…de nuevo se le dan argumentos para aprovechar una situación que solo generará confusión entre muchos ciudadanos que continuarán pensando que Estado español y catolicismo tienen un cordón umbilical incuestionable.
La expresión latina que da título al artículo la utilizó Horacio en una de sus composiciones poéticas (Epodos , 2,1) para definir la dicha de aquel que vivía alejado de los negocios, de las deudas, de las dianas que te llaman a la guerra, de los ataques, del foro o de los palacios. La condición de beato, desde el punto de vista etimológico, se identifica con ser feliz, dichoso o bienaventurado; desde la perspectiva católica, es una dignidad otorgada por el Papa y quienes obtienen la beatificación pueden recibir culto. El pasado domingo 498 españoles adquirieron esa condición; todos tienen en común, según la Iglesia, su condición de mártires de la fe, y se estableció que serán celebrados cada 6 de noviembre, es decir, dentro de unos días. Cada confesión religiosa, o cada grupo ideológico, tiene su martirologio, recientemente hemos vivido la polémica en torno a la figura de Ernesto Guevara , el Che , el gran mártir laico del siglo XX, al que ni siquiera le falta su iconografía, de la mano de su conocida y difundida fotografía. El siglo XIX español tuvo su martirologio civil, no sólo en la figura de los españoles representados en el famoso cuadro de Goya , sino en otros como el general Riego o la granadina Mariana Pineda . Y podríamos citar muchos más del siglo XX, con lo cual se generaría una extensa nómina, baste con recordar en este sentido a las jóvenes protagonistas del lamentable episodio que ha dado pie a una película (y antes a una novela): Las trece rosas . La cuestión que nos debería preocupar en estos casos es el criterio con el cual se asimila a esos personajes en su condición de mártires y la oportunidad de que ello se lleve a cabo.
Siempre me ha sorprendido que la jerarquía católica española haya sido tan crítica con todas las manifestaciones dirigidas a la recuperación de la memoria histórica, y no me refiero solo a la ley que mañana cubrirá su trámite parlamentario final, sino que me parece contradictorio que a una confesión religiosa que basa buena parte de su aparato propagandístico, ahí están la navidad o la semana santa, en rememorar todos los años acontecimientos relacionados con su tradición, es decir, con su memoria, les moleste que otros traten de recuperar y construir la suya. Desde la historiografía seria y solvente, nadie niega, ni deja de condenar, las manifestaciones violentas de anticlericalismo que se produjeron en 1934 y durante la guerra civil, pero quizá mucho más condenable fue la actitud de la mayoría del episcopado durante el conflicto y la dictadura, sin que hasta ahora haya habido el menor acto de contrición. La ceremonia del pasado domingo, entre otras cosas, no es sino una manera de dar respuesta al pensamiento laico, y para ello la Iglesia utiliza el caso (y la historia) de España, sabedora de que aquí cuenta con una base social, e ideológica, dispuesta a apoyar sus postulados.
Hay otra cuestión y es que, católicos o no, muchos votantes de izquierdas, y en particular del PSOE, no compartimos la decisión del Gobierno de enviar una representación al acto, no porque se trate de una ceremonia católica y seamos partidarios de un Estado laico, sino porque una vez más se transige con respecto a la Iglesia católica, de nuevo se le dan argumentos para aprovechar una situación que solo generará confusión entre muchos ciudadanos que continuarán pensando que Estado español y catolicismo tienen un cordón umbilical incuestionable. No obstante, conviene resaltar que se han escuchado voces críticas desde la posición de diversos sectores de fieles católicos, contrarios a esa beatificación masiva. Por ello quiero pensar que muchos de los nuevos beatos, si pudiesen hablar, no señalarían su nueva condición como un estado de felicidad ni de bienaventuranza.