Recientes experimentos de neurociencia intentan explicar la fe
Los últimos avances en neurociencia atribuyen a una combinación de sustancia químicas y necesidades fisiológicas la aparición de religión y la idea de Dios.
El ser humano, a pesar de del proceso cultural, es presa fácil del miedo y la incertidumbre que le atenazaban hace miles de años. Los pequeños problemas de la vida diaria y las grandes preguntas provocan estrés neuronal, induciendo hasta cien cambios diferentes en el cerebro. Para balancear la carga, surgió la religión.
Como recogen el antropólogo Lionel Tiger y el neurólogo Michael McGuire en el libro God's brain (El cerebro de Dios), publicado en Estados Unidos la pasada primavera, la religión tiene un efecto balsámico sobre el cerebro.
Mediante la recopilación de decenas de investigaciones científicas apoyadas en las modernas técnicas de neuroimagen (resonancia magnética, tomografía o magnetoencefalografía, los autores cogen fuerza para explicar la función de la religión. Según explican, la experiencia religiosa libera neurotransmisores como la serotonina la dopamina y hormonas como la oxitocina, que dan paz al cerebro, restaurando su equilibrio.
En una serie de experimentos realizados con monos por McGuire, los científicos pudieron establecer una relación directa entre el estatus social de cada individuo dentro del clan y el nivel de serotonina, un neurotransmisor que funciona a modo de recompensa para un cerebro estresado.
'Fitness' cerebral
En humanos, los más recientes trabajos de neurociencia y religión muestran cómo la fe en Dios reduce los síntomas de la depresión y favorece el autocontrol, mientras que la meditación mejora algunas capacidades mentales.
Los autores reconocen que hay otras formas de conseguir reducir el estrés neuronal, como hacer deporte o una cena agradable. Pero las otras actividades sociales no tienen los tres elementos que dan utilidad a la religión: socialización positiva en comunidad, los rituales y una creencia, generalmente en la otra vida.