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Confesión pública

No me imagino a Mariano Rajoy y a José Luis Rodríguez Zapatero confesándose públicamente con el obispo de Murcia, como lo hicieron días pasados en California Obama y Mc Cain.

Bien es verdad que el obispo de Murcia no es comparable con el reverendo Warren -un pastor protestante que vende libros como churros- pero también es cierto que no hay obispo español que se le parezca. Tampoco Rajoy o Zapatero se parecen nada a Mc Cain o a Obama: Mc Cain se ha dolido de haber fracasado en su primer matrimonio por no haber sido buen esposo y los pecados de Rajoy quizá no tengan nada que ver con el matrimonio. Tampoco, por lo que se ve, Zapatero podría dolerse de algo semejante, pero menos de haber tomado drogas y alcohol en su juventud, como hizo el arrepentido Obama, el muy pillín. ¿Eso quiere decir que los dos líderes de los partidos mayoritarios de España no tienen pecados de juventud que confesar? Seguramente sí y, si fueran capaces de hacerlo, es posible que la transmisión de esa hipotética confesión pública con el obispo de Murcia superara en audiencia a cualquier otro acontecimiento, incluso deportivo. Lejos de mí descartar que a las cadenas televisivas españolas, incluidas las que fascinadas con los modelos americanos debido a su activa modernidad, les interesara transmitir semejante acto de penitencia. Por lo demás, que Mc Cain estuviera contra el aborto y Obama tímidamente a favor, con matices, o que el matrimonio homosexual no entre en los cálculos de Mc Cain y a Obama le baste con uniones civiles, pudo tranquilizar tanto al reverendo Warren como a su clientela, una clientela interesada por derrotar al diablo y que lo tiene fácil si vota a Mc Cain porque, según aseguró él con toda seriedad, sabe cómo acabar con Satanás. Obama lo tiene más difícil: ve al diablo lo mismo en Dafur que en las calles de las ciudades norteamericanas y seguramente ese es un diablo de más complicado control. Es muy probable que tanto Zapatero como Rajoy tengan localizado al diablo en ETA, pero la verdad es que verlos en la catedral de Murcia, localizando al diablo, daría para mucha risa.
Y APARTE.- Yo comprendo que a un laico español le irrite ver a un ministro prometiendo su cargo ante un crucifijo, a la guardia civil escoltando un paso procesional o al alcalde de un pueblo declarando alcaldesa a la Virgen patrona, pero si ese laico ve en tales tradiciones a la España de charanga y pandereta, y admira tanto la modernidad americana que quisiera que en España se comportara la gente cada día más como en EE UU, y es el caso de algunos que conozco, me gustaría preguntarle qué le asombra más si el pintoresquismo religioso español, evidentemente anacrónico, o si puestos a comparar, como suele suceder, prefiere ver a sus candidatos confesándose públicamente con un cura notable, doliéndose de sus pecados, y atisbando al demonio para acabar con él. No digo que aquí Dios no se presente a las elecciones, pero poco; allí, sí, y mucho. Demasiado bien va el mundo, gobernado como está por gente tan primitiva.

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