Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Crítica a “Gracias a Dios la religión es un negocio”

En otro de sus provocadores textos, Gabriel Andrade afirma, al hilo de la constatación del hecho de que cada vez la religión se mezcla más con los negocios:

“No soy religioso, y por ello, me importa un comino que la espiritualidad de la religión se corrompa. En cambio, sí simpatizo con el materialismo y la consecución de la prosperidad económica, y en ese sentido, opino que el negocio de la fe puede contribuir a la producción de riquezas en una sociedad. La mentalidad anti-capitalista teme los negocios; yo no comparto ese temor. Yo opto más bien por la mentalidad emprendedora que favorece el comercio. Y, si la religión promueve el comercio, entonces, por transitividad, debo simpatizar con esa faceta de la religión”.

            El comercio es bueno. Como X favorece el comercio, simpatizo con X. Es el razonamiento que subyace. Pero ¿y si X en vez de religión fuera el proxenetismo o la venta de órganos de niños? También favorecen el comercio: obligar a prostituirse a mujeres en ciertos locales mantiene el negocio del local, crea demanda de bebidas alcohólicas que abastece otro empresario, que a su vez contrata a trabajadores para producirlas y distribuirlas, etc. Incluso la brujería es un negocio, por ejemplo en México. En África también: según esta noticia, los órganos humanos para brujería se venden y compran por miles de euros. Supongo que a la vista de lo anterior podemos ponernos de acuerdo en algo mínimo: cualquier forma de negocio no vale, no basta con que algo, X, produzca negocio o genere comercio, habrá algunos mínimos éticos necesarios además para poder aprobarlo moralmente (y/o legalmente). Otra cosa será determinar cuáles son esos mínimos éticos, pero algunos tendrá que haber. Y, entre ellos, uno debería ser que el producto no sea falso. Ahora bien, ¿la religión puede ofrecer algo que no sea falso?

            Andrade menciona la venta de indulgencias como incentivo comercial. Cito:

“el capitalismo no es un juego de suma cero, y el supuestamente explotado, puede salir también beneficiado. Las ventas de indulgencias tuvieron consecuencias económicas positivas para todos. Con la venta de indulgencias, hubo mayor motivación para que el vulgo buscase producir más riquezas para sacar a los familiares del purgatorio. Creció el incentivo al trabajo”.

O no, no lo sé. No tengo datos de si la venta de indulgencias promovió o no la economía de hecho. Pero lo que sí me genera dudas es la afirmación de que su venta motivó el trabajo. En aquella época, precapitalista, era harto difícil generar beneficios, pues la economía era de subsistencia y el poco excedente agrícola acababa requisado en forma de impuestos a la Iglesia o al señor feudal, sin dar oportunidad al comercio. Impuestos que no se reinvertían después en economía productiva sino en lujos o guerras inviables. En ese contexto, por mucho que trabajara un campesino, de poco le iba a servir económicamente hablando. Esas indulgencias, para el campesino, solo podían llevarle a gastar en nada (eso son las indulgencias) los pocos ahorros que tuviera si tenía alguno. En cuanto al noble, con lo que gastara de su riqueza en indulgencias, en vez de en inversiones más productivas, flaco favor hacía a la economía.

Por otro lado, las indulgencias corren el riesgo de ser una “burbuja”: si aumenta su demanda, aumenta el negocio, lo que puede generar un excesivo optimismo que lleve a plantear inversiones futuras basadas en esa expectativa que, si luego se van al traste, lo arruinan todo. Supongamos que la basílica de San Pedro se quedara a medias si la venta de indulgencias decae (por las críticas protestantes, por ejemplo). Las mismas loas a la basílica y a las indulgencias por promover el comercio se convertirían ahora en lamentos por la ruina de todo aquel que hubiera invertido pensando en el negocio que iba a generar esa basílica a su alrededor. El caso es que las inversiones basadas en humo, en especulación (como son las indulgencias o toda aquella desvinculada de la producción real) son de alto riesgo, y estimular su propagación por los rápidos beneficios a corto plazo puede ser económicamente irresponsable a largo plazo. Y, si no, que se lo digan a los bancos que se enrolaron en los préstamos subprimeantes de la crisis.

Por último, Andrade relaciona religión con comercio y paz mundial:

La religión sí sirvió para dirimir conflictos y mantener la cohesión social en los albores de nuestra especie. Pero, mucho más que la religión (la cual puede propiciar intolerancia que se manifiesta en tremenda violencia), el comercio ha servido para suspender la violencia. La mejor forma de garantizar la paz entre distintos grupos, es asegurando el comercio entre ellos. (…) En función de esto, me parece muy razonable postular que, uno de los mecanismos de los cuales se ha valido la religión para mantener la cohesión social y la suspensión de la violencia, es a través de la comercialización de lo sagrado.

