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[Afganistán] Escuelas secretas (y prohibidas) para niñas en Afganistán

El desafío de muchas profesoras afganas a la prohibición de los barbudos fundamentalistas de educar a las adolescentes hace que florezcan las aulas clandestinas por todo el país. Son un lápiz clavado en el corazón de la barbarie talibán.

En el patio más recóndito de la casa menos llamativa del barrio más periférico de la ciudad noqueada más veces por una guerra que se prolonga por décadas, a pesar de todo, hay luz. Sentadas en el suelo, silenciosas y aplicadas, las niñas preparan, frente a retazos de papel y libros de texto desgastados, su próximo asalto a los cielos. Karime Rahimian, una maestra a la que le faltan recursos económicos pero rebosa gallardía, está determinada a sacar adelante a la próxima generación de afganas.Aunque sea en secreto y bajo severos riesgos.

Hace casi un año que los fundamentalistas vencieron en su lucha contra el Gobierno afgano por desistimiento de EEUU, su principal soporte y quien les tendió la alfombra roja. Desde entonces, una de las misiones principales de los fundamentalistas ha sido convertir Afganistán en un erial para las mujeres: prohibido andar por la calle sin cubrirse el cuerpo casi por completo, prohibido viajar sin la compañía de un ‘guardián’ varón, prohibido trabajar salvo contadas excepciones, por supuesto, prohibido educarse a todas las edades y niveles, prohibido disentir, alzar la voz, tener ideas y soñar; prohibido existir, vienen a decir, salvo para el disfrute y la procreación del hombre.

“Estas niñas son mi legado”, sentencia Rahimian, en una conversación vía internet con Crónica que se prolonga por varios días. Es maestra de biología para niñas de Secundaria, la fase educativa que los talibán han proscrito para cortar de raíz el progreso educativo de la mitad de la población. Contra toda amenaza, Rahimian sigue ejerciendo como directora de una ONG de nombre tan alérgico para los talibán como Organización de Servicios Educacionales y Vocacionales para Mujeres. Desde que los fundamentalistas la pusieron en la mirilla por su inagotable trabajo de lucha contra el patriarcado, está obligada a vivir en la clandestinidad. Aun así, se mantiene en contacto con docenas de exprofesoras dispuestas a poner en riesgo sus vidas manteniendo abiertas, en secreto, escuelas de Secundaria.

Hasta hace un año, cuando los extremistas comenzaron a ocupar velozmente el centro de las capitales de provincia, su vida y la de otros muchos compañeros educadores era brillante y prometedora. A pesar de sus muchos errores, algunos de los cuales propiciarán su propio derrocamiento, el Gobierno republicano instaurado tras la derrota de los talibán en 2001 proclamó el derecho a la educación de todas las féminas. Las escuelas florecieron incluso en las zonas rurales de ideología más ultramontana.

Tras la llegada al poder de los fundamentalistas,  las escuelas florec
Tras la llegada al poder de los fundamentalistas, las escuelas florecieron incluso en las zonas rurales de ideología más ultramontana. CRÓNICA

Durante aquellos años, la educación se convirtió en una tabla de salvación. En una vía para escapar de los rigores de la pobreza y sentar las bases de un desarrollo profesional casi inexistente en las últimas cuatro décadas. En pocos años, las audaces afganas, hijas de un linaje combativo como pocos en la región, alcanzaron puestos notables. Su última lucha iba a ser para lograr apartarse de la sombra de los varones, siempre un peldaño por encima pese a sus intentos de emancipación. Todo se vino abajo de repente.

Con la entrada de los barbudos talibán en Kabul huyeron las esperanzas de muchas niñas en asir el futuro brillante que comenzaban a gozar sus hermanas mayores. “Las niñas estaban devastadas. Ninguna se atrevía ni siquiera a ir al colegio. Nosotras no podíamos ir a trabajar, así que todas estábamos en casa llorando”, recuerda la maestra. “Cuando salía de casa, las alumnas con las que me cruzaba por la calle me preguntaban: ‘¿Cuándo volveremos a clase?’. También me lo preguntaban algunos padres. Entonces, llamé al gestor de mi antigua escuela y le dije: ‘Tenemos que hacer algo'”.

