Somos muchos los que suscribimos la frase del periodista norteamericano Christopher Hitchens cuando afirma, en su libro “Dios no es bueno”, que “lo que puede ser afirmado sin pruebas, también puede ser descartado sin pruebas”; sin embargo el ámbito de las creencias religiosas es complejo y muy controvertido, porque suele estar basado en creencias seculares que habitan en el subconsciente colectivo, y porque dogmas, cultos, supersticiones y credos forman parte de ese ámbito personal e íntimo en el que muchas personas suelen fundamentar el sentido de su existencia y el refugio irracional de sus miedos.
Por tanto, se trata de espacios tan profundos e íntimos que es una temeridad hacer afirmaciones que invadan el sentimiento trascendente ajeno, sea o no equivocado; pero es una temeridad para todos, no solamente para algunos. Es evidente que la libertad de conciencia (amparada como uno de los derechos humanos universales en el art.18 de la Carta Magna) nos impele a todos los ciudadanos a respetar las convicciones del prójimo, siempre y cuando no dañen a los demás.
Pero en lo que concierne a la Iglesia Católica el asunto se trastoca y, en lugar de respetar las conciencias ajenas, se siguen auto-erigiendo como el único representante espiritual (e ideológico y político) de los españoles; y, saltándose la regla que exigen sin condiciones para sí mismos, no tienen ningún escrúpulo a la hora de denigrar otras posturas diferentes, especialmente las laicistas, las racionalistas o las agnósticas (…y menos mal que en estos tiempos se limitan sólo a insultar y difamar..).
El diario Público publicaba la semana pasada un informe del Ministerio de Justicia que ha sido presentado en los cursos de verano de la Fundación Pluralismo y Convivencia. Los resultados de este informe son claramente desfavorables para la Iglesia; mientras que un 75,3% de la población se declara católica, sólo el 20% de éstos dice “ejercer” como tal; y el resto, es decir, el 80% de los que se autodenominan católicos, no cumplen ninguna de las imposiciones de la religión que dicen abrazar.. O sea, de 1.000 españoles solamente unos 250 son católicos practicantes, y otros 250 son ateos, agnósticos o indiferentes. Por otra parte, el informe revela que la gran mayoría de los encuestados se mostró rotundamente contraria a la influencia de la jerarquía católica en política.
La actitud de los ciudadanos es muy clara, a pesar del enorme lastre ideológico y emocional que arrastramos desde tiempos remotos, a pesar del adoctrinamiento religioso que se sigue produciendo en la enseñanza (privada y pública), y a pesar del inmenso poder que la Iglesia sigue ostentando en este país. Pero esta posición, cada día más laicista (luego, más democrática) de los españoles, parece no importarle en absoluto a la jerarquía católica, que, como todos vemos diariamente, parece hacer más política que los propios políticos, interfiriendo continuamente en los asuntos públicos, que son competencia de la ciudadanía y sus representantes políticos, y no de ninguna creencia religiosa.
Volviendo al Derecho Universal que avala la libertad de conciencia para todo ciudadano, los católicos merecen todo el respeto del mundo, como los budistas, los protestantes, los ateos, los agnósticos, los cienciólogos o los hare-Khrisna…, simplemente por el respeto que merece todo ser humano; pero lo que no merece ningún respeto es el totalitarismo de cualquier organización que se crea en posesión absoluta de la verdad y actúe imponiendo sus criterios, negando criterios diferentes, y vulnerando los derechos de aquellos que no se adhieren o, lo que es peor, vulnerando los derechos democráticos de todos.
Respecto a los supuestos "valores morales" de los que algunos tanto se sirven, me remito al científico norteamericano Sam Harris, quien afirma que “…la humanidad ha hecho un gran progreso moral tras muchos años, y no lo hemos hecho leyendo la Biblia ni el Corán; ambos libros, por ejemplo, justifican la práctica de la esclavitud, cuando hoy en día cualquier persona con sentido moral reconoce la esclavitud como una abominación y una inmoralidad…”.
En resumen, Harris pretende hacer ver que la verdadera moral es humana, y no divina, y es consecuencia de la integridad ética y de la decencia de los que respetan a los demás y se respetan a sí mismos. Las explicaciones místicas y sobrenaturales, además de ser contrarias a la ciencia y a la razón, están obsoletas y ya no nos convencen a la mayoría. Y los políticos y los gestores públicos deberían actuar, sin excusas ni señuelos, en consecuencia.
Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica