Adherirse a un grupo social por voluntad propia suele tener consecuencias irreversibles sobre el pensamiento individual libre. Participar de este protagonismo colectivo imprime un espejismo de superioridad en el individuo, que conducirá a la práctica de una intolerancia irracional hacia otros individuos, así como a la pérdida de identidad del propio sujeto, que adoptará la opinión grupal como opinión propia, y la adaptará una y otra vez a las renovadas directivas de los líderes, a los que nunca necesitará cuestionar –en lo fundamental. Se adscribirá a mensajes de tinte universal, aunque con matices imperceptibles de intolerancia –a menudo de base genético-nacional, religioso o pseudointelectual-, necesarios para justificar la superioridad del grupo.
La anterior definición nos invitará inmediatamente a pensar en sectas tradicionales, pero el nuevo siglo y el libre pensamiento exigen ya la universalidad del término. Podemos encontrar comportamientos profundamente sectarios en la política y los gobiernos de toda índole, en la caduca Iglesia Católica, en el mundo militar, en las normas internas de la empresa privada, y por supuesto, en el deporte -cuyo máximo exponente español es el fútbol-; grupos –en mi opinión- nocivos para la construcción de una sociedad de pensamiento totalmente libre.
El caso más evidente que necesita actualizar su denominación de origen es la Iglesia Católica –“La Puta de Babilonia” como la llamaban los albigenses y recoge magistral y descarnadamente en su libro del mismo nombre Fernando Vallejo. Han sido hasta hoy “la secta verdadera”. Vemos como el nuevo Papa parece inmerso en una lucha personal contra la corrupción, la pederastia, la inmoralidad, la falta de ética y principios cristianos en el seno de la Iglesia. Y si esto ha sido necesario, ¿por qué millones de acólitos aún formaban parte de este grupo que permitía la corrupción, la pederastia, la inmoralidad, la falta de ética y traicionaban el mensaje de Cristo? La respuesta es protagonismo egoísta y superioridad sin esfuerzo a cambio, promesas de un mundo mejor después de la muerte y gratis, a cambio solamente de renunciar al libre pensamiento.
Todos perdonaron los excesos de la Iglesia, decían que eran pocos los que lo hicieron, todo fue el libre albedrío divino, el ser humano es imperfecto y somos humanos…. Siempre excusas de mal pagador, argumentario eclesiástico tradicional; y ahora que el nuevo Papa cambia el mensaje, todos actualizan el pensamiento de repente. No lo hicieron antes, sí ahora. Siempre se hace después de que lo autorice el líder. Se sigue a la Santa Sede, no a Dios, porque la doctrina católica abandonada durante toda la existencia de la Iglesia –vuelvo a recordar el libro de Fernando Vallejo como una cruda radiografía de la historia de la Iglesia católica-, nunca fue reivindicada masivamente por los fieles con un repudio generalizado a la Institución. Las ovejas siempre estuvieron allí, aunque el pastor y líder fuese el mismo diablo.
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