En Dinamarca, los «guardias» del grupo islámico Hizb-ut-Tahrir, vigilan los colegios electorales para disuadir a los votantes musulmanes de ejercer su derecho al voto. La democracia, según esta asociación prohibida en algunos paíse
Hizb-ut-Tahrir, que persigue el establecimiento de un califato mundial, actúa en los barrios donde existe una numerosa población musulmana mediante su “policía religiosa”. La función de esta policía para-estatal, es evitar que los musulmanes participen en las elecciones mediante la amenaza y la coacción. La violación de la “ley” impuesta por los mafiosos tiene consecuencias graves para el infractor y su familia, puesto que son condenados al ostracismo en el seno de la comunidad. Así, el musulmán que vota en un proceso electoral, es rechazado en la mequita, no podrá ser enterrado en el cementerio islámico y sus hijas tendrán dificultades para contraer matrimonio.
Estos “radicales”, no creen que la democracia y el islam sean conceptos conciliables, por lo que prohíben a sus hermanos de fe participar en cualquier tipo de comicios, aunque la comunidad musulmana “danesa”, en un notable porcentaje opta por la abstención, mostrando así su rechazo al “sistema” de cristianos y judíos.
Los “guardias” de Hizb-ut-Tahrir, como los “extremistas” que imponen la sharía en los barrios de Londres, no ocultan su identidad ni su rostro porque se saben impunes, y utilizan hábilmente el concepto de “multiculturalidad” como coartada para contravenir la legislación del país de acogida. Mientras tanto, los políticos prefieren no intervenir seducidos por el principio de no acción, que evita molestos altercados en las calles. Pero el “apaciguamiento” frente al totalitarismo, como finalmente descubrió Chamberlain, es un error que se paga muy caro.
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