Cada año decenas de miles de mujeres son raptadas por toda clase de individuos. Cientos de millones de mujeres son retenidas “legalmente” dentro de unas “fronteras” establecidas por unos gobiernos que recurren a su derecho de soberanía, a la tradición y la religión para robar su libertad. Una escandalosa y normalizada agresión a la dignidad de la mujer que ha neutralizado de tal modo nuestra capacidad de rebeldía, que sólo es noticia cuando cobra un formato inaudito. Veamos:
Primer caso. En la India, donde el capitalismo más esclavista cohabita felizmente con cientos de sectas religiosas y miles de supersticiones (bajo la máscara de “exóticas”), justo cuando un sector de la sociedad exigió la ejecución de todos los violadores -como remedio al crimen de la agresión sexual- un pueblo del Estado de Guyarat ofreció una nueva modalidad de castigo a las mujeres que son raptadas y además violadas: llevar sobre su cabeza un saco varios kilos de piedra hasta que acierten una adivinanza. La última víctima, una joven casada y con dos hijos, afirmaba haber sido capturada por cinco hombres y haber sido su esclava sexual durante ocho largos meses.
Obviamente, la noticia no es esta. Ni lo es el cómo consiguió huir de sus secuestradores. Ni que en vez de recibir apoyo por las autoridades y la familia fuese rechazada por todo el mundo y que tuviera que regresar a la casa de su padre, donde tampoco encontró paz. La noticia es que para demostrar que decía la verdad, no se había fugado con un amante y que el bebé que llevaba en su entrañas era realmente fruto de la violación, tuvo que someterse a un ritual que es una mezcla de un juego de niños y las torturas propias de Guantánamo: adivinar si el número de los granos de trigo escondidos en el puño cerrado de un sacerdote varón es par o impar. No acertó, por lo tanto mentía. Fue entonces cuando tuvo que llevar un saco de 10 kilos de piedra sobre la cabeza durante días para volver a hacer el mismo rito hasta que acertase. Sólo así lograría la purificación. Ella tuvo suerte y se equivocó “sólo” cuatro veces, teniendo que soportar el peso de 40 kilos de piedras, destrozando sus cervicales. ¿No decía el hinduismo que la purificación se logra mediante la sabiduría?
En la India, la violencia sexual es una epidemia social. Incluso las mujeres que pertenecen a la casta de “intocables” se vuelven “tocables” por los hombres “honorables” de toda la jerarquía social. Además, las películas de Bollywood son el escaparate de una cultura sexualizada, donde los atractivos actores son acosadores empedernidos que con sus artimañas exhiben su capacidad de conseguir la chica en la que se han fijado.
Segundo caso: Koria Badbad Hafed, saharaui de 23 años. Fue retenida contra su voluntad por su familia biológica en diciembre del 2010 durante una visita a “casa” antes de continuar con sus estudios.
Vivía en España desde que tenía 7 años. Fue acogida por el programa “Vacaciones en Paz”, que pretende paliar el dolor y las carencias que sufren los niños encerrados en los campos de refugiados. Desde hace cinco años, quienes se supone que deben quererla y protegerla, no sólo han roto la relación de Hafred con su familia de España y su vida allí durante 15 años, sino que le niegan el derecho a ser feliz y decidir su futuro. Según las tradiciones de su pueblo, (cuya definición es “aquellos vicios y costumbres que se mantienen por la élite gobernante a lo largo del tiempo porque les aporta importantes beneficios”) sus secuestradores simplemente cumplen con su deber: buscarle un hombre-marido antes de que Koria se convierta en una “cualquiera” al estudiar en una universidad, ir al teatro o pasear por una playa, dando mal ejemplo a otras muchachas del grupo que no saben cómo escaparse del mortal control de los hombres sobre su cuerpo. Hasta este momento, ninguna autoridad local o internacional ha lanzado una orden de “busca y captura” de sus secuestradores.
Ahora bien. ¿En qué se diferenciaría una “Sahara ya Liberada”, de un régimen como Marruecos y de Arabia Saudí? Por favor, ¡que no intenten ocultar detrás de las indumentarias de colores o del pelo suelto de sus mujeres saharáuis, la misma mentalidad, las mismas leyes y normas sociales de misoginia que consideran a la mujer una incapacitada -aunque tenga varios títulos universitarios- y necesitada de un carabinero varón llamado “tutor”, y muy a menudo indocto, para preservar la maldita “honra” de los hombres!
