Se celebra en este año el primer Centenario de la Reforma Universitaria, hecho histórico originado en la acción de estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba, que trascendió los límites de la Docta iluminando la modernización educativa y cultural en todos los centros universitarios de la República Argentina y, más allá de sus fronteras políticas, en ámbitos universitarios e intelectuales de Latinoamérica, España e incluso otros países.
Los episodios sucedieron entre marzo y octubre de 1918, iniciándose con una huelga estudiantil y culminando con el triunfo de la Reforma reclamada. Durante siete meses, las universidades de Córdoba, La Plata, Buenos Aires, Tucumán y Santa Fe, fueron escenarios de una epopeya heroica protagonizada por jóvenes estudiantes imbuidos de un idealismo impregnado del pensamiento que, desde la Emancipación americana y bajo el influjo iluminista inicial, venía transformando el país y creando instituciones libres y progresistas.
Desde 1911, el Colegio Nacional de Buenos Aires integraba la Universidad, de modo que los hechos también ocurrieron en su ámbito intelectual. Más aún: no pocos de los protagonistas de 1918 tuvieron vinculación importante con el Colegio. Pensadores influyentes como José Ingenieros, Alejandro Korn, Juan B. Justo, Augusto Bunge, Nicolás Repetto y Alfredo L. Palacios, eran Ex alumnos. También lo era Osvaldo Loudet, primer presidente de la FUA, Federación Universitaria Argentina, nacida de aquellos hechos. Y también José Nicolás Matienzo y Telémaco Susini, primer y segundo interventor de la Universidad de Córdoba, cuyos nombramientos marcaron triunfos decisivos del movimiento estudiantil reformista, antes del triunfo final con la tercera intervención, del Ministro José Santos Salinas. Y fueron protagonistas también Florentino Sanguinetti, futuro Rector del Colegio, así como Agustín de Vedia, futuro Profesor. Y muchos más.
Con frecuencia, los historiadores han ubicado a la Reforma en un contexto universal de evolución de las ideas políticas, sociales y educacionales. Los hechos, nacidos de circunstancias locales, estuvieron en todo momento impulsados por estudiantes y profesores de elevados principios y claras convicciones culturales que se inscribían en el gran movimiento de las ideas de su tiempo, con antecedentes filosóficos y políticos que superaban ampliamente un conflicto inmediato.
En 1916, el año en que por primera vez fue electo democráticamente un presidente de la República Argentina por medio del sufragio universal -masculino- obligatorio y secreto, dispuesto por la Ley Sáenz Peña, el poeta cordobés Arturo Capdevila pronunció una conferencia acerca de los incas. El tema habría interesado a Belgrano, Moreno o San Martín, pero un siglo después de la Independencia, irritó a sectores políticos influidos por las ideas reaccionarias que en Europa causaron la Primera Guerra Mundial. En 1917, en ese contexto de creciente irritación, un conflicto en Medicina, en la Universidad de Córdoba, adquirió una magnitud inusitada.
La resistencia estudiantil fue creciendo y el 14 de marzo de 1918 estalló la primera huelga de estudiantes de la UNC, fue constituido el primer Comité Pro Reforma y fue lanzado el primer manifiesto. Un gran acto público, en el gran Teatro Rivera Indarte, dio al movimiento una dimensión nacional. El 11 de abril, un decreto del Presidente Hipólito Yrigoyen dispuso la primera intervención de la Universidad cordobesa, nombrando interventor al notable jurista José Nicolás Matienzo, descendiente directo de aquel Oidor Juan de Matienzo que propició la creación del Virreinato del Río de la Plata. Hombre de ideas democráticas avanzadas y tratadista del derecho, Matienzo gozó del apoyo estudiantil para reformar el Estatuto de la UNC actualizándolo según el modelo más moderno por entonces, el de la Universidad Nacional de La Plata, fundada por Joaquín V. González sobre la base de una previa universidad provincial.
Con la Intervención Matienzo fue reabierta la UNC, culminando así la primera fase de la Reforma.
