No cabe duda de que existen formas y parafernalias en el boato y el protocolo que pueden transmitirnos ciertas imágenes más propias de otro tiempo, en el que el poder omnímodo de la Iglesia se ponía de manifiesto con su permanente presencia en la vida social y pública, lo que marcaba nuestra imagen exterior. No hace mucho lo vimos en Sevilla, en la toma de posesión del arzobispo coadjutor y ahora lo percibimos en otros actos, donde el afán de notoriedad contrasta con la humildad y la sencillez que predican de otros de la vida pública democrática. En días pasados, dos hechos me han llevado a reflexionar acerca del tema. El primero ha sido la consagración de España al Corazón de Jesús, en el Cerro de los Angeles, recordando aquella otra que se hiciera en 1919, en una época en que el país sí que era confesional. El segundo ha sido la llegada a la sede Primada de Toledo de Braulio Rodríguez, quien sustituye como arzobispo al cardenal de capa magna Antonio Cañizares, actualmente en un dicasterio romano para el culto divino y la disciplina de los sacramentos. Dos ceremonias puntuales desde luego, pero a las que brevemente me referiré. Con respecto a la primera de ellas, parece como si entre los jerarcas de la Iglesia existiera un cierto malestar contenido por el poco interés mostrado por la Casa Real hacia dicho acontecimiento del catolicismo español, en el que el cardenal Rouco Varela nos ha vuelto a recordar que "España es una nación marcada en lo más profundo de su alma y de su ser histórico por la profesión de la fe católica"; por ello, él mismo, se preguntaba si se pueden "encontrar hoy caminos de un futuro pleno de los bienes que constituyen y aseguran la dignidad de la persona y el bien común de todos sus hijos e hijas abandonando la fe de sus mayores". El presidente de la CEE, en el acto de Getafe, volvió a comparar la situación que hoy vivimos con "las incertidumbres" que se dieran tras la Gran Guerra, asegurando que "el camino de la descristianización no conduce a ningún futuro". Parece no haberse enterado Rouco de que vivimos en un Estado aconfesional, que camina hacia el laicismo, ni que él mismo personifica a los obispos, pero en modo alguno a los ciudadanos, a quienes tan sólo representan nuestras autoridades y, por supuesto de forma simbólica el rey, como jefe del Estado que es. Por eso, éste ha hecho bien en no acudir al acto del Cerro de los Angeles, ya que la España que él mismo representa viene marcada por la Constitución y es claramente aconfesional. No deberían pues confundirse los actos católicos, o de cualquier otra confesión religiosa, con los actos políticos, no debiéndose inmiscuir jamás los obispos en cuanto emana de la soberanía popular, por muy peregrinos que pudieran parecerles sus planteamientos. Con la actitud mostrada por el monarca hemos avanzado un poquito más hacia el sano laicismo que muchos deseamos.
El segundo acto al que deseo referirme por contraste con el anterior constituye para mí otra representación, basta y antigua, del sometimiento del poder civil y de sus instituciones a los jerarcas de la Iglesia católica. Digo esto porque, con la llegada del Primado a su sede en Toledo, hemos vuelto a ver en la Puerta de la Bisagra a las autoridades municipales, con su alcalde a la cabeza, rindiendo pleitesía al nuevo prelado, como si se tratara de un acto sacado del túnel del tiempo. No cabe duda de que el primer edil socialista se ha sometido al poder religioso, no solo en su espera a pie de coche oficial para trasladarse junto a aquél hasta la catedral, sino cuando a toda una corporación municipal bajo mazas se la sitúa en línea para saludar al nuevo arzobispo, lo que genera una confusión de fondo que, desde luego, excede y mucho de la propia cortesía y de las correctas relaciones con la Iglesia. A juicio de Alternativa Laica, dicho acto debería haber sido al revés, es decir, que fuera el arzobispo quien cursara la visita a la corporación municipal y a su presidente, quien sí encarna a toda la ciudadanía de Toledo, mientras que el mitrado es tan sólo el representante de una confesión religiosa. Dicho colectivo laico considera que un acto como el de días pasados es ajeno a las prácticas protocolarias de los tiempos actuales y, desde luego, pone de manifiesto una vez más una conducta de algunos poderes públicos no exenta de oportunismo, al confundir de forma intencionada los gestos hacia los jerarcas católicos con guiños hacia un cierto sector del electorado. Emiliano García Page, como alcalde socialista que es, debería haber tenido claro que las autoridades no pueden intervenir en la vida interna de las asociaciones religiosas y que debería existir autonomía de lo político frente a lo religioso, aunque sólo sea por pura estética ante la ciudadanía, que en modo alguno podrá entender que, con dinero público, se ayude a perpetuar una imagen sacada de la jurisdicción de Clío.