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Día Internacional del Laicismo y la Libertad de conciencia

Las creencias personales son un asunto privado, el más privado de todos

El pasado día 9 de diciembre los laicistas y librepensadores españoles celebramos el día Internacional del Laicismo; día elegido por la asociación laicista Europa Laica, en su interés por tener una fecha conmemorativa que simbolice el empuje creciente del movimiento laicista español e internacional, cada día más consciente, y más extendido en la sociedad española y en todas las sociedades democráticas.

Europa Laica eligió los 9 de diciembre para tal conmemoración simbólica por referencia a una fecha clave en el desarrollo de las democracias occidentales: el 9 de diciembre de 1905, fecha de la proclamación de la Ley francesa de “Separación Iglesias-Estado”; a partir de la cual Francia se constituyó en un Estado realmente laico y, por tanto, verdaderamente democrático.

Pero, además, se eligió ese día como recordatorio y reconocimiento de una fecha clave también en la historia española, el 9 de diciembre de 1.931; día en que se proclamó la Constitución de la II República Española, hito en el laicismo español por contemplar Leyes y disposiciones de claro carácter laicista, equiparables a la Ley francesa mencionada, y que hizo que, por un breve espacio de tiempo, el laicismo formara real y efectivamente parte de la realidad de los españoles.

Europa Laica ha hecho público, en esta conmemoración, un manifiesto que deja muy clara la nefasta situación actual en España de la laicidad, que, como todos vemos y percibimos día a día, ha vuelto a ser, con la derecha en el gobierno, una utopía, un sueño a alcanzar. Empieza el manifiesto con estas palabras: “…Denunciamos la vulneración que en todo el mundo se hace del derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y expresión, fruto en muchos casos de la enorme influencia que las confesiones religiosas mantienen sobre los gobiernos, de forma muy diversa, marcando las políticas económicas, educativas, jurídicas, etc., en mayor o menor grado. Incluso, en pleno siglo XXI, hay Estados teocráticos y confesionales, en donde el dogma religioso es a su vez la ley civil, y en donde el crimen contra la libertad de conciencia y todo tipo de derechos de ciudadanía quebrantan el Estado de Derecho con toda impunidad.”

Palabras que sintetizan muy bien el indecente confesionalismo que ennegrece el panorama español. Y tan es así que llevamos años escuchando verdaderos disparates supersticiosos e irracionales, ni propios de niños de preescolar, de boca de los mismísimos gobernantes de la derecha, tan pía ella; disparates como encomendarse a los santos para salir de la crisis que ellos mismos han generado, o como destruir el empleo y pedir a la virgen que nos saque de él; o como recomendar a los parados la oración para paliar el estrés que les produce. Todo ello, por supuesto, ya sabemos, mientras algunas fortunas personales, las arcas de la Iglesia y el saldo de diversas cuentas de Suiza y otros paraísos fiscales crecen descaradamente.

No es ningún descubrimiento el hecho evidente de que allá donde se instala la religión se expande el nepotismo y la corrupción, se imposibilita la democracia, se impone la irracionalidad y la superstición, se extiende el fanatismo y la intolerancia, se promulga la incultura y la cerrazón a la hora de percibir el mundo, se detiene el progreso, se coartan las libertades, se frenan los derechos humanos, se anula el librepensamiento, se venera el oscurantismo y la sinrazón, y, atendiendo a lo más prosaico, se vacían con primor las arcas públicas; y privadas, de los que se dejen. No hay más que echar un vistazo a los estragos que hace el Islam en el mundo árabe, tantos como los ha hecho y sigue haciendo el cristianismo en Occidente, es más de lo mismo. Francia se convirtió en el paradigma de las democracias modernas a partir de expulsar a la Iglesia católica de los asuntos de Estado. Los países nórdicos son, igualmente, el único paraíso democrático del planeta precisamente por su laicismo.

A pesar de ello, y a pesar de lo que dice el clero al respecto defendiendo sus intereses, el laicismo no ataca ni desprecia a ninguna religión, ni a ninguna creencia, sea la que fuere. El laicismo exige, al contrario, el respeto a la libertad de pensamiento y de creencia o increencia. Y exige la asepsia confesional del Estado, en tanto que está obligado, como un espacio público, a atender en igualdad de condiciones a todos los ciudadanos, piensen como piensen y crean en lo que crean, en el dios cristiano, en el dios protestante, en Buda, en el becerro de oro o en un burro verde que vuela. Es lo mismo, las creencias personales son un asunto privado, el más privado de todos.

Argumenta el clero que el laicismo es radical. Aunque, como dice el inglés Pat Condell, hay asuntos en los que ser radical no sólo es oportuno, sino necesario. Si queremos vivir en un mundo justo y habitable, hay que ser radical defendiendo los derechos humanos, repudiando el crimen, la misoginia, la crueldad y la tortura, contra humanos o contra animales, dando espacio a la tolerancia, a la cultura, a la igualdad esencial de todos los seres que existen. Dijo Thomas Mann que la tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad. Y, como leí hace poco en el blog del politólogo François Coll, la laicidad no es, tan siquiera, una opinión, sino sólo la libertad de poder tenerla. Y, como dejó escrito el gran Shakespeare hace casi quinientos años, hereje no es el que arde en la hoguera, hereje es el que la enciende.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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