Algunos los llaman “sectas”, ellos se autodenominan “iglesias”. Son los grupos pentecostales y evangélicos, nuevas comunidades religiosas que han invadido prácticamente toda América Latina, conduciendo un incansable proselitismo y captando adeptos entre los católicos desilusionados. Una realidad preocupante para el Papa, quien llamó a no minimizar su impacto. Y precisó: muchos fieles dejan la Iglesia romana porque, en ella, no encuentran una auténtica vida de fe.
Benedicto XVI se refirió al tema hoy durante una audiencia con 39 obispos de Colombia en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico del Vaticano. En un discurso, pronunciado en español, advirtió la urgencia de considerar muy seriamente el avance del pluralismo religioso. Un fenómeno que crece y se traduce en una presencia, cada vez más activa, de múltiples denominaciones cristianas.
En una región que concentra casi el 50 por ciento de los católicos del mundo, la penetración de estos grupos “no puede ser ignorada ni minusvalorada”. Para Joseph Ratzinger el “pueblo de Dios” en América Latina debe purificarse y revitalizar su fe, adquirir nueva pujanza en su acción pastoral.
“Muchas veces la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos ‘no católicos’ creen, sino fundamentalmente por lo que ellos viven; no por razones doctrinales sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos sino metodológicos de nuestra Iglesia”, precisó.
Y afirmó que el facilitar un intercambio “sereno y abierto” con los otros cristianos, sin perder la propia identidad católica, puede ayudar también a mejorar las relaciones con ellos, a superar desconfianzas y enfrentamientos innecesarios.
En su discurso el pontífice se refirió a los principales retos de Colombia, un país históricamente católico que actualmente no está exento de las “consecuencias del olvido de Dios”. Puso en guardia ante una crisis de valores espirituales y morales, la cual –sostuvo- incide negativamente en muchos de los colombianos.
Exhortó a los obispos a señalar siempre todo cuanto entorpece el recto progreso de su país, ocupándose especialmente de quienes se encuentran privados de libertad por causa de la inicua violencia. Con un pensamiento particular a los secuestrados por la guerrilla.
“La contemplación del rostro lacerado de Cristo en la cruz les ha de impulsar también a redoblar las medidas y los programas tendientes a acompañar amorosamente y a asistir a cuantos sufren pruebas, de modo peculiar a los que son víctimas de desastres naturales, a los más pobres, a los campesinos, a los enfermos y afligidos, multiplicando las iniciativas solidarias y las obras de amor y misericordia en su favor”, solicitó.
“No olviden tampoco a quienes tienen que emigrar de su patria, porque han perdido su trabajo o se afanan por encontrarlo; a los que ven avasallados sus derechos fundamentales y son forzados a desplazarse de sus propias casas y a abandonar sus familias bajo la amenaza de la mano oscura del terror y la criminalidad; o a los que han caído en la red infausta del comercio de las drogas y las armas”, estableció.
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