Una de las novedades saludables de nuestra nueva Constitución -en la que muchas y muchos todavía creemos- es la que se afirma en el Capítulo Primero (Modelo de Estado), Artículo 4: «El Estado respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales, de acuerdo con sus cosmovisiones. El Estado es independiente de la religión”. Totalmente satisfactorio, no se cae ni en el absurdo de un Estado confesional (como había sido el nuestro hasta hace poco) ni en el otro absurdo de afirmar un Estado ateo (como lo pretendieron muchos estados socialistas; el Estado no es quién para ser ateo, esos son temas estrictamente personales). Pero, además, se tiene el cuidado de hablar, no sólo de religión, sino también de creencias espirituales (que no es lo mismo) y de cosmovisiones (que en nuestro caso, el de un Estado plurinacional, y por tanto pluricultural, es el concepto más adecuado).
Pues bien, han pasado seis años largos de haberse aprobado la nueva Constitución y en lugar de aparecer cada vez más asumida y más practicada, nos encontramos con que cada vez es más ignorada y vulnerada, y muy concretamente en el tema del Estado laico (es decir, no religioso). Y no voy a tomar el ejemplo de la participación de representantes estatales en la fiesta de Urkupiña (por ejemplo), porque ahí la cosa es más cultural y popular que formalmente confesional, ni tampoco me voy a referir a la próxima venida del Papa, porque ésta merece un comentario aparte. Me voy a referir a un ejemplo clarísimo y reciente de práctica estatal confesional, que ha sido la fiesta del Corpus.
La celebración del Corpus Christi es una costumbre esencialmente católica y, además, ofensivamente católica, ya que discrepa de las diferentes visiones cristianas no católicas (en la medida en que cosifica un misterio). Para empezar, podemos estar seguros de que nadie sabe de dónde sale ni a dónde apunta dicha fiesta. ¿O conoce usted su origen querido lector o lectora? A quien le toca hablar se contenta con traducir el término latino y afirmar que se celebra «el cuerpo de Cristo”.
¿Ah, sí? ¿No era que lo acabábamos de celebrar el Jueves Santo, y eso a partir del Evangelio? ¿A qué viene celebrarlo de nuevo, nadie sabe a partir de qué? (en realidad el origen es una visión que tuvo un cura checo del siglo XII -probablemente un tanto histérico-, que como respuesta mística a sus dudas de fe creyó ver que el cáliz de su misa rebalsaba de sangre…!!! ¿Tendremos nosotros algo que ver con el catolicismo checo del siglo XII? ¿Alguien me puede explicar?)
Se puede entender que Banzer al suprimir feriados mantuviera el de Corpus. Pero no se entiende que nuestro actual Gobierno, supuestamente laico, también lo mantenga. Pero no es sólo eso, sino que gran cantidad de autoridades han estado acompañando y presidiendo las celebraciones hiper-católicas de Corpus. Por supuesto tienen todo el derecho de creer en lo que quieran, pero entonces que acudan a la iglesia como humildes fieles y no en calidad de representantes del Estado (laico).
¿No nos damos cuenta de que les estamos faltando el respeto a los millones de ciudadanos y ciudadanas que no profesan la religión católica, pero son miembros de derecho de este Estado (plurinacional)? Desgraciadamente no tenemos datos censales sobre confesiones religiosas de nuestra población, pero se calcula que más de la mitad de la población ya no es católica, y aunque fuera una minoría no tiene por qué sentirse desconocida cuando ve que sus autoridades pretenden representarla en prácticas cultuales católicas (para colmo absurdamente católicas, en pleno siglo XXI ¿O usted se identifica con aquel cura checo de hace nueve siglos?). Por favor. Nos estamos acostumbrando a irrespetar la Constitución, y eso es peligroso.
Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.