La ética y la moral no serán patrimonio exclusivo de nadie; y la bondad/maldad de los actos humanos no serán juzgadas por catecismos sino por la conciencia natural expresada en códigos convenidos de conducta válidos para la mayoría.
Empecemos por decir que el Antiguo Testamento está plagado de herejías, odios tribales, guerras interraciales y vindicativas, vicios y ordalías. La Biblia cristiana, menos convulsa, se redacta a mediados del siglo IV d.C., fallecidos ya los apóstoles; por lo que cupieron versiones dispares, incluso antagónicas. Y por ello también, las disidencias y los sectarismos: Libro de Enoc, Arrio, Nicea(325 d.C.), , Evangelios gnósticos y apócrifos, etc.
Este maremagnum de idas y venidas ideológicas no han verificado la consistencia de las ideas sino, por el contrario, han evidenciado la provisionalidad secular de los dogmas y de los preceptos religiosos, acomodados unos y otros no a la fidelidad ni a la coherencia, antes bien, a los intereses de la casta que está detrás de cada oferta religiosa. El depósito de la Fe, un cajón de sastre, donde caben tanto la sumisión sine conditione como la discusión escolástica, dentro de unos cánones fijados por Roma en encíclicas , en sínodos y en concilios.
Resulta paradójico, por otro lado, que este aggiornamento casi permanente ha facilitado que los cambios no hayan sido, salvo excepciones puntuales, bruscos ni radicales ;y ,por ende, la estabilidad haya sido la razón de la pervivencia y cohesión eclesial durante más de veinte siglos. Los vaivenes temporales se superaron desde la férrea disciplina de la curia vaticana y la organización piramidal en todo el orbe católico.
Se me alcanza , también, que la personalidad y talante de cada uno de los papas sí imprimen carácter y afecta a la organización del colectivo en su quehacer terrenal ; que se manifiesta , sin remover las cuadernas de la nave, en un mayor o menor acercamiento al mundo y a sus propios fieles. De ahí que el ejemplo de los últimos pontífices Pablo VI, Juan Pablo II y Francisco sea una clara lección de esta diferente comunión intereclesial. Por fin, con Francisco, más cerca de la realidad del hombre/mujer concretos y más lejos del oropel y el poder mundano.
Cuando esta sabia virtud de supervivencia de los mandatos de la Curia se trunque por agotamiento del mensaje, el cambio devendrá por obsecuencia práctica. Y así, por el acortamiento y/o consunción del cuerpo social, la Iglesia y sus congéneres serán un residuo que subsistirá en pequeños grupúsculos de escasa presencia en la escena pública, sobre todo sin la parafernalia catequética de hoy. Como no existe la ciencia infusa, tampoco la religión infusa.
De este modo, el laicismo consiguiente cohabitará sin histerias ni confrontaciones violentas con los variados grupos de creyentes adaptados a fortiori a la nueva situación social. La ética y la moral no serán patrimonio exclusivo de nadie; y la bondad/maldad de los actos humanos no serán juzgadas por catecismos sino por la conciencia natural expresada en códigos convenidos de conducta válidos para la mayoría.
Y , entre tanto, el diálogo del hombre con su dios será un ejercicio íntimo directo , sin intermediarios; como preconizaba el filósofo jesuíta Theilhard de Chardin al final de su vida, mediado el siglo XX. Desde ese momento crucial, las tres más importantes religiones monoteístas, no argüirán tramposamente la naturaleza divina de las ideas religiosas, porque se comprobará el perverso e inútil efecto, en sus versiones de Yahvé ,Cristo y Alá que, para desgracia de la especie, han sido ( y lo son, todavía) responsables de más muertes de personas, por conflictos bélicos, que todas las producidas por pandemias, terremotos , tsunamis y hambrunas de la Historia.
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