Pero el movimiento estudiantil ya había crecido de un modo inédito: en el acto del Rivera Indarte había quedado consolidado un ideario y había sido lanzada una plataforma que iba mucho más allá de la resolución de un conflicto circunstancial. Al movimiento cordobés, ya se habían sumado Buenos Aires, La Plata, Santa Fe y Tucumán. En abril había sido fundada la FUA – Federación Universitaria Argentina, cuyo primer presidente fue Osvaldo Loudet. En 1920 lo fue Gabriel del Mazo, futuro autor de uno de los libros fundamentales sobre la Reforma, desde la perspectiva radical, como Julio V. González lo fue del otro, desde la mirada socialista.
Los estudiantes de Córdoba habían comenzado a imprimir, en un modesto mimeógrafo que se conserva en el Museo cordobés de la Reforma, La Gaceta Universitaria, aludiendo intencionadamente a la hoja revolucionaria de Mariano Moreno de 1810. Matienzo procedió con recta conducta de jurista democrático. Pero el movimiento aspiraba ya a mucho más que una actualización legal. El nuevo Estatuto era prolijo y moderno, pero no incluía todavía una participación estudiantil orgánica, que por entonces nadie imaginaba. Con nuevo Estatuto, pero el mismo cuerpo de profesores, la elección de nuevas autoridades conformó al principio a los estudiantes, que vieron con buenos ojos a los nuevos decanos. Pero la elección crucial era la de Rector, y allí el respetado Dr. Enrique Martínez Paz, que contaba con el franco apoyo estudiantil -alentado desde Buenos Aires por José Ingenieros y otros intelectuales relevantes- resultó derrotado por el candidato opuesto a la Reforma, Dr. Antonio Nores. Con esa elección, legal pero inaceptable para el movimiento estudiantil, quedó rota la continuidad institucional.
El 15 de junio de 1918 estalló en Córdoba la revolución universitaria. Tomaron el Rectorado, declararon la segunda huelga estudiantil de ese año y las manifestaciones estudiantiles, acompañadas por parte de la ciudadanía, ganaron las calles céntricas. La huelga de los estudiantes recibió el apoyo de personalidades como Francisco Barroetaveña -el revolucionario de 1890, autor de ¡Tu quoque juventud! En tropel al éxito, José Benjamín Zubiaur -el fundador de La Fraternidad estudiantil, ex rector del Colegio de Concepción del Uruguay y co-fundador del Comité Olímpico Internacional-, Leopoldo Lugones -el poeta Director de la Biblioteca Nacional de Maestros-, de Telémaco Susini -el médico especializado con Louis Pasteur- de José Ingenieros, Alfredo L. Palacios, Juan B. Justo, Mario Bravo, Rodolfo Moreno (h). Muchos de los mayores intelectuales del país alentaban a los jóvenes recordando las luchas de los próceres en favor del progreso. Y los tres más activos dirigentes de la Federación Universitaria de Córdoba -Enrique Barros, Horacio Valdez e Ismael Bordabehere- telegrafiaban a las otras federaciones del país saludándolas con las palabras del Himno Nacional: “Libertad, libertad, libertad!”. Entretanto, un Rector electo asumía inútilmente un cargo custodiado por el Ejército y la Policía y respaldado sólo por grupos políticos de su afinidad.
“La Universidad -ha escrito Osvaldo Loudet- ha sido siempre en todo organismo social, el cerebro luminoso de ese organismo”. En Córdoba, en junio de 1918, los estudiantes revolucionarios no protestaban por asuntos de interés personal, sino por principios universales que se abrían paso rompiendo barreras de un orden que todavía frenaba el progreso científico y cultural. ¿Por qué la rebelión estalló en Córdoba? Ha explicado con detalle Julio V. González que fue allí debido a que, en Córdoba, por entonces eran más evidentes y palpables los males de una tradición cerrada, opuesta a todo mejoramiento.
El 21 de junio de 1818, La Gaceta Universitaria publicó el documento clave, que es conocido con el nombre de Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, y cuya redacción se debió a la pluma de Deodoro Roca, aquel joven inolvidable e insoslayable al cual Horacio Sanguinetti le ha dedicado un libro imperdible. El texto empezaba con una dedicatoria: “La juventud argentina de Córdoba, A los hombres libres de Sud América. Manifiesto de la F.U. de Córdoba”. Escrito en un tono de fervor cultural y patriótico, se iniciaba así: “Hombres de una República libre, acaban de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan.
Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana. La rebeldía estalla en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo”.
Enfocando ahora la cuestión, afirmaba: “Nuestro régimen universitario –aun el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico”.
Pero el Manifiesto no se limitaba a la crítica de un régimen anquilosado, trasnochadamente clerical y favorable a las camarillas. Prevalecía en el documento el contenido filosófico, pedagógico y propositivo, e iba al centro de las cuestiones de importancia: “El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios.
La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden.
Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia”.
El altruismo y el idealismo del Manifiesto tampoco era un utopismo ingenuo: “La juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombre ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna de “hoy para ti, mañana para mí”, corría de boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la universidad apartada de la ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas, trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la ciencia”.
Y con un lenguaje que recordaba al manifiesto que antecede a las Palabras Simbólicas del joven Esteban Echeverría de 1837: “La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa”.
Terminando con un saludo de escala continental: “La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su federación, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia”.
Firmaban: Enrique F. Barros, Ismael C. Bordabehere, Horacio Valdés, presidentes. Gumersindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R- Biagosch, Ángel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina Allende y Ernesto Garzón.
El 23 de junio de 1918, de 9.000 personas salieron a las calles cordobesas y el 30 de junio hubo una manifestación mayor. Un mes después, el Primer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios cerraba el segundo período de la Reforma Universitaria con 8 sesiones y 47 propuestas aprobadas. Paralizada y clausurada por tiempo indeterminada, la Universidad Nacional de Córdoba seguía viva en el cuerpo estudiantil.
Entonces, el 2 de agosto, un nuevo decreto presidencial dispuso una segunda intervención de la UNC, suspendiendo a todas sus autoridades y nombrando como nuevo interventor al Dr. Telémaco Susini, el eminente médico y profesor propuesto por Enrique Barros. Científico comprometido con las cuestiones sociales y educativas, Susini era liberal, progresista, reformista y laicista. Y había demostrado, como médico, que la muerte de Fray Mamerto Esquiú -el orador de la Constitución Nacional, opuesto al colonialismo clerical- no había sido una muerte natural. Susini había saludado en el inicio de la Reforma “a la aurora de un nuevo día de libertad y de redención”. Su nombramiento conmovió a la que José Ingenieros nombraba como Corda Frates, y produjo la renuncia del efímero Rector Nores y de sus principales sostenedores.
Entonces, se produjo un momento de vacilación oficial: el conflicto se escalaba. Al pie de una estatua enlazada y derribada con la fuerza de un automóvil, apareció un cartel: “En Córdoba sobran ídolos y faltan pedestales”. Unos 15.000 manifestantes salieron a la calle cantando La Marsellesa. Se formó el Comité Pro Córdoba Libre. En las voces de Saúl Taborda, Arturo Orgaz, Deodoro Roca, Arturo Capdevila y otros más, la Reforma ya era un conflicto nacional. El mismo gobierno que había nombrado a Susini pero no lo puso en funciones, vivió en su seno el debate profundo que había sido planteado, y, finalmente, el 23 de agosto de 1918, el propio Ministro de Instrucción Pública, el riojano José Santos Salinas -Maestro Normal formado en el Mariano Acosta y con destacados méritos- se hizo cargo de la tercera y última intervención a la Universidad Nacional de Córdoba: la revolución universitaria había triunfado. Pero todavía faltaban hechos.
Ante una nueva demora, el 9 de septiembre 83 estudiantes de Córdoba tomaron nuevamente el desierto Rectorado en nombre de la Federación Universitaria de Córdoba, subieron a la terraza y desplegaron al tope del mástil la bandera de la F.U.C. Fue aquella la foto icónica de la Reforma, la que identifica hoy también la celebración del Primer Centenario. La que se halla en los membretes oficiales, en los afiches, en internet.
