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Al fútbol con velo para no incitar al «pecado?»

La FIFA acaba de autorizar a prueba que las futbolistas musulmanas puedan jugar con una capucha que les tape el cabello y el cuello. La decisión, que se revisará en julio, ya ha recibido el aplauso de muchas deportistas. No acaba sin embargo con las dificultades que las mujeres de algunos países islámicos encuentran para hacer deporte y, sobre todo, participar en competiciones internacionales. A pocos meses vista de los próximos Juegos Olímpicos, Human Rights Watch (HRW) ha publicado un informe en el que denuncia los impedimentos que Arabia Saudí pone al ejercicio físico de sus mujeres y pide al Comité Olímpico Internacional (COI) que condicione su presencia en Londres a que elimine esas trabas. Es el caso más extremo, pero aún quedan muchas otras barreras.

“Nuestros problemas son de dos tipos”, explica Lina al Maeena, capitana y fundadora del Jeddah United, un equipo saudí de baloncesto femenino, que entrena y compite en la clandestinidad. “Por un lado, ciertos sectores sociales se oponen al deporte femenino, lo critican y atacan a las que lo practican. Por otro, tenemos dificultades técnicas: no se imparte educación física en las escuelas ni hay instalaciones deportivas en las universidades; tenemos escasez de preparadoras, mujeres árbitro y figuras que puedan entrenar y promover la cultura deportiva”.

La saudí es una sociedad segregada que obliga a sus mujeres a cubrirse de negro de la cabeza a los pies, les prohíbe conducir y las somete a la tutela de un varón. Al amparo de “razones culturales y religiosas”, también las ha apartado del deporte. Desde que se extendió la escolarización a las niñas hace medio siglo, la educación física no estaba en el currículo. Los colegios privados han añadido clases de gimnasia, pero solo una minoría urbana tiene acceso a ellos. Cuando en 2004, los sectores más liberales del régimen intentaron introducir el ejercicio en las escuelas públicas, el peso del clero más conservador logró que la propuesta se olvidara.

Uno de sus referentes, el jeque Abdalá al Mani, miembro del Consejo de Ulemas y asesor de la Corte Real, ha afirmado que “la virginidad de las niñas podía resultar afectada por el exceso de movimiento y los saltos” que requieren deportes como el fútbol y el baloncesto.

Aunque no todos los clérigos son tan integristas y varios han defendido el deporte femenino como una “necesidad islámica”, las autoridades parecen rehenes de los más radicales. El año pasado volvieron a anunciar planes para extender la educación física a todas las escuelas de niñas, sin que se haya visto ningún avance en ese sentido.

“El Gobierno de Arabia Saudí continúa denegando de forma flagrante el derecho de las mujeres y niñas a recibir educación física en las escuelas y a practicar deporte en general, tanto de forma recreativa como en competición”, denuncia HRW en Los pasos del diablo.

El informe, que enmarca esa discriminación en el contexto de las violaciones sistemáticas de los derechos de las mujeres en ese país, saca su título de los comentarios de un influyente clérigo, Abdelkarim al Judair, que ha calificado los deportes para la mujer como “pasos del diablo” que la llevarían a un comportamiento antiislámico y a la corrupción moral.

De hecho, los esfuerzos privados por establecer clubes deportivos y gimnasios para mujeres recibieron un varapalo entre 2009 y 2010 cuando el Gobierno cerró la mayoría por carecer de licencia. Desde entonces, tampoco ha concedido permisos para reabrirlos. Lo único autorizado son “centros de fisioterapia”, en general vinculados a hospitales, que no ofrecen las mismas actividades deportivas a las que tienen acceso los hombres y cuyas cuotas los ponen fuera del alcance de muchas mujeres.

“Si hubiera alguna justificación religiosa para prohibir que las mujeres hicieran deporte, el resto de los 1.500 millones de musulmanes del mundo estarían haciendo algo erróneo”, razona Al Maeena. Ella y otras pioneras saudíes, como Rima Abdalá, que entrena al equipo rival Jeddah Kings, llevan casi una década luchando para que su ultraconservador país les permita participar en torneos y competir internacionalmente. Sus entrenamientos, partidos y torneos son ilegales. Aunque no hay leyes escritas que lo prohíban, el estigma contra las deportistas está arraigado en la convicción de que dar libertad de movimiento a las mujeres las hará vulnerables al pecado.

“Los clérigos han dejado claro que no está prohibido que hagan deporte. El problema se plantea cuando el ejercicio pasa de hacerse en privado a hacerse en público”, explica Christoph Wilcke, uno de los autores del informe de HRW en conversación telefónica. Y es ahí donde empiezan las diferencias entre lo que hombres y mujeres tienen permitido. “Nosotros no estamos diciendo que las saudíes tengan que jugar en pantalón corto mañana. Eso es algo que tienen que decidir ellas. Lo que planteamos es de qué forma el Gobierno les está cerrando el espacio público”, resume.

