Comprendo perfectamente que lo del velo es muy complejo. Desde luego, asumo absolutamente que un pañuelo en la cabeza no es un burka ni un niqab (que deberían prohibirse ya, como decía Soledad Gallego Díaz en El País, antes de que estalle la polémica). Pero me sigue sorprendiendo la insistencia en comparar el hiyab con gorras, tatuajes o piercings porque el hiyab es un pañuelo que se pone sólo la mujer para que sea ella, y no él, la que…da igual: lleve sobre sí los signos de la identidad cultural (ellos nunca están obligados a cargar con esos signos) para que demuestre su sumisión a un hombre o a un dios, lo mismo da; para estar “protegida” ocultando lo que se considera objeto de excitación erótica a los hombres en la cultura musulmana: el cabello y el cuello…Por todo eso, las mujeres deberíamos, cuánto menos, encontrar que dicha prenda es un signo que está ahí para señalar la desigualdad de las mujeres que lo llevan y por eso tenemos que sospechar de cualquier argumento que trata el hiyab de forma acrítica. Simplemente, el hiyab es mucho más que un pañuelo. Me sorprende, me sigue sorprendiendo, que nadie mencione la igualdad entre los sexos en el debate por lo que estoy en mi derecho de pensar que este principio “se cae” con mucha más facilidad que otros.
El hiyab es un símbolo que recuerda a las mujeres que no son iguales, ya que está ahí para que ellas accedan al espacio público demostrando que a pesar de que se encuentran en ese espacio tradicionalmente reservado a los hombres, no por eso dejan de llevar la sumisión y el mundo de lo privado siempre consigo; están en el espacio público, sí, pero dejando siempre bien claro a qué ámbito pertenecen en realidad, al privado, a ese dónde no está en juego la ciudadanía. Están en el espacio público como mantenedoras de la identidad religiosa o cultural de su pueblo, como posesión de un hombre o de un dios, como diferentes, como marcadas por la necesidad de ocultar lo que se consideran atributos eróticos, luego en realidad sexualizadas. Por esa razón, muchas feministas islámicas y hombres profeministas de origen islámico mantienen una lucha contra el signo de la sumisión femenina y por la igualdad de las mujeres. Desde una perspectiva feminista deberíamos apoyar al feminismo que surge en la cultura islámica, y no al antifeminismo. Como dijo Elisabeth Badinter durante este mismo debate en Francia: “El velo es un símbolo, y si perdemos la batalla por ese símbolo, estamos perdidas”. Yo también lo creo.
Dicho esto, en el debate se está mezclando todo. Este debate está circunscrito a las menores y al ámbito de la escuela, no tiene que ver con las mujeres adultas. Que no me lo comparen con las monjas; que yo sepa las monjas tienen que ser adultas para profesar, y si no es así, debería serlo. Una niña o niño se supone que no puede tomar determinadas decisiones para sí misma. Nos parezca lo que nos parezca el velo nadie está hablando de prohibir el velo a las mujeres adultas, como nadie nunca ha sugerido que se prohíba la práctica de la religión católica porque enseñe y fomente la desigualdad entre los sexos, cosa que hace. Aquí, de lo que se trata es de tener claro que la escuela debería ser ese lugar en el que se ofreciera a niños y niñas la posibilidad de aprender la igualdad; debería ser ese lugar en el que fuera de presiones familiares, de grupo, religiosas, o sociales, niños y niñas tuvieran la posibilidad de experimentar, al menos durante un tiempo y en ese espacio reducido, la posibilidad de la igualdad. Es una cuestión simbólica sí. La niña que lleva el hiyab en la calle y se lo quita al entrar a la escuela (como hacen en Francia) y se lo vuelve a poner al salir, no experimentará, quizá, gran diferencia en su vida con ese pequeño gesto de quitárselo durante unas horas. Pero ese gesto le permitirá disponer de unas horas para experimentar que la igualdad es un valor que el Estado defiende y apoya; ella dispondrá de un pequeño espacio libre de presiones y eso, unido a una educación laica e igualitaria, quién sabe, puede que la ayuden a aprender que es bueno ser iguales y ser libres. Pero, al mismo tiempo, ese pequeño espacio de la escuela pública en el que el Estado ha decidido apoyar sin titubeos la igualdad entre los sexos, es un gesto y un símbolo para todas las mujeres y para todos los hombres. De otra manera, lo que las mujeres sentimos es que nuestra igualdad, nunca del todo conquistada, depende de mil y una consideraciones de todo tipo, pero no es un valor “fuerte” de la democracia. Está claro que no lo es teniendo en cuenta lo poco que se le nombra y lo fácilmente que se prescinde de él.
En este sentido, lo más sensato de lo que he escuchado ha sido lo que ha dicho la Ministra Aido y se lo agradezco: “No me gusta ningún velo”, parece poco, pero en esta situación es casi lo más que se puede decir y, por cierto, mucho más de lo que están diciendo casi todos.
Beatriz Gimeno es escritora y ex presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales