Los valores cristianos se fundamentan en los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia y en las bienaventuranzas principalmente. Cuando se falla en estos principios morales el perdón viene a solucionar el desaguisado a través de la penitencia y el firme propósito de no volver a pecar. En realidad con esta forma de actuar, se forma un ciclo de pecado y perdón con un sentido muy utilitarista y a medida de cada uno, que puede llevar a la aritmética del placer, según los británicos Jeremy Benthan y Stuard Mill.
El perdón no solo es un bien cristiano en si mismo, sino un elemento esencial en la sociedad para la convivencia y que se extiende a la humanidad como un regalo frente a la idea romana del trato al enemigo y al vencido. Posiblemente unos de los elementos claves de la humanización versus la hominización, fue precisamente no sólo la compasión, sino en un sentido inverso, el perdón.
Es evidente que esta formulación se da en la sociedad y además se da de forma activa y participativa. En una sociedad española, con profunda raigambre cristiana, en que los valores y principios que emanan de nuestros antecedentes son católicos, y que no se dejan invadir fácilmente por la laicidad, van unidos consustancialmente a la cultura popular, muy por encima de valores más terrenales como el de la democracia, solidaridad, igualdad y de ese sexto sentido que nos hace ver la sociedad como algo de todos. Independientemente de nuestros bienes particulares existen otros bienes sociales que se administran desde los principios democráticos, y precisamente es en la administración de estos bienes, en donde, para unos, la caridad prima sobre la justicia. Prefieren la limosna frente al impuesto y el perdón de los impíos sociales frente a la sanción democrática y judicial que les corresponde.
Es por ello que la corrupción política instalada se trata de diferente forma según la ideología del electorado. Mientras que los que están poseídos por los valores cristianos del perdón lo practican en temas políticos y ejecutan aquello de “Yo voto al mío aunque sea un impío”. Por el contrario, los más laicos, ateos, descreídos, agnósticos, masones y otras gentes, no solo es que no apoyan a la corrupción, si no que se convierten en unos descreídos del sistema que la tolera y optan por aquello de “Que les den, que todos son iguales”.
Los sociólogos y los sicólogos conocen estas reacciones, por otro lado muy humanas, sobre todo cuando se carece del sentido de ese bien supremo del perdón cristiano, de la tolerancia ante el delito social (que no tanto cuando el delito es sobre intereses privados). Es por ello que crispar los ánimos en las campañas electorales, mentir descaradamente, formular silogismos falsos, sofismas, y el consabido y tú más, y otros artilugios verbales que luego son perdonados, convierten a las campañas electorales en una fuente de desánimo para aquellos que no entienden del cinismo, y es un martirio para aquellos que no comprenden las actitudes, aptitudes y modos de negar la evidencia, por un lado, o de magnificarla por otro, o también, desmintiéndose o negando lo afirmado.
La reacción del que está cabreado por la crisis, por la hipoteca, por la corrupción, por la propia sinrazón social en la que se está abocando, por cierto tipo de hacer política, llega a la conclusión antes aludida de que todos son iguales y consecuentemente a la abstención en los procesos electorales.
Creo que es bastante claro que el Partido Popular conoce los mecanismos y juega este juego, que es partidario de que todo vale, que la responsabilidad es cosa de quienes ellos quieren que sea y que esta no les implica a ellos, la oposición no es responsable cuando ellos están en ella y el poder todo lo puede cuando les pertenece.
Es por ello que existen serias dudas que estas prácticas sean democráticas al encerrar dobles intenciones, buscar el desánimo y la no participación democrática, así como desacreditar el sistema, pues quien lo preconiza, quizá se encuentran evidentemente mas cómodos en otros regímenes, a los cuales, nunca hicieron ascos y por consecuente, quienes practican estos modos, son de anémicos principios democráticos, lo cual no debe de importarles mucho por el consabido perdón que encontrarán en el confesionario, claro, siempre que le iglesia considere un pecado la anti-democracia, que no creo que sea el caso.
¡Que cruz llevamos a cuestas! Y hablando de cruces, recuerde que estamos en campaña de la renta, y como es normal tenemos que crucificar la casilla oportuna.