El auténtico poder popular está en retirada en Europa, y está bajo ataque por los que estridentemente afirman que son “demócratas”.
La semana pasada vimos que la no elegida jefa de la política exterior de la UE, Baronesa Ashton, se reunió con el nuevo “presidente” no elegido ucraniano, Aleksandr Turchynov, quien llegó al poder después del violento derrocamiento del presidente democráticamente elegido de ese país – por una rebelión respaldada por la UE.
La aclamación como “victoria para la democracia” de un golpe de Estado respaldado desde el extranjero en un país donde las últimas elecciones habían tenido lugar solo 12 meses antes fue verdaderamente orwelliana. Los deseos de los 2 millones de personas que manifestaron contra la guerra de Iraq en Londres en febrero de 2003 fueron descartados arrogantemente, pero los manifestantes en Maidán, aunque muy inferiores en número, simplemente tuvieron que salirse con la suya.
Ucrania, aunque es un dramático ejemplo, no es el único país europeo donde la democracia ha sido suspendida en los últimos años.
En febrero, Matteo Renzi se convirtió en el tercer primer ministro sucesivo no elegido de Italia. En realidad hay que volver hasta 2008 para encontrar la última vez en la cual un primer ministro italiano fue democráticamente elegido por el pueblo italiano.
Desde noviembre de 2011 hasta mayo de 2012, Grecia también tuvo un primer ministro no elegida, Lucas Papademos, ex vicepresidente del Banco Central Europeo.
En Hungría, el empresario no elegido Gordon Bajnai fue primer ministro desde 2009 a 2010.
Se hubiera pensado que habría habido una protesta masiva por esos eventos antidemocráticos en tres Estados miembros de la UE, pero no la hubo – por lo menos ciertamente no por parte de las elites europeas.
¿Qué pasa? ¿Por qué la democracia necesita ahora auxilio vital en Europa, si no está muerta todavía?
Los cambios económicos que han ocurrido en algo como los últimos 30 años han jugado un papel importante.
La era del neoliberalismo ha hecho que el poder político sea transferido de la gente de a pie al 1 por ciento. Actualmente, incluso en países europeos donde el primer ministro ha sido elegido, los gobiernos siguen políticas que apuntan a acomodar y complacer a las todopoderosas elites globales financieras, ya que saben que si las molestan, probablemente serán forzados a abandonar el poder. La introducción del Euro como moneda única ha empeorado indudablemente las cosas, pero incluso afuera, por ejemplo en Gran Bretaña, la democracia ha sido adversamente afectada por el impacto de la turbo-globalización.
Los principales partidos de izquierda y derecha han pasado a ser neoliberales y tan amigos del capital como pueden. En las elecciones nos vemos ante una elección entre partidos que ofrecen austeridad y privatización de la línea dura, austeridad y privatización ligeramente menos duras y austeridad y privatización ligeramente de la línea dura. Sí, existen partidos que ofrecen verdaderas alternativas como el Partido Respeto de George Galloway en Gran Bretaña, pero son deliberadamente marginados y sus dirigentes marcados como “extremistas” y rutinariamente difamados por los guardavallas del establishment.
La realidad es que solo partidos que aceptan el neoliberalismo pueden ser considerados para gobernar y solo políticos que se inclinan ante el gran dinero y el capital financiero pueden ser considerados como candidatos para primer ministro.
Todo es muy diferente de cómo eran las cosas hace 40 y 50 años. En aquel entonces, los votantes europeos occidentales tenían una verdadera selección de alternativas: socialismo, DeGaulleismo, socialdemocracia, democracia cristiana de viejo estilo, comunismo y conservadurismo tradicional estaban todos en el menú del que podíamos elegir. La política era interesante ya que había verdaderas diferencias entre los partidos y un debate maduro adecuado sobre los temas importantes. En lugar de insípidos tecnócratas en trajes clónicos, que simplemente hacen cualquier cosa que complazca a Goldman Sachs, teníamos carismáticos políticos con convicciones quienes inspiraban a su gente con sus visiones para su país – como ser De Gaulle, Kreisky y Palme. La tendencia era hacia mayor democratización, no menos: entre mediados y fines de los años setenta, probablemente, el nivel máximo de la democracia en Europa Occidental, España, Portugal y Grecia retornaron todos a la democracia después de años de dictadura.
Es interesante reflexionar sobre lo que era posible en la era pre-neoliberal.
Hace cuarenta años en Gran Bretaña, los votantes eligieron un gobierno laborista comprometido con la realización de “un cambio fundamental e irreversible en el equilibrio del poder y la riqueza a favor de los trabajadores y sus familias”. Tuvo éxito en reducir la brecha entre ricos y pobres a su más bajo nivel en la historia de Gran Bretaña. Los gobiernos laboristas de 1974-79 ampliaron la propiedad pública, aumentaron el nivel más alto del impuesto a la renta a 83% e introdujeron una segunda pensión basada en los ingresos. Si comparamos el manifiesto laborista verdaderamente socialista de febrero de 1974 con el lejos de ser socialista de 2010, podemos ver en qué medida las cosas han cambiado. (Y no podemos esperar que el manifiesto laborista de 2015 vaya a ser muy diferente). Como mencioné en mi último artículo de opinión, en la elección general austríaca de 1979, el canciller socialista Bruno Kreisky dijo que preferiría que su gobierno mostrara un déficit a que la gente perdiera sus puestos de trabajo. Como resultado, los socialistas fueron reelegidos con un 51% de los votos.