Bajo la dirección de la F.U.C., la Universidad reabrió sus puertas, se dictaron clases, se tomaron exámenes. La nueva Proclama estaba fechada en Córdoba Libre, aquel día 9 de septiembre. Pero una compañía del Regimiento 13 de Infantería y otra del Regimiento 4 de Ingenieros -armadas con sus fusiles Mauser, arrestaron a los 83 estudiantes, mientras una gran cantidad de población aplaudía a los rebeldes. Entonces, el Gobierno Nacional envió finalmente al interventor y aceptó sin condicionamientos el triunfo del movimiento reformista. La llegada a Córdoba del Ministro Salinas fue un día de fiesta en la Universidad. En nombre de la F.U.C., Enrique Barros hizo entrega al Ministro de la institución.
Con el triunfo del movimiento estudiantil, fue revisada la constitución de todo el Cuerpo de Profesores, se modificaron el Estatuto, los Planes de Estudios y se reorganizó la Universidad. Ahora se ponía en marcha el plan propuesto desde junio: 1º Participación orgánica de los alumnos en las Asambleas Universitarias, 2º Periodicidad de la Cátedra, 3º docencia libre. Nacía, para el mundo universitario el Gobierno Tripartito. El 9 de octubre el Poder Ejecutivo aprobó el nuevo Estatuto de Córdoba. Casi un mes antes, el 11 de septiembre, el Gobierno Tripartito había sido aprobado en la Universidad de Buenos Aires y aprobado por el P.E.N. Como el Abate Sieyès en la Revolución Francesa, el Ministro Salinas había reconocido en el Tercer Estado la voz de una potencia transformadora y progresista.
Pero los hechos sucedidos entre marzo y octubre de 1918 no se agotaron en 8 meses, y un siglo después, no por ningún motivo, estamos recordándolos. Especialmente porque aquello que movió a los estudiantes de entonces se inscribió en la historia de los grandes movimientos intelectuales progresistas de la Humanidad y hoy se lo puede ubicar como un significativo hito emancipatorio, apelando a un neologismo elocuente. Aquellos jóvenes pensaron el futuro y nos legaron un mensaje de perenne actualidad: Los dolores que quedan son las libertades que faltan. La perpetua lucha por la libertad y la perpetua lucha por el conocimiento, la perpetua misión de la Universidad. Ahora, además, se agregaba una nueva dimensión: la preocupación por las cuestiones sociales, como lo señalaba ya desde 1915, en Tucumán, Gregorio Aráoz Alfaro. La Universidad no volvería a ser una institución endogámica como las prácticas absolutistas la habían alejado temporariamente de su esencia universal.
La Universidad de Bolonia -la primera del mundo- había nacido de un impulso estudiantil. París le siguió en Francia. Oxford siguió a París. Una rebelión estudiantil en Oxford fundó Cambridge. Un egresado de Cambridge fundó Harvard. La nueva imagen visual institucional de Bolonia fue diseñada por nuestro Miguel Sal, un egresado de la Universidad de Buenos Aires y del Colegio Nacional de Buenos Aires. La Universidad de Buenos Aires nació en 1821 para sostener y defender la libertad intelectual.
Juan María Gutiérrez, formado en el antecesor Colegio de Ciencias Morales, y Rector de la U.B.A. entre 1861 y 1873, escribió que “La misión de la universidad, no puede ser otra que la de dispensar la ciencia” y por lo tanto -escribe Julio V. González glosando a Gutiérrez, “nada tiene que ver, por tanto, con los “oficios” y “profesiones” de que el Estado tiene necesidad para desarrollar las actividades que le son propias y exclusivas”. “Las universidades -agrega Gutiérrez- bajo la dirección inmediata del Estado y del gobierno, se convierten en máquinas que tienen la pretensión de producir inteligencias y aun caracteres que se amolden a propósitos siempre perniciosos en todo país libre y especialmente en los republicanos.” Aquella contundente claridad adquiere hoy plena actualidad ante el resurgimiento del pensamiento heideggeriano en materia universitaria, que fue sustento del nazismo en su política educativa, subordinando la universidad a la “razón de estado”, a supuestas vacancias laborales o a supuestas prospecciones y mediciones de “calidad”.