Significativamente, el Comité Olímpico saudí no tiene programas para mujeres atletas y nunca ha enviado a una mujer a unos Juegos Olímpicos. No es el único. Tampoco Catar o Brunei han tenido una deportista olímpica hasta ahora. “Es distinto no haber enviado a ninguna mujer a los Juegos que prohibirlo”, precisa Wilcke. “Catar y Brunei no prohíben que las mujeres participen en competiciones deportivas y sus representantes han acudido a torneos internacionales”, recuerda el analista.

Catar, que aspira a albergar los Juegos en el año 2020, lleva una década promocionado el deporte femenino, algunas de sus atletas ya han participado en torneos regionales y se comprometió el pasado verano a enviar a cuatro mujeres a la cita de Londres. De igual modo, Emiratos Árabes Unidos rompió el tabú en Pekín enviando a la hija de un jeque.

Incluso con respaldo oficial cuesta vencer la resistencia de ciertos sectores sociales y religiosos. Sin necesidad de que haya una legislación al respecto, las tradiciones y el sistema patriarcal aún pesan en los países islámicos. Las pegas se centran en torno al vestido y la mezcla con el otro sexo. De ahí que muchas activistas, hayan aplaudido la reciente decisión de la FIFA de permitir a prueba que las futbolistas musulmanas jueguen con una capucha que les cubra el pelo y el cuello, como requieren ciertas interpretaciones religiosas.

“Las atletas musulmanas han estado debatiendo sobre la prohibición del hiyab en algunos deportes. Me parece que el caso de la corredora bahreiní Ruqaya al Ghasra, que se clasificó en Pekín, constituye un gran ejemplo de que el hiyab no es un obstáculo”, asegura Al Maeena.

Así ha querido demostrarlo Irán, donde desde la revolución de 1979 se obliga a las mujeres a ocultar las formas del cuerpo. No obstante, las autoridades promueven el deporte femenino, eso sí, bajo estrictas normas de segregación. En consecuencia, atletas y nadadoras solo pueden competir ante público y jueces femeninos, lo que limita su participación en torneos internacionales a las disciplinas que les permiten aparecer completamente cubiertas. Nasim Hasampur, que representó a su país en la especialidad de tiro olímpico en los Juegos de Atenas, era una destacada gimnasta que se cambió de especialidad al no poder presentarse en público en mallas.

“La religión tiene diversas interpretaciones”, admite en un correo electrónico Sertaç Sehlikoglu, una estudiante de doctorado que escribe en el Muslim women in sports. A esta musulmana turco-canadiense le parece problemática tanto la prohibición saudí como que Irán obligue a sus deportistas a competir con hiyab. “Soy crítica con cualquier tipo de regulación estatal sobre el cuerpo de la mujer”, señala.

Pero ni siquiera el respeto de esas normas vestimentarias es suficiente para los más radicales. El padre de la joven boxeadora afgana Sadaf Rahimi, que se entrena en Reino Unido para los próximos Juegos, ha recibido amenazas por consentir que Sadaf y su hermana Shabnam peleen. Similares presiones recibieron en su día las atletas afganas e iraquíes que acudieron a Pekín.

Ningún caso alcanza sin embargo el extremo de Arabia Saudí, donde las restricciones oficialmente sancionadas ponen el deporte fuera del alcance de la mayoría de las mujeres. “El hecho de que las mujeres y las niñas no puedan entrenarse para competir viola el compromiso de igualdad de la Carta Olímpica”, señala el informe de HRW. “Recomendamos que el COI condicione la participación de Arabia Saudí a que ese país tome medidas inmediatas y efectivas para acabar con la discriminación de las mujeres en el deporte”, concluye.

“El COI no da ultimátums ni plazos, sino que considera que se puede lograr mucho a través del diálogo”, explica en un correo Emanuelle Moreau, responsable de comunicación de ese comité. Sin embargo, entre 1964 y 1990 prohibió la participación de los atletas de Sudáfrica porque ese país discriminaba a los deportistas negros. También en 1999, cuando los talibanes gobernaban Afganistán, suspendió al comité olímpico afgano porque discriminaba a las mujeres en el deporte.

El COI anunció el pasado día 13 que está en conversaciones con los comités nacionales de Arabia Saudí, Brunei y Catar, y que los tres se han mostrado “muy dispuestos”. Moreau menciona que los tres países incluyeron mujeres en sus delegaciones a los Juegos de la Juventud en Singapur el pasado verano, y destaca el caso de Dalma Rushdi Malhas, la primera saudí en participar en un evento olímpico y que logró el bronce en salto hípico. Riad podría incluirla en el equipo que va a enviar a los Juegos de Londres para contrarrestar las críticas.

“Sería un pequeño paso en la buena dirección, pero no debe cegar al COI sobre la necesidad de acabar con la discriminación hacia las saudíes en el deporte”, interpreta Wicke.

Al Maeena parece estar de acuerdo. “Necesitamos fomentar una cultura nacional del deporte antes de centrarnos en los Juegos Olímpicos”, señala. Con todo suena optimista. “Me gustaría añadir que la participación de los hombres en los deportes de balón también encontró resistencia entre los duros y los extremistas en los años sesenta del siglo pasado y ahora forma parte de la cultura popular”. No da la impresión de que ella y el resto de las activistas musulmanas estén dispuestas a esperar otros 50 años para que se las acepte como deportistas.

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