No creo que una cosa lleve a la otra. Desde un punto de vista histórico, no me parece que la religión haya estimulado el comercio ni mucho menos la paz, más bien al contrario. Las religiones lo que han reforzado han sido los vínculos comunitarios y el sentimiento de pertenencia, al tiempo que han fomentado el odio hacia los otros que no son de la misma religión-comunidad. Y, en ese sentido, han obstaculizado tanto el comercio como la paz. Las normas propiamente religiosas son absurdas o arbitrarias, y tienen que serlo si quieren ser religiosas. Normas relativas a tabúes alimentarios, a rituales o a formas de vestir son como son (en el sentido de absurdas) por dos motivos: para demostrar la fe religiosa y para distinguir a sus seguidores de los demás. Yavé no le pidió a Abraham que le demostrara su fe cuidando a su hijo sino ¡sacrificándolo! Exigir algo lógico o de sentido común no es prueba de fe, por eso la religión obliga a cosas estúpidas. Ninguna religión obliga a creer en las leyes de Newton o en las ecuaciones de Maxwell para ser santo, pero sí obligan a creer en seres invisibles, en nacimientos virginales o en resurrecciones, o a no comer carne de cerdo o no cortarse el pelo jamás en la vida. Lo que sirve, además, para lo segundo que decíamos: distinguir al creyente del gentil, infiel o pagano, en definitiva, de los otros. Y esto no facilita sino que dificulta el comercio y la paz, puesto que conduce a restringir las relaciones entre los miembros de la misma comunidad y a desconfiar e incluso odiar a los impíos de las demás.

Lo que sí que ha estimulado el comercio, el desarrollo económico y la paz ha sido precisamente lo contrario: la secularización y el debilitamiento social de la religión. Eso es lo que, en cierto modo, posibilitó el protestantismo y le hacía afín al capitalismo en lenguaje de Weber. Al reducir la religión a lo íntimo o privado y desvincularla de lo público, se abría la posibilidad de la comunicación, y con ella el comercio, entre unos y otros, con cualquiera, independientemente de su religión. Dejaba de ser un obstáculo en tanto que resultaba irrelevante. La religión, así, podía ser muy fuerte en un sentido privado, pero nula en el plano público. Cuando un individuo es capaz de ver enfrente de sí a otro individuo, y entiende que ambos están ligados por las mismas leyes, independientemente de su religión, eso genera la confianza necesaria para negociar y comerciar (pues el comercio se basa en gran parte en la confianza mutua). Pero si uno es un creyente que lo que ve enfrente es a un impío, difícilmente negociará con él porque solo esperará algo malo de su parte: su desconfianza impedirá el negocio rico y fluido y sembrará el terreno para la violencia y la guerra a la mínima provocación.

Las mega-iglesias de EEUU que comenta Andrade solo son supermercados religiosos dentro del mercado de la religión existente en ese país y cada día en muchos más. Las religiones actuales actúan más al modo capitalista que religioso. Su modo de actuar es cada vez más toyotista en vez de fordista: en lugar de grandes religiones iguales para todos, vemos una fragmentación del universo llamado espiritual en donde cada religión-empresa ofrece productos personalizados a gusto del creyente-consumidor. Una fragmentación de las grandes religiones que a su vez ofrece productos sincréticos con elementos de diversas de ellas. Así, hoy día uno puede ser cristiano y santero a la vez, o budista con toques hinduistas, o ateo new age. Pero no es que la religión estimule así el mercado, sino que el mercado utiliza la religión porque hay consumidores que la demandan. Y, además, la ofrecen a medida y a la carta. Y a las religiones tradicionales no les queda más remedio que adaptarse o desaparecer. Puede que entre religión y negocio haya una correlación, pero la relación de causa-efecto no va de la religión al comercio sino al revés: el mercado es la causa que estimula cierta religiosidad en tanto que hay creyentes-consumidores dispuestos a consumirla. Pero esto nos lleva a lo del principio: que haya demanda de un producto no quiere decir que su negocio sea solo por eso ético ni beneficioso.

En cuanto a la paz, ya lo hemos dicho: la religión no solo no la estimula sino que la dificulta. Basta con mirar históricamente a las cruzadas medievales, a las guerras de religión en la Europa del siglo XVII, al conflicto en Irlanda del norte hasta hace poco, o a Palestina, Siria o Irak ahora mismo.

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.

Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share