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De células y laicismo

En su esfuerzo de casi una década por seducir a los votantes más radicales de la derecha de EU, el Partido Republicano canceló la investigación médica de vanguardia.

De la larga lista de errores de George W. Bush, ninguno puede tener la implicación histórica de su guerra contra la ciencia. Por razones puramente electoreras, Bush le dio la espalda al progreso médico de la humanidad, al efectivo control poblacional en el Tercer Mundo y, de manera crucial, a la lucha contra el calentamiento global y el uso de energías renovables. El gobierno de Bush fue una pesadilla para las organizaciones no gubernamentales que se dedican a promover el control de la natalidad mediante (entre otros métodos) los anticonceptivos o a sensibilizar acerca de la interrupción del embarazo. Pocos la pasaron peor que el Fondo de Población de las Naciones Unidas, el organismo que ha trabajado de manera valerosa desde hace casi 40 años para informar y guiar a millones de mujeres en 150 países. El gobierno de Bush le retiró cada centavo de apoyo al UNFPA por sus supuestos nexos con el aborto en China. En realidad, el Fondo de Población nada tuvo que ver en el asunto, pero eso importó poco a Bush, quien se encargó de echar llave a los recursos públicos estadunidenses.

La historia de las células madre es todavía más dramática. En su esfuerzo de casi una década por seducir a los votantes más radicales de la derecha de EU, el Partido Republicano canceló la investigación médica de vanguardia. Desde el primer hasta el último día de su mandato, Bush hizo la vida imposible a los científicos que intentaban avanzar en ese campo fundamental de la medicina moderna. No sólo les negó cualquier apoyo financiero significativo, sino que restringió hasta el ridículo el número de “líneas” (la materia prima del análisis) con las que podían trabajar. Las consecuencias han sido evidentes: Estados Unidos ha perdido años valiosos en la competencia con el resto del planeta en ese rubro en particular y la humanidad misma ha puesto en una larga pausa su comprensión cabal del mundo que le rodea. En ambos campos —el control poblacional y la investigación médica— Bush ha respondido sólo a intereses ideológicos y electorales. Lo mismo podría decirse del absoluto menosprecio del gobierno republicano por el calentamiento global. Ha sido, pues, una desgracia. Hoy, las cosas comienzan a cambiar. Antes de que se cumpla una semana del principio de su presidencia, Barack Obama ha tomado dos decisiones cruciales. Primero, ordenó que el Fondo Poblacional de las Naciones Unidas vuelva a recibir apoyo. No ha sido un viraje inesperado. Desde que las medidas de control natal se anunciaran en 1984 (curiosamente en la Ciudad de México), los gobiernos republicanos se han dedicado a prohibirlas y los demócratas a permitirlas. Aun así, la decisión de Obama ha sido aplaudida con toda razón. Borrón y cuenta nueva. Por el estilo va el anuncio de la FDA, la agencia encargada de la seguridad de medicinas y alimentos en Estados Unidos, de permitir los ensayos con células madre en un grupo de estudio. Serán diez pacientes los que probarán los alcances de la reconstrucción con células troncales: la posibilidad de que tejido nervioso dañado por lesión o enfermedad pueda ser sustituido por nuevas fibras que partirán de la inyección de células madre. De tener éxito, el experimento abriría la puerta para la cura de enfermedades como el mal de Parkinson y daría nueva esperanza a personas con lesiones nerviosas de gran calado, como los parapléjicos. Vale la pena aclarar que el propio Obama no se ha manifestado aún con claridad sobre los alcances de la política de su gobierno en cuanto al tema de las células troncales. Pero seguramente lo hará pronto. Sería una enorme sorpresa si no convierte el rechazo dogmático de Bush en una nueva etapa de libertad científica. Hacerlo representa un paso indispensable en algo que, desde la campaña, parecía importarle al hoy presidente: el rescate de la razón y el laicismo en la vida pública, asunto urgente para la salud democrática de un país de la diversidad de Estados Unidos.

Lo que nos trae (breve pero crucialmente) de vuelta a México. La noticia de que un grupo de senadores panistas pretenden emular a George W. Bush y restringir la investigación con células troncales en nuestro país es profundamente lamentable. Lo es por los científicos mexicanos, que ya la pasan suficientemente mal con las instalaciones y los fondos que reciben. Y lo es por el admirable espíritu laico del Estado mexicano, una de las pocas virtudes de las que puede presumir nuestro país. No soy de los que se desgarran las vestiduras cuando ven a Felipe Calderón pontificar sobre lo que es, en su opinión, una familia afortunada en un encuentro organizado por la Iglesia católica (aunque el autor de ese discurso merecería entrar en paro técnico). Pero que el partido en el gobierno pretenda regresar el país al Medioevo es otra cosa completamente distinta. México ha tardado siglos y ha derramado sangre en poner distancia entre la Iglesia y el Estado. Comprometer por convicciones irracionales el desarrollo del conocimiento nacional hecho por mexicanos es un atentado contras las generaciones futuras. Y representa lo peor del Partido Acción Nacional.

camarahungara@hotmail.com

Desde el primer hasta el último día de su mandato, Bush hizo la vida imposible a los científicos que intentaban avanzar en campos fundamentales de la medicina moderna.

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