Nadie puede llamarse seguidor de Mahoma si vulnera fundamentos del islam como el derecho a la vida
Convertirse en musulmán es muy fácil. Si se nace en una familia que lo es, solo será necesario que alguien cercano al recién nacido le recite la Xahada, la profesión de fe al oído. Si es un adulto el que quiere convertirse, bastará con decir esta frase que da testimonio de la unidad de Dios y de que el profeta Mahoma es su mensajero. Convertirse en musulmán es fácil, pero ser o no ser un buen musulmán ya es otra historia.
Desde el inicio del islam, de hecho, se discute sobre cuál es la mejor manera de ser un creyente como es debido. Si además hablamos de una fe que ha sido un proyecto político y no solo una forma de vida individual (qué religión no ha sido proyecto político, aunque ahora aquí nos parezca una idea ajena), las discrepancias sobre el cómo se había de ser musulmán llevaron a escisiones desde el principio. Bueno, para ser justos deberíamos decir que eran más conflictos por hacerse con el poder que por instaurar una u otra manera de entender el islam, pero la consecuencia derivada de esos conflictos sí son formas muy diferenciadas de concebir la práctica religiosa.
Poco después de morir Mahoma ya hubo una primera que tuvo como fruto el chiismo, pero ha habido otras a lo largo de la historia. Las religiones no van solas por el mundo, no se desvinculan del contexto donde nacen y se desarrollan. Las religiones se van adaptando a los contextos de sus nuevos creyentes y por ello las que no tienen mecanismos para hacer esta adaptación acaban siendo minoritarias. En el islam así pasó, con la expansión tan rápida que tuvo y con su implantación en territorios tan diversos no habría sido posible que arraigara si no hubiera sido por las múltiples formas en que se fue adecuando en cada sitio.
Por eso el debate sobre cómo debe ser el buen musulmán es inherente al islam, siempre se discute sobre temas que no han sido claramente definidos en un principio. Es otro elemento de las grandes religiones que sus textos tengan un lenguaje equívoco, una prosa que se preste a ser interpretado. Eran tantas las dudas sobre lo que hay que hacer para ser buen musulmán que desde muy pronto y solo en el sunismo surgieron cuatro escuelas jurídicas dedicadas a interpretar los textos.
La cosa se ha complicado hoy de manera exponencial. Primero tuvimos un fenómeno que incidió decisivamente sobre el mundo musulmán, el colonialismo. Fruto de este y de la descolonización vinieron muchos problemas, uno de los cuales es la creación de los Estados-nación que deberían pensar cada uno cómo relacionarse con el islam y cómo legislar sobre la vida de sus ciudadanos. Ahí siguen. Después llegaron el petróleo y el enorme poder de que dotaron a países como Arabia Saudí, donde la concepción política del islam es muy rígida. Más tarde las televisiones que difundieron una u otra forma de entender la religión, luego la globalización de la mano de un agente tan poderoso como internet.
Pero hay un fenómeno que ha sido decisivo en las últimas décadas, la inmigración. Si hay un espacio donde se piense sobre qué es o no es un musulmán es este. En tierras no musulmanas, los inmigrantes, pero sobre todo los hijos de los inmigrantes, se ven obligados, lo quieran o no, a plantearse la cuestión. A ojos de los que viven en el país de origen son siempre sospechosos, al borde de la apostasía, y las familias están pendientes porque en el mundo occidental es fácil perderse. Pero también la misma sociedad que los acoge los obliga a definirse. Este terreno, que podría ser un lugar fructífero para establecer un debate profundo sobre la relación entre religión y Estado, religión e individuo, identidad e inmigración, termina casi siempre en un guirigay hecho de tópicos, de prejuicios, de ideas preconcebidas y exiguas nociones sobre el islam. No hay que olvidar tampoco que las condiciones en las que se da este hecho no siempre son las más adecuadas para el debate. Muchas familias se esfuerzan por sobrevivir, las autoridades que las acogen no suelen ver como propios los conflictos indentitarios de sus hijos y pocos son los agentes que están sensibilizados.
Me estremece descubrir a mis coetáneos, hijos de la inmigración como yo, detenidos por terrorismo. No puedo entender qué puede llevar a alguien a adherirse a la propaganda de los que se autodenominan musulmanes. A todos los que se sientan tentados de hacer caso de estos que hablan en nombre de Dios les diría una sola cosa: que piensen cómo alguien empieza a ser musulmán, cuál es la base que fundamenta esta condición. Con la Xahada, se reconoce la figura de Mahoma. Así pues, ¿cómo puede alguien seguir definiéndose musulmán si vulnera principios fundamentales de su mensaje como el respeto a la vida y sobre todo la vida de los inocentes? ¿Se puede seguir llamando musulmán quien atenta contra una escuela? Propongo que, aunque sea semánticamente, se deje de definir así a alguien si vulnera principios fundamentales del islam.