El laicismo es respeto a la libertad de pensamiento, de creencias y de conciencia que supone la obligación de todo Estado democrático a mantener una asepsia indispensable de cara a la diversidad de toda sociedad plural
A años luz estamos de los franceses. ¡Ya quisiéramos! Por más que sean nuestros vecinos más cercanos de la vieja Europa. Pero hay fronteras y aduanas, mucho más profundas que las físicas y geográficas, que nos hacen estar a distancias insondables de uno de los países más democráticos y avanzados del mundo.
Probablemente sea por eso, por ser Francia el país que defiende el Laicismo y que inauguró las democracias modernas, que los poderes españoles del tanto monta hayan alentado en España per secula seculorum el rechazo y el odio a todo lo francés, y hayan estimulado la incomunicación más contumaz entre los españoles y los franceses, esos que algunos se complacen en calificar despectivamente como “gabachos” de manera ignorante y despreciativa.
Ni qué decir más que desde el siglo XVII, en que los franceses acabaron con su revolución el abuso del pueblo por parte de la monarquía absolutista y del clero, nuestros vecinos galos se convirtieron para los poderes tradicionales españoles en el “demonio” responsable de la democracia, del laicismo, de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
En Francia se defiende el laicismo como la piedra angular, que es lo que es, de la democracia. En Francia existe una Ley, la denominada Ley de 1905, que ampara la separación de Iglesias y Estado, que garantiza, al menos en teoría, que las organizaciones religiosas no adulteren ni corrompan el poder público que es el Estado. En Francia la educación pública es laica y el Estado francés se encarga muy mucho de que sea una enseñanza científica, racional y adogmática, lo que quiere decir que la mantiene muy alejada del adoctrinamiento religioso. ¿Con respecto a la moral? ¿Existe realmente moral en el dogmatismo, la exclusión, la propagación del odio a la vida, al progreso y a la libertad, la criminalización del que piensa de otro modo? La verdadera moral es laica y universal; no entiende de fanatismos, ni de pensamiento supersticioso, ni de odios ni exclusiones.
En España, ya bien iniciado el siglo XXI, una gran parte del grueso de la población incluso desconoce el significado de la palabra laicismo; y del resto, muchos aún tienen asumido este concepto con un significado erróneo, el significado deformado que el clero le otorga de “animadversión hacia la religión”, cuando lo que realmente significa es respeto a la democracia y al pluralismo. Respeto que la Iglesia católica, como ninguna religión monoteísta, nunca ha contemplado, ni contempla ni contemplará. El laicismo es respeto a la libertad de pensamiento, de creencias y de conciencia que supone la obligación de todo Estado democrático a mantener una asepsia indispensable de cara a la diversidad de toda sociedad plural, y a bloquear cualquier injerencia o intrusismo de las confesiones, que son creencias irracionales de organizaciones particulares, en los estamentos públicos, que son de todos y financiados por todos.
Pues bien, desde el pasado lunes, día nueve de septiembre, día en que ha dado comienzo el nuevo curso escolar en el país vecino, los colegios franceses enseñan a sus alumnos la Carta del Laicismo. Se trata de un documento laico que, por iniciativa del actual ministro de Educación francés, Vincent Peillon, se integra en el sistema educativo en defensa de los valores democráticos del país, junto al lema de la República y junto a la Declaración de los Derechos Humanos y del Ciudadano. Ahí es nada. Que Wert tome buena nota.
En palabras del propio Peillon, el laicismo es una exigencia de razón, de justicia y de paz, que fija, en base a una moral laica y universal, una serie de obligaciones, límites y reglas a los ciudadanos: el respeto a los demás, la neutralidad del Estado y de los espacios públicos, que no deben estar destinados a proselitismo alguno, y el aprendizaje de la distinción entre el conocimiento y la fe. Visto lo cual, no estaría demás que el ministro francés se diera un garbeo por España y sus instituciones públicas para constatar in situ justamente el polo radicalmente opuesto de los postulados democráticos que él defiende y alienta.
En una entrevista para la televisión, defendiendo la importancia de la difusión de la moral laica frente al dogmatismo religioso, y explicando la enorme importancia que otorga a la enseñanza del laicismo en la escuela, el ministro manifestó abiertamente que la Iglesia católica debería desaparecer, de los espacios públicos al menos, añado. Y especificó, como explicación de tal afirmación, que “nunca se ha podido y nunca se podrá construir un país de libertad con la religión católica”.
El filósofo y antropólogo británico Herbert Spencer decía hace más de un siglo que el objeto de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no seres sumisos para ser gobernados por los demás. Pero en este país la derecha es la embajadora política de la Iglesia, y la izquierda permanece, a este respecto, en el estatismo más inconcebible y contumaz. Wert, como es de rigor, en las antípodas de Peillon, reintroduciendo el confesionalismo más apolillado en la educación española; y reeditándonos la Edad Media en las escuelas. A años luz, como casi siempre. Y creemos que somos Europa.
Coral Bravo es Doctora en Filología
Archivos de imagen relacionados