Tercer caso: El secuestro de la totalidad de mujeres de Arabia (y suprimo “Saudí” porque el país es del pueblo, no de la familia de Al Saud) por las autoridades ha creado un insólito fenómeno en esta nación: “mujeres travestis”. Se trata de feministas kamikazes que burlan el sistema de Apartheid de género del Estado, se visten de hombre, e incluso se ponen bigotes adhesivos para conducir o realizar un sinfín de actividades prohibidas, algunas castigadas incluso por la “ley antiterrorista”.
Ellas desafían la opresión integral que sufre la mujer a pesar de cometer un grave “pecado”: el Islam, -al igual que el cristianismo y el judaísmo-, prohíbe el “travestismo”, para que los hombres y las mujeres no confundan sus roles: él con “pantalones” administrando el poder (de ahí el dicho de “¿Quién lleva pantalones en tu casa?”) y ella con falda, atendiendo a sus hijos.
El mal de misoginia fue noticia el 19 de julio en éste país, cuando dos muchachas que viajaban en una motocicleta en la ciudad Yeda, fueron asaltadas y violadas. La Fiscalía, tras detener a los agresores, también pidió pena para las jóvenes y sus “tutores”: ellas por viajar sin un acompañante masculino, y ellos por negligencia y haberlas dejado ir solas.
Cuarto caso: Sandra Bland, una afroamericana de 28 años fue retenida el pasado 10 de junio por la policía vial por una infracción menor de tráfico en Hempstead y fue amenazada con una pistola de descarga eléctrica para minutos después, ser arrestada por una falsa agresión. Días después apareció ahorcada en su celda. Las autoridades, que suelen encubrir a las fuerzas de orden (pues forma parte del brazo armado del régimen), defendieron la versión policial, que apuntaba al suicidio como causa de la muerte. Días después y bajo la presión social, el fiscal tuvo que admitir posible homicidio, desmintiendo el informe del forense que al igual que la policía había mentido. ¿Tuvo que ver su rapto y su posible asesinato con que ella era activista de derechos civiles y había colgado varios vídeos sobre agresiones policiales y su impunidad en las redes sociales? Si un tal Donald Trump, multimillonario candidato a presidir EEUU -que según Samuel Huntington representa el mundo “civilizado”- llama a las mujeres (blancas) “cerdas, perras, gordas y animales repugnantes”, se pude imaginar cómo se les trata a las que son pobres, negras y activistas.
Quinto caso: Amnistía Internacional respalda a los hombres que utilizan a “chicas desechables” pidiendo la legalización del negocio mundial de prostituir a mujeres y niñas. Las guerras y la brutal pobreza han llenado el mercado de cientos de millones de niñas huérfanas y viudas sin sustento, y de mujeres que han perdido su trabajo, dejándolas a merced de empresarios del negocio redondo de “usar y tirar” mujeres. Y ahora el mercado necesita regularizarse.
Amnistía, conocedora de las infinitas razones que hay para no legalizar la prostitución, ¿daría un permiso de “trabajo” a las niñas prostituidas por Boko Haram de Nigeria, por ejemplo, a las que “el mundo” iba a rescatar? Fue noticia en mayo del 2014. Sin embargo los salvadores carecían de intenciones decentes: hubo muchos intereses petrolíferos y geopolíticos en juego. Una vez que EEUU envió militares al país, que es el séptimo productor mundial de crudo, no se habló más de la terrible pesadilla que están viviendo aquellas menores a las que algunas ONG llamarían “trabajadoras sexuales”. Al negocio de compra-venta de niñas y mujeres secuestradas y torturadas sólo le faltaba el sello de legitimidad de una ONG: estos mercaderes de la caridad, cuya misión es dar la falsa idea de que el sistema es capaz de reparar sus propios crímenes.
La crisis económica y la ola conservadora que recorre el mundo han destruido buena parte de las conquistas sociales, aumentando la discriminación de la mujer, y haciendo necesaria la unión internacional de todas las personas progresistas para poner fin al carcomido sistema patriarcal.
Tenía razón Sherezade, la contadora de cuentos de Las Mil y Una Noches: “una mujer nunca debe perder o entregar sus alas”. Es imprescindible elaborar estrategias de poder y parar el proceso del asalto del neoliberalismo a las conquistas de la mujer.