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Dios nunca dice nada

A propósito de The tree of life (El árbol de la vida), la nueva película de Terrence Malick

Me propulso a los cines Landmark-Sunshine de Houston con la Segunda Avenida para ver The tree of life (El árbol de la vida), la nueva película de Terrence Malick, cineasta nada prolífico –solo ha rodado otros cuatro largometrajes en 40, todos ellos sensacionales– cuya obra, personal, filosófica y de marcado carácter religioso, va totalmente a contracorriente de una cartelera en la que solo parece haber comedias rijosas y aventuras de superhéroes. Pese a que en The New Yorker se han tomado ligeramente a pitorreo The tree of life, yo entro en el cine con la elevada moral de un creyente, dispuesto a asistir a una experiencia fílmico-metafísica de muchos bemoles.
Que la película empiece con una cita de Job debería haberme puesto en guardia, eso sí, pues a los 20 minutos observo que el señor Malick, por primera vez en nuestra relación, está poniendo a prueba mi paciencia. Aquí hay algo que no pita. ¿La falta de guion? ¿La belleza exagerada de cada plano, que deriva frecuentemente a lo relamido? ¿La excesiva carga religiosa del relato, plagado de personajes que hablan con Dios, que alzan impotentes sus brazos al cielo, que deambulan por el mundo como almas en pena mientras suena una música rimbombante? ¿Y qué decir de ese inserto larguísimo sobre el origen del mundo, en el que no faltan ni unos onerosos dinosaurios generados por ordenador?
The tree of life dura cerca de dos horas y media, pero uno tiene la impresión de que podría alargarse seis horas más, o 12, o tres días. Parece mentira que un hombre de la edad y la inteligencia del señor Malick aún no se haya dado cuenta de que intentar dirigirle la palabra a Dios es una de las experiencias más frustrantes a las que se puede prestar cualquier ser humano, porque Dios nunca dice nada. Hay, incluso, quien duda de su existencia. Por lo que tirarse dos horas y media hablando con un profesional de la sordera como el Señor no es, quizá, lo más adecuado, tal como está el mundo en general y el del cine en particular.
Salgo a la calle echando de menos al humanista que me ofreció Malas tierras, Los días del cielo, La delgada línea roja y El nuevo mundo, aparentemente sustituido por un cura que suelta unos sermones de abrigo.

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