El artefacto, colocado en un coche, ha explotado en una zona comercial de Peshawar Entre las víctimas hay mujeres y niños, algunos con graves quemaduras
Cuando Kenya envió a miles de soldados a través de la frontera para dar caza a Al-Shabaab en Somalia, el grupo militante islamista avisó de que se vengarían. El sábado, y a lo largo del fin de semana, las pesadillas prometidas por Al.Shabaab se convirtieron en una realidad realmente sangrienta. Simon Allison explica cómo la desastrosa guerra civil de Somalia se desbordó más allá de sus fronteras, y se pregunta si los políticos keniatas se harán a sí mismos las preguntas más difíciles o van a volver a las bravatas que les metieron en esto.
Es fácil olvidar, paseándose por Nairobi, que este es un país en guerra. Hay algunos indicios –los registros con espejo buscando bombas, los detectores de metal en los supermercados y en los edificios públicos, las inopinadas granadas a las puertas de una discoteca- pero el campo de batalla está lejos y los combates son esporádicos. En las elecciones presidenciales de este año, la guerra ni tan solo figuró como tema para la campaña, con unos candidatos que preferían discutir sobre los salarios de los parlamentarios y sobre el Tribunal Criminal Internacional.
Ahora no hay lugar para el olvido.
Con 68 personas muertas en el elegante centro comercial Westgate, con al menos 175 personas ingresadas por heridas de bala y con un número desconocido de rehenes retenidos en algún
Kenya no puede decir que nadie la había avisado. Ya desde octubre de 2011, cuando como de la nada 4.000 tropas keniatas fueron sumariamente enviadas a través de la frontera hacia Somalia con la orden de dar caza y destruir a Al-Shabaab, el grupo militante islamista ha estado prometiendo una venganza masiva y sangrienta. A pesar de que siempre era tentador tildar de vacía la hipérbole de Al-Shabaab, al estilo fanfarrón de Comical Ali, el grupo ha cobrado forma cuando ha llegado la hora de vengarse.
Hay que recordar que han pasado solo tres años desde el último mayor ataque terrorista en África, cuando 76 personas murieron a causa de dos bombas en Kampala, capital de Uganda, mientras miraban la final de la Copa Mundial. Esto ocurrió como respuesta directa a la intervención militar de Uganda en Somalia, que llevó a miles de soldados ugandeses a operar bajo la tutela de la Misión de la Unión Africana en Somalia.
Por supuesto que ser avisado no es lo mismo que ser capaz de prevenir este tipo de ataques. Los pistoleros de Nairobi estaban claramente inspirados por los ataques de Bombai del 2008, que los analistas calificaron en aquel momento como posible patrón para los terroristas del futuro. Más fácil y más barato que las bombas, solo hace falta un puñado de metralletas, mucho amonal y unos pocos hombres (y, en Nairobi, al menos una mujer) deseando morir por su causa. Pero sin vivir permanentemente cerradas a cal y canto, ¿qué pueden hacer las ciudades para impedir un ataque como este?
Todavía, a la luz de las trágicas escenas de este pasado fin de semana, vale la pena volver a considerar la repentina decisión de Kenya de involucrarse en los asuntos de Somalia. A diferencia del soporte militar internacionalmente aprobado de Uganda para el frágil gobierno central somalí (junto a tropas provenientes de Burundi, y más recientemente de Djibouti y de Sierra Leone), la de Kenya fue una intervención unilateral que cogió a todo el mundo por sorpresa. Su objetivo era, más que devolver la estabilidad a Somalia, eliminar Al-Shababb y establecer un estado tapón entre ambos países, un estado tapón del que se esperaba contener la inestabilidad de Somalia dentro de sus fronteras y que protegería así el vital turismo y las industrias navieras de Kenya.
Antes de que Kenya fuera a la guerra eso era exactamente lo que estaba pasando. Ante la falta de un gobierno efectivo, la piratería floreció en Somalia, tal y como lo hicieron los secuestros a cambio de rescates. A medida que las cosechas iban siendo más escasas en la misma Somalia, los piratas, secuestradores y los grupos militantes que intentaban financiar sus operaciones empezaron a mirar más allá, identificando los recursos turísticos keniatas –nutridos de turistas occidentales adinerados- como blancos perfectos. Se cogió a dos extranjeros de dos diferentes pueblos costeros, mientras que otros dos cooperantes fueron secuestrados de un campo de refugiados cercano a la frontera somalí. El futuro del puerto de Mombasa también empezaba a verse crudo, cuando las compañías navieras empezaron a buscar destinos alternativos que les permitieran esquivar el radio de acción pirata. Todo ello, junto con la afluencia de refugiados somalíes hacia Kenya, era demasiado para el impopular gobierno de la unidad nacional del país , que había recibido bien la distracción sobre su propios acuerdos de gobierno y sobre el empuje del apoyo popular que tan a menudo acompaña las acciones militares más importantes.
