Ya se fue el Papa, por fin. Y esta vez hay más razones para la esperanza, como diría él mismo. Su visita ha supuesto un fiasco de público, también de audiencia en la TV y, por primera vez, ha habido una clara contestación social. Ha habido manifestaciones y concentraciones en contra de su presencia, de su mensaje y de la situación de la iglesia en España. Ha habido muchos artículos sobre ello y la opinión en contra se ha hecho notar. Este Papa no es como el anterior que era un decidido protector de pederastas pero tenía aspecto de ancianito bueno y era capaz de tocar palmas de sevillanas ante el delirio de una muchachada folclórica. Este no. Este Papa no gusta ni a los suyos. Tiene cara de malo, no tiene carisma, es antipático y se dice que es un intelectual, lo que no gusta a las masas religiosas, ni a las otras que no entendemos que se pueda uno llamar intelectual y decir semejantes sandeces. El intelecto y la religiosidad fundamentalista y acrítica están reñidos. Si vas a decirles a las mujeres que se realicen en el hogar, lo mejor es que lo hagas mientras das palmas de sevillanas, para disimular. Decir esas cosas que dice este hombre mientras se cita a filósofos alemanes, es intragable.
Por si fuera poco el hombre no para de abroncar a todo el mundo. Juan Pablo II abroncaba también pero en medio de algo que parecía una juerga juvenil, la cosa era más llevadera. La gente cantaba sin parar, tocaba la guitarra, bailaba bailes típicos de sus países y coreaba eslogans. Para mí que no se enteraban de lo que aquel anciano les decía. Claro que él mismo no se creía mucho a sí mismo. Mientras hablaba de castidad dejaba que la pederastia y los abusos se extendieran por la iglesia y protegía a los menos castos de entre los suyos. Quizá por eso, sus broncas parecían menos broncas; además, no se oían entre la música, las risas, las canciones de todos esos chicos y chicas que gritaban ante su presencia como si estuvieran ante un ídolo musical. Pero con este Papa no hay manera de tomarse la cosa a la ligera. Es un Papa para gente muy seria y sus broncas no hay quien las ignore. Ver a este Papa y deprimirse es todo uno.
Así que no es como para hacerse cientos de kilómetros para aclamarle porque da la impresión de que a él las aclamaciones le dejan frío. Frío estaba también su recorrido por las calles de Barcelona a pesar de los autobuses fletados por el Opus en los que todo estaba pagado e incluido. Lo único un poco caliente del paseo fueron esos besos que se daban los gays y lesbianas a su paso. Más fría que un témpano fue la reunión con Zapatero si es que a esos 7 minutos se le pueden llamar reunión. El Papa aprovechó para abroncar también a Zapatero que, en mi humilde opinión, tenía que haber aprovechado el momento para sacarle la factura. Un poco fría parecía también Letizia, Princesa de Asturias, que ya sabemos que es atea. Era atea antes de conocer a Felipe y, como es lógico, es mucho más atea tras asistir a la catequesis impartida por Rouco Varela.
Para terminar, el rey le agradeció sus palabras de paz y no sabemos si era una broma, ua que, en realidad, sus palabras fueron de guerra, aunque no haya guerra. A este Papa le gustaría que anduviéramos quemando iglesias para así quejarse con razón. No hay nada más ridículo que regañar a diestro y siniestro y que nadie sepa a qué demonios se está refiriendo. Eso ha sido, creo, lo mejor del viaje, que el Papa predicaba ridículamente en el desierto, mientras que a los laicistas por lo menos se nos entendía. Esta vez se nos ha entendido y los mensajes han quedado claros. Ahora sólo falta que los entienda el gobierno.
Beatriz Gimeno es escritora y ex presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB)