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Barak, Mubarak, Benedicto

SI el lector hispano-hablante observa con detenimiento el título, se dará cuenta de que entre el primer y el segundo nombre hay una cierta similitud, sin embargo, no tendrá ni idea de cuál es la relación entre estos y el tercero. El lector arabófono, por el contrario, sabe que Barak y Mubarak se derivan de la raíz brk que en árabe significa bendecir. Obama ha venido al mundo para ser portador de la baraka, es decir del carisma, la felicidad, la bendición y la prosperidad. El presidente egipcio ha sido denominado bendito y afortunado, exactamente igual que el Papa, porque el nombre de Mubarak y el de Benedicto XVI son idénticos. Hay otras características comunes entre estos dos últimos personajes y es su pertenencia a la gerontocracia política globalizada, caudillos que llevan muchos años en el poder, de una forma u otra, sin prestar oídos a las demandas de sus ciudadanos, quienes no los eligieron pero sí los han sufrido durante décadas. En común tienen también el dudoso mérito de que los jóvenes les hayan vuelto la espalda. Es preocupante para cualquier país que las generaciones no se encuentren, que vivan de espaldas unas a otras, que no sea posible pasar el testigo o no se esté dispuesto a ello. Las cifras de parados en Egipto son exponenciales, diga lo que diga la estadística oficial, pero en la Europa del siglo XXI tampoco es como para echar las campanas al vuelo: el paro juvenil ronda el 20% de media en Europa y en España es el 43%, una cifra imposible de sostener si no fuera por la solidaridad familiar, ¿hasta cuándo podrá durar ésta? Y aquí estábamos cuando la reforma de las pensiones vino a aumentar la edad de jubilación, porque, por lo que parece, no hay jóvenes suficientes para asumir el relevo generacional. Todas estas vueltas de tuerca neoliberales las han experimentado  los árabes en sus propias carnes desde finales de los ochenta. Mahfuz alertaba en alguna de sus novelas sobre cómo los padres de la generación que llena la Plaza at-Tahrir utilizaban la emigración más como huída de un país, que ni entendían ni los comprendía a ellos, que como necesidad. Cerrada esa vía de escape, los jóvenes de hoy, acompañados por sus mayores, han dicho basta. Y han dicho basta no sólo a una dictadura; han dicho basta además al empobrecimiento, a la falta de perspectivas, a no poder disfrutar del espacio social y vital que su generación requiere. Han dicho basta a las guerras, a la inversión en armas, a la rapiña de las grandes compañías y de los mercados. Han dicho basta a todo lo que se les ha impuesto durante años. Otros gobernantes más jóvenes necesitan sacar sus propias conclusiones. Barak Obama y Rodríguez Zapatero fueron votados masivamente por los jóvenes de sus países por sus promesas de cambiar este estado de cosas, por tanto, deberían reflexionar en qué circunstancias, con qué programas y con qué votos llegaron al poder. La caída del caballo que ambos han experimentado en su conversión al neoliberalismo sólo les llevará al fracaso, y sus sociedades se sumirán en la decepción, el pesimismo y la desesperanza (de ahí viene desesperación), pongan, pues, las barbas a remojar.
La presión popular ha obligado a dejar el poder al rais egipcio sólo horas después de aparecer en la televisión, asegurando que no cedería porque era tan imprescindible como un padre para sus hijos, y un manifestante de la Plaza at-Tahrir, Mohammad Ghoneim, le contestaba en una carta abierta vía Internet: "usted NO es mi padre, nunca lo fue y nunca lo será. Mi padre es un ser humano respetable, que nunca cogió aquello que no le pertenecía, ni infligió daño a otros seres humanos". Ya nada pudo parar al pueblo egipcio que había encontrado en su respuesta unánime la autoestima perdida en los años de dictadura, como se ve en la carta anterior que continúa: "puedo deciros de primera mano que nunca jamás antes hemos sido tan admirados y tan respetados por todo el mundo como ahora lo somos, gracias a esta pacífica, civil y extremadamente honorable revolución. Nunca jamás he estado más orgulloso de ser egipcio y nunca he encontrado tantas palabras de ánimo y admiración como en estos diez últimos días y ¡soy egipcio desde hace algún tiempo ya!". Ahora en El Cairo, en Alejandría, en Suez, en las orillas del viejo Nilo o en el desierto, se oye decir a los egipcios en voz alta con orgullo y esperanza: "Mabruk, ya Muhammad, mabruk ya Hamida". Enhorabuena, Muhammad, enhorabuena Hamida, el dictador se ha ido, lo hemos echado, comencemos a construir nuestro propio futuro y no dejemos que nadie nos lo bendiga.

Mercedes del Amo, profesora de filología árabe de la Universidad de Granada

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