Así pues, las tropas keniatas fueron enviadas a uno de los conflictos más irreconciliables de África. Al-Shabaab, que entonces controlaba la mayor parte de Somalia – y que había alegado participar en algunos de los secuestros en Kenya- se había convertido en el blanco más obvio.
La llegada de Kenya al conflicto fue recibido cautelosamente por parte de la comunidad diplomática internacional y africana, y fundamentalmente, ha desequilibrado la balanza de poder en Somalia. Mientras que el papel de AMISOM había sido esencialmente defensivo, Kenya fue directament a atacar y a expulsar a Al-Shabaab de la mayoría de sus fortalezas más importantes, incluyendo su capital de facto en la ciudad portuaria de Kismayo. Permitió al gobierno federal de Mogadishu extender su alcance y otorgó a AMISOM el refuerzo necesario para proteger bien Mogadishu, lo que explicaría el “ mini renacimiento” que algunos afirman que la ciudad está disfrutando en la actualidad (incluyendo bares, heladerías y conferencias TEDx).
La presión golpeó fuerte a Al-Shabaab. Divisiones en el grupo llevaron a luchas internas, con muchas y destacadas deserciones. Había perdido mucho del territorio que una vez había controlado, aunque todavía mantiene el control de vastas franjas en el país. Esta presión, irónicamente, podría explicar el momento y la naturaleza espectacular del atentado de Nairobi este fin de semana. Ante su pérdida de influencia, está luchando por seguir siendo relevante y permanecer en los titulares.
Subsecuentemente a la invasión unilateral, las tropas keniatas se acogieron a AMISOM y se les otorgó el visto bueno internacional. A pesar de todo, esta legitimización retrospectiva no podía disfrazar que su intervención había sido, de hecho, una invasión, y que el riesgo de la revancha siempre iba a ser alto, especialmente cuando se hizo obvio que la intromisión de Kenya estaba dañando gravemente a Al-Shabaab.
En ese frente, Al-Shabaab se ha pronunciado. Los líderes keniatas tienen ahora que plantearse algunas preguntas serias y difíciles. ¿Por qué está Kenya en Somalia? ¿Vale la pena quedarse? ¿Cómo de probable es que se repitan estos ataques? En tal encrucijada, con el presidente Uhuru Kenyatta prometiendo “castigar” a los responsables, necesitan plantearse si enviar aún más tropas a Somalia, con órdenes todavía más agresivas, es la mejor manera de proteger a los ciudadanos keniatas a largo plazo.
También resulta importante para todos recordar que las acciones de Al-Shabaab no definen a Somalia, o a los somalíes –después de todo, el objetivo principal de Al-Shabaab han sido siempre los mismos somalíes-. Kenya tiene una considerable población somalí y un suburbio entero (Eastleigh) conocido como el distrito somalí. Esto ha sido ya con anterioridad lugar de violencia xenofóbica, con keniatas poniendo en el punto de mira a los somalíes en respuesta a otros ataques atribuidos a Al-Shabaab. Los líderes keniatas tienen el deber de recordar a sus ciudadanos que esto no es aceptable.
Asimismo, existe la preocupación de que esta tragedia sea usada como moneda de cambio en los juicios de Kenyatta y su diputado William Ruto en el Tribunal Criminal Internacional. Ruto ya ha pedido que el tribunal posponga su juicio de manera que pueda lidiar con las secuelas de la masacre, y hay rumores de que Kenyatta pretende usarlo para reforzar su argumento de que no puede asistir a su juicio en persona.
En medio de esta tragedia, Kenya necesita un buen liderazgo, más que nunca. Esta es la oportunidad para Kenyatta y Ruto de mostrar que ellos pueden ofrecerlo, incluso si no lo han hecho en el pasado. Deben a las víctimas de Westgate, como mínimo, eso.
Simon Allisonescribe habitualmente en Daily Maverick
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