La Reforma Universitaria actualizó a 1918 el pensamiento esencial de la institución universitaria como reunión universal e inteligente de personas -estudiantes y maestros- en torno a la ciencia. Por eso mismo la Reforma, nacida en Córdoba, se expandió como movimiento de ideas en forma inmediata a todos los centros universitarios del país. Pero también por esos motivos se expandió rápidamente por Hispanoamérica a Uruguay, a Perú (Víctor Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez, Andrés Towsend Ezcurra), a Colombia (Germán Arciniegas), a México (José Vasconcelos), a Cuba…
Y a España, en donde los estudiantes buscaron en la voz de José Ortega y Gasset las precisiones sobre la Misión de la Universidad, y para ellos pronunció su notable conferencia del 9 de octubre de 1930 “Sobre reforma universitaria”, en el Paraninfo de la Universidad Complutense. La universidad ha de ser una institución de la cultura, para facilitar la formación de un sistema vital de ideas, no una caja de repetición de dogmas o una escuela de formación profesional sin sustento teórico ni crítico. “El carácter catastrófico de la situación presente europea -decía Ortega- se debe a que el inglés medio, el francés medio, el alemán medio son incultos, no poseen el sistema vital de ideas sobre el mundo y el hombre correspondientes al tiempo. Ese personaje medio es el nuevo bárbaro, retrasado con respecto a su época, arcaico y primitivo en comparación con la terrible actualidad y fecha de sus problemas. Este nuevo bárbaro es principalmente el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto también -el ingeniero, el médico, el abogado, el científico”.
De acuerdo con las Bases establecidas en el Estatuto de la Universidad de Buenos Aires, aprobado por la Asamblea Universitaria el 22 de julio y el 11 de noviembre de 1960, aprobado por el Ministerio de Educación y Justicia de acuerdo con lo establecido por la ley 23.068 y puesto en vigencia nuevamente por el decreto 154/83, ratificado por ley 23.068, al restablecerse la Democracia en la Argentina y la Autonomía Universitaria:
I.- La Universidad de Buenos Aires es una entidad de derecho público que tiene como fines la promoción, la difusión y la preservación de la cultura. Cumple este propósito en contacto directo permanente con el pensamiento universal y presta particular atención a los problemas argentinos.
II.- La Universidad contribuye al desarrollo de la cultura mediante los estudios humanistas, la investigación científica y tecnológica y la creación artística. Difunde las ideas, las conquistas de la ciencia y las realizaciones artísticas por la enseñanza y los diversos medios de comunicación de los conocimientos.
III.- La Universidad es una comunidad de profesores, alumnos y graduados, Procura la formación integral y armónica de sus componentes e infunde en ellos el espíritu de rectitud moral y de responsabilidad cívica. Forma investigadores originales, profesionales idóneos y profesores de carrera, socialmente eficaces y dispuestos a servir al país. Encauza a los graduados en la enseñanza y en las tareas de investigación, y a través de ellos estrecha su relación con la sociedad.
IV.- La Universidad es prescindente en materia ideológica, política y religiosa, asegura dentro de su recinto la más amplia libertad de investigación y de expresión, pero no se desentiende de los problemas sociales, políticos e ideológicos, sino que los estudia científicamente.
V.- La Universidad, además de su tarea específica de centro de estudios y de enseñanza superior procura difundir los beneficios de su acción cultural y social directa, mediante la extensión universitaria.
VI.- La Universidad estudia y expone objetivamente sus conclusiones sobre los problemas nacionales; presta asesoramiento técnico a las instituciones privadas y estatales de interés público y participa en las actividades de empresas de interés general.
La Universidad Nueva, como la llamó Palacios, se consolidó rápidamente. Sobre bases de instituciones ya existentes, el ministro Salinas propició la fundación de la Universidad Nacional del Litoral, creada por Ley el 17 de octubre de 1919, y de la Universidad Nacional de Tucumán, fundada en 1921, que nacieron así con el espíritu reformista. Después de cada eclipse autoritario, la universidad reformista renació en la Argentina con renovado ímpetu pese a los periódicamente renovados intentos reaccionarios de someter a la Universidad a la “razón de Estado”, la planificación centralizada, las estadísticas eficientistas o el compromiso político con los gobernantes ocasionales.
A cien años de 1918, la Reforma Universitaria sigue siendo una luz que nos ilumina: Los dolores que quedan son las libertades que faltan.
Gustavo A. Brandariz