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Cristianos a escondidas

La minoría cristiana en Israel, de origen o conversa, profesa su religión en secreto por temor al rechazo familiar y social. Siglos de antisemitismo pesan en la psique del país

Mariam lleva en el dedo índice un anillo de madera de olivo de Belén. Durante el día lo gira para ocultar la pequeña cruz que tiene tallada. Por la noche lo deja escondido en el coche antes de entrar a casa. Su nombre es falso, como todos los de este reportaje. Su historia es, por el contrario, tan real como la de otros cristianos de origen judío que viven su fe a escondidas por miedo al rechazo social y familiar.
 Mariam nació y creció en Israel, en una casa nacionalista religiosa judía donde existía un «antagonismo total» hacia el cristianismo. Cuenta que siempre sintió una atracción inexplicable hacia las iglesias. Un día la imagen de una virgen la llevó a entrar en una. Conoció a un cura y comenzó una revolución espiritual en el más absoluto secreto. Hace seis años su marido descubrió un mensaje de móvil que aludía al Nuevo Testamento. Luego hurgó en su bolso y encontró un rosario y un icono. «Me dijo que se iba a divorciar y quedarse con los hijos. Consulté a mi sobrina abogada, la única persona de mi entorno que conoce mi conversión, y me aconsejó negar la mayor. Juré ante mi marido que nada era mío, que era todo un error. Él sabía que no era del todo cierto pero dio marcha atrás. Desde entonces compartimos techo, pero cada uno hace su vida. Tan solo seguimos juntos por los niños».
 El miedo a ser descubierta se ha convertido en una constante. Mariam conjuga como puede su fachada judía y su interior cristiano, que la llevó a bautizarse en secreto el año pasado. «En casa no rezo ni doy la más mínima posibilidad de que sospechen, aunque suponga renunciar a fechas importantes. Tampoco asisto a misa los domingos porque es el día en que muchos israelís van a la iglesia como curiosidad y nunca sabes si habrá alguien que te conoce. Siento que miento todo el tiempo. Me digo constantemente a mí misma que es una situación temporal, aunque sé que no es verdad».
 En Israel los cristianos no están perseguidos y hay una comunidad histórica formada por palestinos. Pero siglos de antisemitismo, conversiones forzadas y persecuciones en nombre de Cristo pesan mucho en la psique colectiva del Estado judío. Según una encuesta efectuada en el 2008 por el Centro de Relaciones Judeo-Cristianas de Jerusalén, un 48% de israelís judíos aboga por restringir las actividades de las iglesias en el país, un 51% por promover la emigración de los árabes cristianos y un 45% no cree que las autoridades deban respetar la libertad de culto para los cristianos.
 El fenómeno de los 90
 La emigración masiva al país desde la difunta Unión Soviética trajo en los años 90 un nuevo fenómeno: la llegada de cristianos con derecho a establecerse en Israel al tener al menos un abuelo judío. Obsesionado por la guerra demográfica con los palestinos, Israel dio entrada a decenas de miles sin más conexión con el judaísmo que un apellido convenientemente rescatado del baúl de los recuerdos o un documento falsificado. Zeev Janim, jefe investigador en el Ministerio de Absorción israelí cree que los cristianos apenas suponen entre 5.000 y 7.000 del millón de habitantes de la ex-URSS que emigraron a Israel. «La sociedad no les ve con buenos ojos, pero no ha habido un flujo masivo», señala.
 Es el caso de Natalia, activa desde los 13 años en una comunidad católica de su Rusia natal. Solo uno de sus abuelos era judío. Suficiente para emigrar a Israel. También para que un obispo rompiera su sueño de dedicarse de lleno a los Evangelios. «Me dijo que mi nacionalidad no estaba clara. Fue un golpe duro, pero me ayudó a tomar la decisión de emigrar a Israel, que fue sobre todo socioeconómica. Cuando me presenté ante el cónsul ya sabía que tenía que ocultar que era cristiana. Escribí que era atea. Me sentí rara, como una traidora a mí misma».
 «Al llegar busqué una comunidad de cristianos que hablase en ruso. En los primeros años participé mucho, aunque era un secreto. Estaba en el armario religioso . La mayoría de mis amigos aún no lo saben. No cogía vacaciones en Navidades por miedo a que se notase. En misa me ponía en lugares alejados y no salía a comulgar». No respondía al perfil, pero Natalia temía ver revocada su ciudadanía israelí, pues la ley que la permitió emigrar excluye a los hijos de madre judía que hayan «cambiado voluntariamente de religión».
 Sara, de 39 años, creció en un kibutz. No se define como cristiana. Pertenece a los «judíos evangélicos», judíos que creen que Jesús es el Redentor. Un día fue al trabajo con una cruz en el cuello. Una compañera la reprendió: «¿Lo haces por llevar la contraria o qué?». Fue la primera y la última vez.

Recelo ante la cruz

La Inquisición, los autos de fe y las expulsiones son cosa del pasado, pero el símbolo de la cruz sigue generando en muchos judíos un rechazo de raíz histórica que llega a nuestros días. Según un estudio del Centro de Relaciones Judeo-Cristianas de Jerusalén, un 23% de la población judía de Israel se siente «notablemente o muy molesta cuando se cruza por la calle a un cristiano que lleva la cruz». En algunas escuelas, los profesores cambian la forma de la letra “t” y enseñan a sumar con un signo de adición incompleto para evitar formar una cruz.

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