No entiendo casi nada de física cuántica, pero sé que si no miramos en el interior de la caja, si no interactuamos con el sistema, el gato de Schrödinger estará vivo y muerto a la vez. Si resulta que somos unos cotillas, entonces se evaporará una de las dos posibilidades, y encontraremos al gato vivo o muerto. Pero solo pasará esto si penetramos en esta realidad oscura, gobernada por las leyes de la cuántica. Un paréntesis: en la paradoja que Schrödinger describió en 1937 a partir de la idea de que una partícula alfa rompería (o no) la botella donde estaba el veneno que tenía que liquidar al gato, ahora se ha sustituido la muerte del animal por un vaso de leche. Sin abrir la caja, nunca sabremos, en esta versión light, si el gato ha bebido o está sediento.
En realidad, yo quería hablar de Hawking y la existencia de Dios. Hasta hoy, Dios era como el gato de la caja. Podía existir o no. Y, como no había forma de ser observadores para incidir en el sistema, cada cual creía lo que quería. Existía y a la vez no existía. Ahora sabemos que Dios no creó nada y una de las razones que argumenta Hawking es que, de existir, no habría programado universos redundantes. Se equivoca mucho. Cuando un creador escribe y publica la misma novela cientos de veces, no es que no sea escritor: es que no sabe más y apuesta por valores seguros, aunque sean mediocres. Concluimos, pues, que Dios existe y que solo tiene imaginación para los best-sellers.