Sabemos, o deberíamos saber, que el lenguaje crea la realidad. Y crea la realidad porque es la verbalización del pensamiento; y el pensamiento es el reflejo de nuestra percepción del mundo; de tal manera que lo que no se nombra no existe en nuestra mente, es decir, no existe, aunque sea real; y lo que se nombra pasa a formar parte de la realidad, porque es real en nuestra mente, aunque no exista. De ahí la importancia de lo que se piensa y de lo que se dice.
Ya sé que parece un juego de palabras, porque no es fácil explicarlo con claridad. Por poner un ejemplo muy sencillo sobre lo que quiero dejar claro, el monstruo del Lago Ness, dioses y mitos en realidad no existen, carecen de entidad, son invenciones de la mente humana, nadie los ha visto ni los verá jamás; pero en tanto en cuanto se nombran continuamente y se conforman en símbolos, acaban convirtiéndose en una contundente realidad para aquellos que creen en su existencia; tanta que para algunos pueden ser el centro de sus creencias y de su moral.
A la inversa ocurre lo mismo. Algo que no se nombra no existe. De ahí, por ejemplo, las seculares quemas de libros; de ahí las censuras y el control de la información por parte de dictaduras, o sectas, religiones y tiranías. Si yo no sé lo que es la libertad nunca voy a aspirar a ser libre. Si desconozco la verdad, seguramente consideraré como verdad la mentira que me cuenten como tal. Estas premisas son la base de la publicidad, del adoctrinamiento y de la propaganda política o ideológica. Y es ése el motivo de que se hayan fomentado hasta bien entrado el siglo XX el analfabetismo y la ignorancia por parte de los poderes fácticos. Y ése es el motivo también por el que hay partes de la historia, como la República española, que apenas se nombren; o que haya conceptos y palabras que se veten y sean palabras “invisibles” para el grueso de la sociedad.
En España una de esas palabras invisibles es “laicidad”. Según algunas encuestas un porcentaje altísimo de españoles desconoce su existencia y, por supuesto, su significado. No es nada extraño. Yo misma doy fe de que habiendo pasado por todos los niveles de estudios académicos, y habiendo tenido todo tipo de asignaturas y materias, nunca jamás, desde el preescolar hasta la universidad, nadie me habló de lo que es el laicismo o la laicidad. No existe el laicismo para mucha gente desinformada, porque hay ámbitos que se ocupan muy bien de alentar esa desinformación. Sin embargo, el laicismo es una realidad; incluso en España, donde la religión continúa marcando muchos tempos, tanto en política como en la sociedad.
Afortunadamente tenemos desde hace varios años algunas organizaciones laicistas que reúnen a muchos españoles que anhelan la separación de Iglesias y Estado, es decir, una sociedad democrática y plural. Una de esas organizaciones, Europa Laica, eligió los nueve de diciembre para celebrar el Día del Laicismo y de la Libertad de Conciencia. Y ello en honor al 9 de diciembre de 1931, fecha en la que se aprobó la Constitución de la II República española, y también en homenaje a la Ley francesa de 1905 de Separación de Iglesias y Estado, que se aprobó por la Cámara de Diputados de Francia el nueve de diciembre de ese año; una Ley que garantiza la laicidad y la democracia del Estado francés.
Las diversas organizaciones laicistas españolas han celebrado este día, 9 de diciembre, y la mejor manera de hacerlo ha sido reivindicando la laicidad y la derogación de los Acuerdos de 1979 del Estado con la Santa Sede (Concordato). Madrid Laica ha celebrado el Día Internacional del Laicismo con una concentración reivindicativa en la Puerta del Sol, organizada conjuntamente con otros colectivos laicistas, como Europa Laica, y organizaciones relacionadas con la defensa de los Derechos Humanos. En ella se leyó un comunicado en el que se denuncia, entre otras muchas cosas, el confesionalismo en las instituciones públicas españolas, la intromisión de las confesiones religiosas en la enseñanza, la financiación pública de las religiones y sus privilegios fiscales, la constante invasión de la simbología religiosa en los espacios públicos, la apropiación de bienes inmuebles de titularidad pública. Todas ellas “situaciones que impiden satisfacer derechos básicos amparados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
Es curioso y muy significativo que las religiones, que se autoerigen todas ellas como las poseedoras de la moral, sean las mayores oponentes y detractoras de los defensores de los Derechos Humanos. Quizás sea porque, como afirma con contundencia en una entrevista para la revista científica SINC el filósofo y científico Daniel Dennett, “la religión no es el motor de la moral, sino el freno que paraliza su desarrollo”.
Coral Bravo