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Consejos de un padre ateo a su hijo

Muchas veces los ateos se ven en situaciones de cómo abordar los temas religiosos con sus hijos, en una sociedad donde ellos son minoría. A cierto ateo salido de ambiente católico, le preguntó una vez su hijo de 12 años: ¿Papá por qué no vamos a misa? El padre al comprender que la pregunta era un producto de la observación natural de su hijo entrando a su adolescencia en un ambiente extrafamiliar católico, le respondió: Hijo, yo no suelo ir a misa todos los domingos porque no me gusta, lo hago cuando eso involucra una solidaridad con amigos y familiares en momentos de dolor y alegría en ciertos ritos católicos; bodas, misa de muertos, bautizos, principalmente. Pero si tú, hijo, quieres que yo te lleve a misa, con gusto lo hago todos los domingos. La respuesta de conducta del hijo no mostró interés por seguir la disciplina del creyente católico, sin embargo las dudas del hijo siguieron latentes al sentirse diferente con respecto de muchos miembros de la sociedad. Un día le dijo a su padre una frase más directa de su inquietud metafísica: ¿Papá por qué no somos religiosos?

El padre era diestro a explicar su ateísmo a sus amigos y familiares, pero sentía que esa destreza no era suficiente para explicarle a su hijo. Entonces el foco de la imaginación se le vino encima, y al mejor estilo de las fábulas de Esopo o las parábolas de Jesús, le dijo a su hijo:

Había una vez, un niño llamado Donoso de tan sólo 8 años de edad, cuatro años menor que tú. El niño jugaba con su muñeco David, el cual tenía una corona en su cabeza y una espada en su mano derecha. Su padre se lo había regalado en su último cumpleaños. Era su muñeco preferido y el niño llegó a tener una excesiva obsesión por su espadachín amigo David, con el cual cruzaba espadas en un infantil juego, común a todos los niños a esa edad. Para Donoso el muñeco hasta le hablaba y le decía consejos al oído, y estos consejos regulaban su comportamiento de imaginación infantil. De pronto los padres de Donoso que eran muy religiosos se empezaron a preocupar por la relación de Donoso con su muñeco guerrero. La gota que derramó el vaso, fue cuando vieron que su hijo mostraba rasguños en la cara que los asustados padres no podían entender, hasta que Donoso le dijo que era que David, aunque algunas veces era alegre y bueno, a veces no lo era y se ponía bravo. David, decía Donoso, le había pegado porque no le hizo caso cuando estaba semidormido para que le trajera su espada. Entonces David en su furia, decía el niño, agarró la espada y empezó a jincarme la cara con ella.

Los padres estaban preocupados y Don Donoso hombre muy religioso, le consultó a su cura párroco que podía hacer al respecto. El cura, el cual era muy moderno, no le salió con asuntos de diablo o posiciones demoníacas, argumentos que mucho se usaban antes, sino que le recomendó ir a ver un psiquiatra infantil. Lo primero que el psiquiatra recomendó es quitarle el muñeco de inmediato, y traerlo a múltiples citas para convencer al niño que su amigo David no existía. La cosa se complicó porque Donoso aunque ya no tenía el muñeco, decía que lo veía bajar de la azotea de la casa y que todas las noches lo visitaba.

El muñeco le decía con frecuencia que aunque ya no estuviera allí con él siempre, él lo esperaría en algún momento en el mundo de David, donde mandaba. A partir de allí el amigo de Donoso se convirtió en un amigo invisible para el resto, pero no para Donoso, que con frecuencia platicaba con él; ante el asombro de sus padres de ver a su hijo hablando al vacío a un amigo imaginario. Fueron muchas las citas con el doctor que los padres pagaron para la salud de su hijo Donoso. La cura llegó al fin, en la adolescencia, más o menos a tu edad hijo, pues fue en ese período que gradualmente su amigo imaginario fue desapareciendo a medida que el joven descubría el mundo.

En su edad adulta Donoso fue un gran profesional y era ateo, y mucho peleaba con su padre quien era un hombre muy creyente. Al estar sentado con su padre en una reunión familiar a punto de disfrutar un suculento almuerzo, su padre se paró e invitó a orar al Dios cristiano al tiempo que besaba la imagen de un crucifijo que reposaba al lado de sus cubiertos. Pedía dar gracias por los alimentos que el Señor les había dado. Donoso pensaba en sus adentros, cuánto se esforzó mi padre para borrar de mi memoria a mi muñeco David ancestro de su Jesucristo martirizado en su cruz, para que él siga hablando al vacío, a su amigo invisible, Dios.

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