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Caridad, dulce caridad

Pero no, lo que les estamos enseñando es a ser caritativos, asistencialistas, a dar limosna. No sería más interesante enseñarles a reivindicar derechos.

Ha llegado la Navidad, se nota en el ambiente; hay luces, adornos, papanoeles y olentzeros escalando por las ventanas, gente comprando, sin ton ni son, regalos, comida… Pero junto con la Navidad no solo llega el síndrome consumista sino, también el solidario de postín: apadrinamos negritos del tercer mundo que luego marginamos si osan venir a convivir con nosotros, aumentan las donaciones a las ONGs, organizamos galas benéficas televisadas, o no, para fomentar algún proyecto… Los nichos para desarrollar nuestro espíritu caritativo son múltiples, hay mucha miseria repartida por el mundo y no hace falta irse muy lejos para contemplarla cara a cara. 

A mi me molesta terriblemente este alarde de caridad, este lavado de conciencia que hacemos todos los años por estas fechas. Hipócritas. Porque resulta que, si en nuestra comunidad de vecinos detectamos que alguno ha dejado de pagar la comunidad, rápidamente tomamos decisiones jurídicas para efectuar las reclamaciones pertinentes. Bien poco nos importa por qué no puede hacer frente a la deuda. ¿Esta sin empleo? Da igual, ya iremos a alguna concentración de Stop Deshaucios, eso si, el vecino que pague.

Pero de toda esta parafernalia navideña hay una cosa que me preocupa especialmente: los valores que estamos transmitiendo a nuestras hijas e hijos. La semana pasada, al salir de hacer la compra en mi supermercado habitual, me abordó una chica sonriente de no más de 15 años que, muy amablemente, me informó de la campaña que estaban impulsando desde su colegio para recoger comida a fin de entregarla al banco de alimentos. Y hoy, sin ir más lejos, mientras hacía recados me he cruzado con un grupo de adolescentes capitaneados por un profesor, que portaban cajas con comida no perecedera. Por supuesto, he dado por hecho que las entregarán en el banco de alimentos.

Posiblemente, lo que os acabo de relatar, no os parezca tan malo, al fin y al cabo es una forma de enseñar a nuestros jóvenes a ser solidarios. Pero no, lo que les estamos enseñando es a ser caritativos, asistencialistas, a dar limosna. No sería más interesante enseñarles a reivindicar derechos. Acercarles a las instituciones públicas, que no les tengan miedo, transmitirles que son herramientas a su servicio y no entes a los que hay que someterse. Que aprendan a detectar cómo y a donde dirigirse cuando quieren cambiar algo que les parece injusto. Demostrarles que se pueden organizar iniciativas reivindicativas. En definitiva, empoderarles. De esta forma, quizás podriamos inculcarles valores de efectiva solidaridad y compromiso social.

Educar personas dispuestas a reaccionar ante injusticias, a reivindicar derechos, a luchar por una sociedad más justa e igualitaria. Infundir en las generaciones futuras valores y cultura efectimante democráticos, dándoles herramientas y habilidades para convertirlos en sujetos politicamente activos, comprometidos y empoderados. Conocedores de sus derechos y de las formas y los medios para reclamar el ejercicio efectivo de los mismos.

Pero estamos en Navidad y es muy feo hablar de las miserias, de la hipocresía y de las incongruencias de nuesta sociedad, lo entiendo, por eso, hablemos de lo importante. No os olvideis de consumir, despilfarrar, gastar, regalar artículos innecesarios, tirar comida a la basura y el que pueda, que disfrute de los langostinos. Y si os sobran, os dare un consejo caritativo para estas Navidades: tiradlos a la basura que seguro que alguien rebusca en los contenedores buscando algo que poder llevarse a la boca, estoy convencida de que os lo agradecerá.

Cristina Bereciartua es Miembro de Alternatiba.

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