Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Al tildar Cañizares la igualdad entre mujeres y hombres de «revolución insidiosa» es fiel a una Iglesia machista como la católica

La Iglesia mantiene una estructura en la que los puestos de responsabilidad son sólo para varones

El 5 de junio de 1913, al grito de Vote for women!, la sufragista Emily Davison irrumpió en la pista de carreras de Epson. Embestida por el caballo que portaba los colores reales, murió poco después a consecuencia de las heridas. Al conocer la noticia, el rey Jorge V de Inglaterra se limitó a preguntar: –¿Está bien el caballo?

una de las revoluciones más insidiosas” de la humanidad ya que, a su parecer, conlleva “la destrucción del hombre”.

La marginación de la mujer en la Iglesia
Una no puede evitar sorprenderse o escandalizarse –lo que, a ojos de la iglesia católica, es mucho más grave—ante semejantes declaraciones. Pero lo cierto es que, viniendo de quien vienen, no carecen de lógica. Las instituciones de la Iglesia católica continúan marginando a la mujer de los puestos de responsabilidad y su jerarquía continúa insistiendo en someterla a la autoridad del varón. Es más, hace oídos sordos a las continuas reivindicaciones que, para remediar esta situación, parten de las comunidades cristianas de base desde los años setenta, cuando el Concilio Vaticano II y la llamada Teología de la Liberación permitieron soñar con una Iglesia más abierta y, sobre todo, más coherente con los principios evangélicos de igualdad y justicia.


Demasiados predicadores
Monseñor Cañizares no hace, pues, más que seguir los dictámenes de la Institución a la que pertenece. No es el único. En el diario La Razón, otro cristiano –que no católico– predicador, César Vidal, insiste en atacar a la ministra de Defensa, Carme Chacón, diciendo que “ni es un hombre ni tiene honor”. Por lo visto, a ojos de Vidal, la condición masculina es un grado y empatizar con el dolor ajeno es sinónimo de deshonor. No vale la pena responder a tal exabrupto puesto que ya lo ha hecho sobradamente, Enric Sopena, director de este diario. Pero valga como ejemplo para demostrar que, hoy por hoy, la misoginia sigue presente entre los sectores más conservadores de la sociedad.


Una lacra aún vigente
El machismo, la discriminación de la mujer sólo por el hecho de ser mujer, esta vivo. Muy vivo. Y hay que estar alerta. Especialmente cuando se disfraza de condescendencia, de humorada o se niega en público, pero se práctica en privado. ¿Por qué, si no, los muchos despidos improcedentes de iure que no de facto tras una baja maternal, las zancadillas laborales o el bombardeo continuo contra las ministras del Gobierno Zapatero alabando o criticando, por ejemplo, su forma de vestir cuando a nadie preocupa el terno que lucen los señores diputados?


El derecho a la autosuficiencia
Me gustaría, pues, recordar a monseñor y a quienes comparten sus opiniones que, desde finales del siglo XVIII, y aún antes, no han cesado de alzarse voces que reclamaban para la mujer el derecho a la autosuficiencia intelectual y económica. Y que todas, fuera cual fuera la época que les tocó vivir, fueron acalladas por los mismos sectores inmovilistas empeñados en defender un perfil femenino asexuado, doméstico y sumiso. Un “ángel del hogar” que también hoy un sector de la sociedad pretende mantener vigente.


Una responsabilidad compartida
Lo más grave es que se pronuncien tales palabras en vísperas del 25 de noviembre, el día señalado oficialmente por las Naciones Unidas para denunciar la violencia de género. Negar que la mujer pueda asumir sus propias responsabilidades o proclamar una presunta superioridad masculina cuando, diariamente, se contabilizan nuevas víctimas de maridos, padres, hijos o compañeros sentimentales, es de alguna manera colaborar con sus verdugos.

Posiblemente quienes, como monseñor Cañizares, califican “de revolución insidiosa” la lucha de las mujeres por conseguir, en palabras de Virginia Woolf, “una habitación propia”, deberían preguntarse cual es su grado de responsabilidad en todas y cada una de las muertes que, a diario, tiñen de sangre este país.


