En el Vaticano, la fe es una virtud y la confianza, un peligro. Hace un mes, Benedicto XVI eligió a tres cardenales para que investigaran la fuga de documentos secretos. Joseph Ratzinger se preocupó de que los tres tuvieran ya más de 80 años y, por tanto, no pudiesen participar en el cónclave que elegirá al próximo Papa. Libres de toda esperanza o tentación, los cardenales se pusieron a trabajar y, el pasado jueves, obtuvieron el arresto de Paolo Gabriele, el mayordomo acusado de ser el cuervo, el traidor que robó la correspondencia del apartamento papal y la filtró a los medios de comunicación italianos. Sin embargo, en las últimas horas, algunos de esos medios recibieron misteriosas llamadas de supuestos cuervos que lanzan el mismo mensaje: “Paoletto no está solo, somos muchos, incluso muy arriba. Queremos defender al Papa, denunciar la corrupción, hacer limpieza en el Vaticano”.
¿Defender al Papa? ¿De quién? Las voces anónimas confirman un secreto a voces –el Vaticano es desde hace meses un campo de batalla entre distintas facciones que luchan por el poder-, pero se arrogan unas intenciones beatíficas difíciles de creer. Tan increíbles como algunos de los detalles con que adornan su relato: al frente de la operación de limpieza estaría una mujer —extremo bastante extraño tratándose del Vaticano—, a cuyas órdenes volarían cuervos de distinta graduación y estado civil, desde cardenales a mayordomos, incluido un pirata informático. Su principal objetivo: proteger al Papa de su número dos, el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal salesiano Tarcisio Bertone.
“Todo comenzó el verano pasado”, explica uno de los cuervos portavoces, “cuando el secretario general del Gobernatorato, monseñor Carlo Maria Viganò, perdió su batalla en contra de la corrupción”. No es ningún secreto. Fue, efectivamente, el primer golpe. La divulgación, a través de un programa de televisión, de una carta del arzobispo en la que le contaba al Papa diversos casos de corrupción dentro del Vaticano y le pedía no ser destituido de su cargo como secretario general del Governatorato -el departamento que se encarga de licitaciones y abastecimientos-. Bertone había decidido destituirlo y el Papa, en vez de oponerse, lo alejó nombrándolo Nuncio apostólico en Washington. “Fue entonces”, continúa el cuervo, “cuando entendimos que el Papa no habría logrado imponerse a Bertone y decidimos actuar. Las cartas que mandó Viganò a Benedicto XVI y al secretario de Estado fueron las primeras que filtramos a la prensa”.
La segunda filtración destapaba un supuesto complot para matar al Pontífice. Se trataba de una carta enviada a Benedicto XVI por el cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos en la que le contaba que el cardenal italiano Paolo Romeo, arzobispo de Palermo (Sicilia), había realizado un viaje a China durante el cual habría comentado: “El Papa morirá en 12 meses”. Según la carta del obispo colombiano, el arzobispo de Palermo se había despachado a gusto en China contando supuestos secretos del Vaticano tales como que el Papa y su número dos, Tarcisio Bertone, se llevan a matar y que Benedicto XVI estaría dejando todo atado y bien atado para que su sucesor al frente de la Iglesia fuese el actual arzobispo de Milán, el cardenal Angelo Scola.
Había dos detalles muy importantes en esa carta para comprender lo que está sucediendo ahora. El primero es que se trataba de una carta muy reciente. Desde que el Papa la recibió y se filtró pasaron muy pocos días. El segundo detalle es que estaba escrita en alemán, bajo el sello de “estrictamente confidencial”. ¿Hasta qué punto Paolo, el mayordomo, era capaz de decidir entre la correspondencia del Papa –incluso entre la escrita en alemán— cuál era la adecuada para filtrar a un medio de comunicación? Hay un momento del relato del cuervo anónimo –a veces razonable, a veces disparatado- en que atribuye al mismísimo Papa la creación de una célula de contraespionaje: “El Papa entiende que debe protegerse. Y convoca a cinco personas de su entera confianza, cuatro hombres y una mujer. Ellos se convierten en los agentes secretos de Benedicto. El Papa busca consejo en estas personas y a cada uno le asigna una función. A la mujer le encarga coordinar a los cinco…”.
Ante el aluvión de rumores, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, no tuvo más remedio que atender a la prensa. “No hay ningún cardenal bajo investigación, ni italiano ni extranjero”, aseguró. Lombardi también desmintió que la detención del mayordomo estuviera relacionada con la destitución, solo unas horas antes, de Ettore Gotti Tedeschi, el presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), conocido como el Banco Vaticano. Los cuervos que hablan aseguran también que la destitución fulminante de Gotti Tedeschi –cuyo cometido principal era limpiar el Banco Vaticano para que el Consejo de Europa no lo meta en el saco de las entidades que blanquean dinero— es obra también del secretario de Estado.
Mientras, Paolo Gabriele ha decidido hablar. Según sus abogados, después de cinco días de prisión, silencio y rezos, el mayordomo del Papa contará por qué pecó, si lo hizo solo o en compañía de otros. No muy lejos de su cautiverio, su esposa y sus tres hijos aún no saben si tendrán que abandonar el apartamento, propiedad del Vaticano. Se da la coincidencia de que en su mismo edificio vive Pietro Orlandi, el hermano de Emanuela, la muchacha de 15 años -hija de un empleado vaticano- desaparecida misteriosamente en junio de 1983. Su familia lleva desde entonces suplicando inútilmente a la Santa Sede que cuente todo lo que sabe. Ante tanto silencio, el domingo, en la plaza de San Pedro, se vivió un hecho insólito: el Papa fue abucheado. El caso Orlandi es uno de esos misterios que los romanos saben que jamás se resolverá. Tal vez como el de aquellos cuervos que volaron sobre el Vaticano en la primavera del 2012…