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Detengan el laicismo

En mi calidad de ateo condenado sin remedio a arder en los infiernos, en mi propio nombre y tal vez en el de muchos otros impíos y paganos, o simples partidarios de la estricta separación de la Iglesia y el Estado que propugnara para nuestro bien y su tormento el ilustre filósofo Baruch Spinoza, por dignidad, por la felicidad común o por caridad si lo prefiere, le reclamo que haga usted uso de su autoridad para detener de una vez esa diabólica campaña que dieron en llamar de profundización del laicismo.
 

Estimado presidente del Gobierno, conciudadano:

En mi calidad de ateo condenado sin remedio a arder en los infiernos, en mi propio nombre y tal vez en el de muchos otros impíos y paganos, o simples partidarios de la estricta separación de la Iglesia y el Estado que propugnara para nuestro bien y su tormento el ilustre filósofo Baruch Spinoza, por dignidad, por la felicidad común o por caridad si lo prefiere, le reclamo que haga usted uso de su autoridad para detener de una vez esa diabólica campaña que dieron en llamar de profundización del laicismo.

Vivimos los descreídos en constante zozobra, temiendo que de un momento a otro vuelvan a alzarse en las plazas los siniestros patíbulos del Santo Oficio. Ya es demasiada desgracia que se nos nieguen los cielos para que además tengamos que soportar esta angustia que no deja un minuto de reposo a nuestros espíritus torcidos.

Desde que iniciaron hace unos años la campaña por el laicismo, en aras de la promoción de los valores republicanos que les sirven a ustedes para rendir pleitesía un día sí y otro también a la Corona, no han cesado de aumentar la financiación con dinero público de la Iglesia católica. Se han negado ustedes en redondo, de tan laicistas como son, a retirar los crucifijos de la ceremonia de toma de posesión de los altos cargos de la Administración. Por fervor laicista perdieron en la anterior legislatura otra preciosa ocasión de modificar el Código Penal para permitir la libertad de aborto y propiciar que por fin las mujeres puedan decidir su maternidad sin tutelajes de ministros religiosos o seglares. Por fervor laicista sostienen con generosos fondos públicos allá donde está en su mano centenares de centros de enseñanza concertados dependientes de la Iglesia y dedicados en cuerpo y alma a adoctrinar a los niños en la recia moral de don Rouco Varela. Han encomendado la tarea de representarnos a todos ante el Vaticano al fiel soldado de la Obra Francisco Vázquez, que anda por esas tierras del Señor exhortando a los súbditos para que marquen en su declaración de la renta la casilla de la Iglesia católica. Envían a los más altos dignatarios del Estado a cumplimentar servilmente al pontífice Benedicto XVI, a obispos, cardenales y cuanto «encasullado» se les insinúe.

Ayer mismo me topé con el último sinsabor de esta serie, al leer el periódico y descubrir que en el pabellón que ocupa la Santa Sede en la Expo de Zaragoza se ha organizado un congreso que, bajo el disfraz de la ecología, tiene como verdadero fin predicar en contra de la teoría de la evolución de Darwin y a favor del llamado diseño inteligente. Sin duda no ignora usted que se denomina así a la versión posmoderna del creacionismo. Los apóstoles del diseño inteligente, que se han hecho fuertes principalmente en Estados Unidos con el apoyo entusiasta del presidente Bush, sostienen que es imposible haber alcanzado la prodigiosa variedad de criaturas que pueblan la Tierra sin que haya existido una inteligencia rectora del proceso completo de creación, esto es, en resumidas cuentas, un ser supremo y creador. Para fundamentar su tesis suelen exprimir con empeño sensacionalista los mil fallos que la obra de Darwin, como toda gran teoría científica, alberga, porque la ciencia avanza siempre de manera penosa, cometiendo y corrigiendo errores, a diferencia de quienes conocen toda la verdad de golpe por alumbramiento divino. Y dan por sentado que los fallos son en cualquier caso prueba irrefutable de la veracidad de su leyenda de la inteligencia superior, para la cual, desde luego, jamás se molestan en acreditar demostración positiva alguna.

