Hoy piden disculpas. No es suficiente. Se necesita mucho más para reparar el daño, toda la atrocidad cometida contra niños indefensos que fueron vejados y abusados durante años. El escándalo relacionado con Marcial Maciel es el más paradigmático (por su influencia, por las características, y porque jamás fue juzgado por los hechos), pero no por ello dejan de ser importantes los que se han denunciado en otros países, lo que pone en evidencia la doble moral y la hipocresía con la que se ha conducido la jerarquía (que no los fieles) católica. En el caso mexicano esa jerarquía no ha dudado ni un momento en levantar su dedo flamígero, inquisidor, contra todos los que han luchado por ampliar libertades y reconocer derechos a quienes ellos han calificado de las peores maneras. Han acusado (y hasta excomulgado) a los que se han atrevido a legislar para garantizar el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y, con su influencia, han logrado que se criminalice a quienes en varias entidades han optado por interrumpir su embarazo (hay mujeres en la cárcel por este hecho y ningún cura pederasta, por ejemplo). En las últimas semanas no han tenido recato alguno en denostar a los legisladores que aprobaron los matrimonios entre homosexuales y al gobierno de la Ciudad de México por ser partidario de estas reformas, al tiempo que emprendieron una guerra abierta y declarado contra el PRD, acusándolo de golpear a la institución familiar. Se rasgaron las vestiduras (o más bien dicho las sotanas) aduciendo que su oposición no sólo tenía que ver con la perversidad de este tipo de uniones, sino con la defensa de los derechos de los niños, abiertamente cuestionados (son sus palabras), por la unión antinatural entre personas del mismo sexo y, sobre todo, por la posibilidad de adopción que estableció la nueva legislación.
Pero, vaya paradoja, son los mismos que no tuvieron empacho en defender al padre Maciel, de hacerse de la vista gorda porque no convenía enfrentar a los Legionarios de Cristo y a familias muy poderosas económica y políticamente hablando. Siguieron la política de oídos sordos frente a las evidencias acumuladas a lo largo de los años y hablaron de un complot contra la Iglesia cuando el entonces padre Alberto Athié pidió que se tomaran cartas en el asunto a partir de la confesión de estos hechos ominosos por parte de otro legionario, José Manuel Fernández, en su propio lecho de muerte (¿acaso lo que se dice en estas condiciones no se ha considerado siempre irrefutable para la religión católica?). Complicidad que se tradujo en el infierno (no de quienes promueven libertades y derechos), sino de niños (hasta sus propios hijos) que fueron violentados sistemáticamente por quien hasta hace poco pretendía ser canonizado. Demasiado tarde entonces para sus disculpas. El flagelo está hecho y la autoridad moral de la curia católica profundamente cuestionada. Se necesita mucho más que actos de buena fe (dice el dicho, y con razón, que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones), pues los daños son irreparables. En este caso, ningún obispo o cardenal hizo de su homilía un acto de excomunión o acusación. Por el contrario, callaron porque así lo han hecho siempre cuando ha estado de por medio el poder y el dinero (¿se puede explicar de otra manera la complicidad del Vaticano con el holocausto?). Pero en ese pecado llevan la penitencia. Son culpables por tolerar esos hechos y también porque siguen queriendo ocultar el sol con un dedo: basta con leer las declaraciones en el sentido de que hay muy pocos casos de abuso sexual clerical y que, en la mayoría de las denuncias, lo que se quiere en realidad es obtener dinero. Lo mismo de siempre, ninguna autocrítica, ningún arrepentimiento. Los abusivos son siempre los otros, los que afectan a la Iglesia (no son ellos con sus felonías, sino los que seguramente tienen oscuras pretensiones), son otros los que mintieron aún cuando ellos obligaron a falsear testimonios para proteger al fundador de los Legionarios. Otros, siempre otros. Y ellos, ¿cuándo?
Ser… o neceser
Al ver las imágenes en la televisión de las primeras bodas gay sentí orgullo por mi ciudad. Capital pionera en cuanto a derechos y libertades se refiere. Bien por los diputados locales. Bien por el jefe de Gobierno.