Por cierto, hubo defectos incluso antes de la era neoliberal, pero en general, los gobiernos reflejaron la opinión pública mayoritaria mucho más que en la actualidad. Esa era democrática fue un período de grandes adelantos para la gente de a pie, que vivió un aumento de sus niveles de vida al ritmo más rápido de su historia. En las famosas palabras del Primer Ministro conservador Harold MacMillan, la gente “nunca vivió mejor”.
¡Ay del gobierno europeo que actualmente haga “como Kreisky” y que ponga los intereses de su pueblo por sobre los de los banqueros y el capital extranjero! Basta con considerar el oprobio acumulado contra Hungría, cuyo gobierno democráticamente elegido ha estado tratando de devolver su sector de la energía a la propiedad pública para reducir los precios. El gobierno húngaro recibió en octubre una carta de la UE atacando sus políticas. La portavoz de energía de la Unión Europea, Marlene Holzner, dio un sermón a Hungría, advirtiendo que sus planes de reducir los precios disuadirían a inversionistas extranjeros: Si los precios al consumidor no reflejan el verdadero precio las empresas no entrarán al mercado por los pocos beneficios resultantes.
Desde los años ochenta, y particularmente en la última década, la política europea se ha americanizado. Importantes tópicos como la renacionalización son considerados “prohibidos” pero se nos permite –de hecho alienta a– hablar y discutir temas que de ninguna manera afectan adversamente la bancocracia o los intereses de la elite, como ser el matrimonio de personas del mismo sexo.
Como en EE.UU., la elite nos persuade que libremos guerras de cultura, de modo que no tengamos ni tiempo ni energía para luchar contra la elite. Solíamos bromear sobre la pequeña diferencia entre republicanos y demócratas, cómo eran solo dos alas del mismo partido favorable al gran dinero y cuán agradecidos debemos estar de que en Europa tengamos más alternativas. No nos imaginábamos que algún día la política europea llegara a ser la misma.
La UE, pesar de todas sus arengas sobre la “promoción de la democracia”, ha jugado, como la mal llamada Fundación Nacional por la Democracia (NED) de EE.UU., una parte crucial en la destrucción de la verdadera democracia. En todo el continente la gente protesta contra programas de austeridad impuestos por la Troika, pero no hay apoyo del establishment para los manifestantes en Europa Occidental, a pesar de que han sido mucho más pacíficos que sus equivalentes en Maidán.
Vimos un ejemplo clásico del desdén de la UE por la democracia cuando el pueblo de la República de Irlanda se atrevió a votar ‘No’ al Tratado de Lisboa en un referendo en junio de 2008. Irlanda fue presionada a volver a votar, un año después. La actitud de la UE es que si no votas ‘como corresponde’, es decir de la manera que queremos, tienes que seguir votando hasta que lo hagas. “Mira lo que pasa cuando votamos No”, se quejó el activista contra Lisboa Eugene Gorman, “¡Nos hacen votar de nuevo!”
También hay que tomar nota de los ataques contra el democrático no miembro de la UE Suiza por realizar un referendo sobre la inmigración y votar por limitaciones. La elite europea estaba furiosa. ¿Cómo se atreve un país en Europa a consultar directamente a su pueblo sobre el camino a seguir? “Los suizos se han dañado ellos mismos con este resultado. La correcta cooperación que hemos tenido en el pasado con Suiza también incluye que se respeten las fundamentales decisiones centrales tomadas por la UE,” advirtió el Ministro de Exteriores alemán Frank-Walter Steinmeier. El Ministro de Exteriores francés Laurent Fabius advirtió que la UE tendría que reconsiderar su relación con Suiza.
Lo importante respecto al referendo suizo no es si estamos de acuerdo con limitar la inmigración, sino si creemos que los países tienen derecho a tomar sus propias decisiones sobre éste u otros temas. Pero la actual elite europea odia que los países –y los pueblos de esos países– decidan por sí mismos. En febrero la vicepresidente de la Comisión de la UE, Viviane Reding, cuestionó si el pueblo británico sería capaz de tomar una “decisión informada” sobre la membresía en la UE.
La mayor ironía es que a medida que Europa se ha hecho menos democrática las elites europeas han aumentado su elocuencia en sus sermones a otros sobre la democracia. “La promoción de la democracia” se ha convertido en un gran negocio en una época en la cual el poder popular ha sido asfixiado en el interior.
Solo una reforma radical de la UE, o su abolición total, junto con el abandono del modelo neoliberal que transfiere el poder político de la urna electoral a la billetera, puede revertir las tendencias dañinas. Porque si la organización que domina Europa y el sistema económico bajo el cual el continente opera son fundamentalmente antidemocráticos, ¿cómo puede existir una genuina democracia?
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