María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora –>

La anécdota –trágica anécdota–viene a colación tras unas recientes declaraciones de monseñor Cañizares. Porque, a tenor de las mismas, monarca y prelado parecen compartir la misma indiferencia ante las reivindicaciones de la política de género. Al cardenal primado no le ha temblado la voz para asegurar que la demanda social por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres es “una de las revoluciones más insidiosas” de la humanidad ya que, a su parecer, conlleva “la destrucción del hombre”.

La marginación de la mujer en la Iglesia
Una no puede evitar sorprenderse o escandalizarse –lo que, a ojos de la iglesia católica, es mucho más grave—ante semejantes declaraciones. Pero lo cierto es que, viniendo de quien vienen, no carecen de lógica. Las instituciones de la Iglesia católica continúan marginando a la mujer de los puestos de responsabilidad y su jerarquía continúa insistiendo en someterla a la autoridad del varón. Es más, hace oídos sordos a las continuas reivindicaciones que, para remediar esta situación, parten de las comunidades cristianas de base desde los años setenta, cuando el Concilio Vaticano II y la llamada Teología de la Liberación permitieron soñar con una Iglesia más abierta y, sobre todo, más coherente con los principios evangélicos de igualdad y justicia.


Demasiados predicadores
Monseñor Cañizares no hace, pues, más que seguir los dictámenes de la Institución a la que pertenece. No es el único. En el diario La Razón, otro cristiano –que no católico– predicador, César Vidal, insiste en atacar a la ministra de Defensa, Carme Chacón, diciendo que “ni es un hombre ni tiene honor”. Por lo visto, a ojos de Vidal, la condición masculina es un grado y empatizar con el dolor ajeno es sinónimo de deshonor. No vale la pena responder a tal exabrupto puesto que ya lo ha hecho sobradamente, Enric Sopena, director de este diario. Pero valga como ejemplo para demostrar que, hoy por hoy, la misoginia sigue presente entre los sectores más conservadores de la sociedad.


Una lacra aún vigente
El machismo, la discriminación de la mujer sólo por el hecho de ser mujer, esta vivo. Muy vivo. Y hay que estar alerta. Especialmente cuando se disfraza de condescendencia, de humorada o se niega en público, pero se práctica en privado. ¿Por qué, si no, los muchos despidos improcedentes de iure que no de facto tras una baja maternal, las zancadillas laborales o el bombardeo continuo contra las ministras del Gobierno Zapatero alabando o criticando, por ejemplo, su forma de vestir cuando a nadie preocupa el terno que lucen los señores diputados?


El derecho a la autosuficiencia
Me gustaría, pues, recordar a monseñor y a quienes comparten sus opiniones que, desde finales del siglo XVIII, y aún antes, no han cesado de alzarse voces que reclamaban para la mujer el derecho a la autosuficiencia intelectual y económica. Y que todas, fuera cual fuera la época que les tocó vivir, fueron acalladas por los mismos sectores inmovilistas empeñados en defender un perfil femenino asexuado, doméstico y sumiso. Un “ángel del hogar” que también hoy un sector de la sociedad pretende mantener vigente.


Una responsabilidad compartida
Lo más grave es que se pronuncien tales palabras en vísperas del 25 de noviembre, el día señalado oficialmente por las Naciones Unidas para denunciar la violencia de género. Negar que la mujer pueda asumir sus propias responsabilidades o proclamar una presunta superioridad masculina cuando, diariamente, se contabilizan nuevas víctimas de maridos, padres, hijos o compañeros sentimentales, es de alguna manera colaborar con sus verdugos.

Posiblemente quienes, como monseñor Cañizares, califican “de revolución insidiosa” la lucha de las mujeres por conseguir, en palabras de Virginia Woolf, “una habitación propia”, deberían preguntarse cual es su grado de responsabilidad en todas y cada una de las muertes que, a diario, tiñen de sangre este país.


María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora

Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share