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El catolicismo tuvo desde la época del ciclo revolucionario liberal un evidente protagonismo en todos los movimientos contrarrevolucionarios, de signo legitimista o conservador en España, como lo demostraría el carlismo. Su gran formulación sería el ultramontanismo con un fuerte carácter integrista frente a los modernos Estados. Roma no aceptaba la nueva situación política generada por el triunfo del liberalismo, el avance del laicismo, ni por la creciente secularización de la sociedad ni, por supuesto, por un cada vez más extendido anticlericalismo. En las encíclicas Mirari Vos (1832) de Gregorio XVI y Sylabus (1864) de Pío IX se condenaba sin paliativos el liberalismo y se prohibía a los católicos aceptar la separación Iglesia-Estado, la libertad de cultos, el origen humano de la autoridad, es decir, la soberanía nacional, la competencia de las autoridades civiles en materias como la enseñanza o el matrimonio y, por fin, la democracia.
El ultramontanismo se fomentó con el papa Pío IX. El Vaticano perseguía con esta idea liberar al Papado de la dependencia de los poderes civiles y dar más libertad de acción a la Iglesia, especialmente, cuando se consideró como prisionero en Roma, ya que la recién creada Italia le había despojado de los Estados Pontificios. El ultramontanismo defendió el dogma de la infalibilidad papal, que se estableció en este mismo papado.
En España el integrismo tenía forzosamente que vincularse al carlismo, como hemos señalado, pero dicha asociación no fue automática ni completa. El integrismo comenzó a articularse a partir de los años sesenta del siglo XIX de la mano de Cándido Nocedal con la creación de un partido neocatólico que, en el Sexenio Democrático, se acercaría a la causa carlista. Nocedal se hizo con la jefatura del Partido Carlista y lo orientó en este sentido católico integrista. En esta misma época se inició con intensidad el activismo político de su hijo Ramón, especialmente en lo que se refiere a la propaganda, ya que comenzó a difundir las ideas integristas desde el El Siglo Futuro. Así pues, el objetivo de ambos Nocedal era ensanchar la base social y electoral del integrismo, queriendo superar lo estrictamente carlista en vista de las derrotas militares que estaba padeciendo después que Cánovas del Castillo se planteara de forma prioritaria acabar con el conflicto bélico (la Tercera Guerra Carlista), involucrando a Alfonso XII, como modelo de rey-soldado. Pero en el trabajo de hacerse con el espacio político que venía ocupando el carlismo desde los años treinta se presentó un competidor en la figura de Alejandro Pidal y Mon. En 1881 fundó la Unión Católica, consiguiendo atraer a algunos sectores carlistas a la órbita de Cánovas y el Partido Conservador, a pesar de su inicial enfrentamiento con el padre de la Restauración borbónica.
A la muerte de Cándido Nocedal en 1885, su hijo Ramón adquirió todo el protagonismo político en el seno del integrismo.
En 1887 salió a la luz el panfleto del cura Sardá, titulado muy significativamente El liberalismo es pecado, especie de catecismo o programa del integrismo, una ideología que no podía aceptar ninguna premisa o postulado liberal, ni tan siquiera en su versión doctrinaria o más conservadora. En lo organizativo, el integrismo se articuló como partido político en España a partir del “Manifiesto de Burgos” del año 1888. Los integristas incorporaron las doctrinas políticas de la Iglesia, insistiendo en la crítica a la libertad de cultos, a la separación de la Iglesia del Estado, y a la libertad de cátedra y de la ciencia, precisamente en un momento en el que comenzaban con fuerza los impulsos renovadores en la educación y la ciencia españolas de la mano de la Institución Libre de Enseñanza.
El integrismo terminó agotándose por la tendencia a los enfrentamientos en su seno, aunque la Iglesia Católica española se empeñó en intentar aunar las diferencias internas para poder presentar una causa fuerte y común, por lo que se organizaron diversos congresos y reuniones con un evidente fracaso. En todo caso, tuvieron una destacada presencia pública en la España de finales del siglo XIX, ya que no era infrecuente que se manifestaran en peregrinaciones, rosarios y marchas. Esa presencia, a pesar de su evidente debilidad política, enconó los ánimos del anticlericalismo español.
El movimiento se debilitó cuando Ramón Nocedal murió en el año 1907. Muchos integrantes del integrismo terminaron por vincularse a las distintas extremas derechas que fueron surgiendo en los años veinte y treinta en España.