se trataba de mirar al futuro y no instalarse en una estéril reivindicación sin posibilidades de éxito, ¿por qué?.
Tras año y medio de lucha desigual, el cansancio y la ausencia de un horizonte de éxito, con un debilitamiento en el ánimo y fuerzas individuales y colectivas, habían provocado que la única carta que quedaba por jugar fuese la del cambio post electoral.
Desde Gerencia de Urbanismo y la Junta de Distrito se renunció a presionar al Arzobispado para alcanzar la reivindicación de máximos, optándose por una fórmula no traumática y carente de presión. Consiguientemente la Plataforma quedaba desarmada y aislada, enfrentada al dilema de seguir sola en la reivindicación, o renunciar a la misma en los términos que hasta ese momento se habían explicitado, colaborando con el Ayuntamiento en los términos que éste presentó su propuesta.
Ante un futuro incierto se optó por la fórmula que a corto plazo resultaba más viable, frente a una opción que estaba condicionada a una removilización masiva (inexistente e improbable ), y a la apertura de un procedimiento judicial en el que se declarara la nulidad de la permuta de 1992, costoso y de resultado imprevisible.
¿Ha de concluirse que era imposible conseguir el objetivo inicial?. No, pero exigía contar con una acción claramente decidida e incondicionada por parte de los responsables municipales de poner patas arriba las relaciones de privilegio en que se ha sustentado el incremento patrimonial de la Iglesia.
Sin esa voluntad, la alternativa que queda es medida soft que paradójicamente traslada la última palabra, y por lo tanto la capacidad de bloqueo al causante del problema.
Éste fue uno de los aspectos que más molestó a los vecinos, que desde el principio se optara por la propuesta de mínimos, sin tan siquiera haber barajado las medidas de presión, que sin duda existían.
La permuta de 1992, aunque legal, tiene zonas oscuras que permitían haber iniciado un proceso de nulidad de la misma.
El problema, el gran problema, es que la complejidad, el coste y la incertidumbre del resultado final convierten ese proceso en una vía muerta para los vecinos. Esta carta que ellos no podían jugar sí la podría haber jugado el Ayuntamiento. Un informe de sus técnicos sobre dicha operación, sin duda, sería demoledor. La cuestión es hasta dónde llegaba la voluntad política para hacerlo valer.
Y ésta no es una cuestión baladí, porque no hablamos sólo de una pequeña lucha en un barrio de la periferia de Madrid, sino de la práctica política seguida a la hora deafrontar conflictos de intereses con repercusión social. En el presente caso, confrontar con el Arzobispado seguramente habría provocado una reacción del mismo, y de sus medios afines, que una corporación bisoña y hostigada no estaba/no está dispuesta a asumir.
Construir pueblo, gobernar para la gente, o gobernar escuchando pueden significar mucho o ser eslóganes vacíos de contenido. Todo dependerá de la posición que se adopte ante la coyuntura que vaya surgiendo. Sin duda, abrir el melón del patrimonio eclesiástico en Madrid, y los intereses que lo promueven, llevado a un proceso más amplio de revisión sobre la riqueza inmobiliaria de la Iglesia.
Gestionar el cambio sin pisar callos es imposible, dado que obvia conscientemente la tensa relación existente entre aquél y el conflicto.
Afirmar lo contrario conduce a una ilusoria senda de conciliación de intereses difícilmente conciliables, que tiene como precio la asimilación y la ausencia de consecuencias transformadoras.
La transversalidad (trasfondo conceptual que subyace en el hacer, no hacer o hasta dónde hacer) hace agua cuando más allá del campo discursivo electoral se contrapone con realidades tangibles, explicitando sus límites como fórmula para solucionar litigios. Su recorrido y capacidad de fascinar es amplio en el plano abstracto pero deficitario a la hora de satisfacer intereses nada congeniables. No es posible contentar permanentemente a quienes parten de posiciones contrapuestas.
La fórmula win to win resulta atractiva para el marketing político pero la realidad y su complejidad la hacen inservible más allá del deseo de quienes defienden que se puede aplicar con carácter general.
La transformación real, la que atraviesa el barniz de los cambios superficiales no es compatible con la transversalidad, dado que ésta se sustenta en consensos que se muestran insuficientes para alterar el statu quo.
El determinismo conciliador (la obsesión por conciliar), la búsqueda de zonas de encuentro, ni es siempre posible, ni es siempre deseable. Es verdad que facilita construir un perfil de moderación y responsabilidad, y que habilita una mejor proyección en el terreno de la corrección política, obteniéndose la correspondiente dádiva laudatoria, presentándose como ejemplo a seguir frente al sectarismo de «los perdedores, izquierdistas o los que nunca consiguieron nada». Sin embargo, cada oportunidad que se deja pasar para inocular el virus del cambio real en el cuerpo social enfermo, se alejan las posibilidades de sanación del enfermo, llevándole eso sí, a un fantasioso mundo de ensueño en el que se le crea la falsa ilusión de curarse sin un tratamiento de choque.
Esta deliberada forma de hacer política, consistente en esquivar conflictos permanentemente, se traduce por ejemplo en que la remunicipalización del servicio de recogida de basuras en Madrid haya quedado aparcado en espera de un momento más idóneo (¡!) (el 17 de marzo salió el servicio a concurso para los próximos cuatro años); o que la auditoría ciudadana de la deuda en el Ayuntamiento no se haya llevado a cabo; o que la operación urbanística de Canalejas o el Taller de Precisión de Artillería (TPA) en Chamberí salieran adelante con la oposición de las asociaciones y movimientos vecinales.
Mientras tanto, quienes mantienen posiciones ganadas como consecuencia de procesos de privatización, liberalización y desregulación, consolidan los privilegios y beneficios obtenidos en esa usurpación de los bienes y servicios públicos que es la acumulación por desposesión.
En Opañel, no obstante, se ha conseguido mucho. No sólo la cripta no llegó a construirse, habiendo caducado la licencia para su construcción en febrero de 2015, sino que se eliminó la valla que durante quince años rodeaba todo el solar (zona verde incluida).
Además, se ha creado un impresionante grupo humano que ha ido creciendo al calor de la lucha y que ha permitido que gentes muy distintas se junten para conseguir un objetivo común.
Ellas y ellos no fallaron, la lucha no ha sido en balde. Han fallado quienes pudiéndose poner de manera incondicionada a su lado, utilizando su reivindicación como palanca que impulsara parte del cambio partiendo de un caso concreto, han optado por dejar que el paso del tiempo vaya erosionando las voluntades y llevando el conflicto a una fase de inanición.
Afortunadamente, la celebración del segundo aniversario ha contado con la presencia de nuevas caras, compañeros y amigos, que se sumarán al proyecto que todos esperamos salga adelante, y permita desarrollar las ideas que se tienen para el mismo. Testigos mudos de esta celebración han sigo el almendro y la higuera que los viejos del lugar vieron crecer, echar raíces y que estoicamente aguantan la soledad, el paso del tiempo y la culminación de un proyecto que además de ser útil para el barrio engrandece su figura.
Pero si resultara que el Arzobispado diera un portazo a la propuesta que el Ayuntamiento le va a presentar, los opañeleros, por si acaso, empiezan a templar sus dulces tambores de guerra.