La portavoz de la Universidad de San Jorge, Carmen Herrarte, animadora principal del concilio en cuestión, alega que la Iglesia «propone su verdad», sin atacar otras «opiniones». Claro que si de meras «opiniones» se tratara, no ve uno por qué no se ha de dedicar otro congreso en la Expo a narrar el viejo mito órfico según el cual la Noche de alas negras, diosa que inspiraba pavor al mismísimo Zeus, fue seducida por el Viento y puso un huevo de plata en el vientre de la Oscuridad, del que salió Eros y dotó de movimiento al universo. Puestos a opinar, ¿por qué no elegir un relato de la creación henchido de belleza y refinamiento poético en lugar del culebrón lleno de rencor contra la humanidad del Antiguo Testamento?

Dice también Carmen Herrarte que, frente a los científicos, la Iglesia posee «veintiún siglos de historia», por lo que «a lo mejor, tiene una perspectiva más amplia». Si se cae en la cuenta de que son hitos de tan dilatada historia el infame juicio a Galileo y la salvaje ejecución en la hoguera de Giordano Bruno, la alusión a la perspectiva del tiempo no deja de ser inquietante.

Pero no es asunto de opiniones más o menos extravagantes lo que aquí se ventila, sino de poder, de poder que doblegue a la razón, y de vulgar poder político, aparte de sucio lucro, por supuesto. Por eso las autoridades de la Expo reciben encantadas en su programación el congreso creacionista católico y nada menos que el socialista –califiquémosle así para entendernos- Juan Alberto Belloch, alcalde de Zaragoza, forma parte del comité de honor del tal concilio bíblico. Un paso más en el laicismo del partido del gobierno.

En el mismo periódico que recoge la noticia de la Expo leo una larga entrevista al actual presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández-Vara. A la pregunta sobre las enmiendas al 37 Congreso del PSOE que proponen ir más lejos en el carácter laico del Estado responde que «la laicidad no es más que profundizar en el respeto a la Constitución». El problema de nuestra Constitución, dejando de lado el incumplimiento constante de derechos sociales como el de la vivienda, el derecho al trabajo o el principio de progresividad del sistema fiscal, es que se forjó en una desigual negociación con la elite del franquismo. Y como consecuencia urde una democracia mediada por elementos autoritarios significativos. Por eso, cuando el artículo 16 declara que el Estado es aconfesional, menciona al mismo tiempo de forma expresa su colaboración con la Iglesia católica. Son ya tiempos en los que aspectos tan impropios de una democracia deberían haber sido suprimidos sin más de la Carta Magna. Pero, sin duda, Fernández-Vara no ha de verlo igual, porque más adelante, en la entrevista, asegura paladinamente: «no se puede acusar a los gobiernos socialistas de España de ir contra los intereses de la Iglesia católica cuando han sido los que más la han apoyado en su sostenimiento». Acabáramos. O sea que lo del laicismo iba de soltarle más tela que nadie a la Conferencia Episcopal.

Pues por eso mismo, señor presidente, porque por más que le haga usted de monaguillo no se ve a Rouco Varela muy dispuesto a sentarle a la diestra del Padre. Porque cuando se hace siempre lo contrario de lo que se dice acaba la gente perdiéndole a uno el respeto. Antes de que enloquezca de pasión laicista José Bono y se lance a las calles a evangelizar a los pobres ciudadanos a cristazos y ordene quemar todas las banderas republicanas. Antes de que nos obliguen a rezar el rosario a la entrada y a la salida del trabajo, se lo ruego, detenga este sinsentido del laicismo nacional católico en el que se han embarcado, deténgalo… por Dios.

PD.- Un día después de iniciar la redacción de este artículo, o carta, ocupa los medios de comunicación la noticia de que en el Congreso del PSOE celebrado este fin de semana han prosperado enmiendas que hablan de adoptar medidas a favor del laicismo como la eliminación de símbolos religiosos en actos oficiales y otras que piden revisar la legislación sobre interrupción voluntaria del embarazo. Podría haber modificado algunas partes del texto en atención a este hecho. Pero cuando reparo en el detalle de la noticia me percato de que la cosa sigue como siempre: lo de eliminar símbolos religiosos en actos oficiales se dice que se examinará con calma y sin imponer nada por ley (y si no hay ley que ordene que se quiten, imagino que los crucifijos continuarán presidiendo los actos) y para lo del derecho al aborto se designará una comisión de expertos que estudiará «los aspectos más progresistas de las legislaciones europeas con sistemas de plazos y de indicaciones». Es decir, sí pero no. Así que, para cuando haya algo de verdad en lo que se proclama de cara a la galería, también yo corregiré lo que digo.

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