Dicho y hecho. Poco más de un mes después de la proclamación del Emirato Islámico de Afganistán, y con maestros y alumnas dispuestas incluso a recibir educación en viernes, día de descanso semanal, Karime Rahimian convirtió su propia casa en una escuela. Preparó un plan audaz. Las clases se iban a desarrollar durante cinco horas diarias. Contaría con el apoyo de alrededor de siete valientes colegas. Logró la complicidad de los progenitores, en especial de las madres.

En el aula se enseñarían todas las materias necesarias para el desarrollo óptimo de las crías, pero la profesora se haría cargo de que sus pupilas recibieran, además, una educación feminista: “Adoro la biología, enseñar sobre criaturas, plantas y sobre cómo funciona el cuerpo humano. Pero en mis clases intercalo ideas patrióticas, para que aprendan a luchar por su país y contra las injusticias. Mis alumnas deben aprender que, si se acerca alguien en coche y trata de molestar, si hace falta hay que romper ese coche. Que si en un taxi alguien te acosa hay que bajar al ventanilla y gritar, o escapar. Deben aprender a saber decir ‘no'”, remacha. Para blindar todo el proceso educativo frente a los muchos guardas talibán, la mayoría irregulares, que campan las calles de Kabul, Rahimian instruyó a sus alumnas para que, ante cualquier pregunta sobre adónde iban, la respuesta fuera: ‘A clases de Corán y costura, para poder ser buenas esposas’.

Los talibán tienen dos enemigos: el Estado Islámico, que a pesar de compartir ideología les han declarado la guerra, y las irreductibles mujeres. A fin de combatirlas, el Emirato Islámico ha impuesto a regañadientes clases segregadas para mujeres y hombres en la universidad y ha permitido la apertura de escuelas infantiles. Sólo la presión de las afganas y de la comunidad internacional, usando las donaciones de zanahoria, ha facilitado la apertura de escuelas de secundaria en unas pocas provincias. Las promesas de los talibán de reabrir todos los centros ha sido, hasta hoy, humo. Tal y como señaló recientemente la ONG Save the Children, a casi el 80% de las niñas se les ha negado el derecho a la educación secundaria. 850.000 de 1.1 millones de crías no pueden ir a la escuela o se están viendo obligadas a acudir a escuelas secretas, corriendo todo tipo de riesgos.

Esta maestra sabe bien qué tipo de peligros aguardan a quienes osen contradecir los dictámenes de los barbudos. Hace dos meses, los talibán capturaron a una de las pequeñas camino de la escuela. “¿Adónde vas?”, le preguntaron. Ella respondió diligentemente según lo convenido. Pero la presión se incrementó con amenazas a la cría. Acabó revelando el nombre de su maestra y su guarida educativa. Así es como su nombre acabó en las listas negras de los talibán, que comenzaron a amenazarla directamente por su labor. “Este era mi sitio seguro, pero cuando los talibán lo descubrieron dejó de serlo. Sin apenas ahorros, Rahimian tuvo que resignarse a cambiar de casa y, peor aún, se vio obligada a pedir a las niñas que no acudieran a la que hasta entonces había sido su escuela. “En otra época hubiésemos tenido fondos para que nuestra organización sacara adelante algo con mejores recursos. Pero ahora sencillamente no tenemos nada. Soy pobre”, se lamenta.

Con la llegada de los talibán al poder se produjo una caída repentina de la ayuda humanitaria internacional, con la que hasta la fecha millones de afganos y miles de proyectos beneficiosos para los afganos habían salido adelante. El pasado enero, la ONU tuvo que hacer la mayor demanda de donaciones de su historia: cinco mil millones de dólares para evitar el colapso de servicios básicos como la Sanidad. Apenas hubo respuesta. Muchos países se enfrentan al dilema de proporcionar o no ayuda a un país gobernado bajo leyes draconianas y cuyos líderes están sancionados. Gran parte de los fondos del Banco Central de Afganistán están congelados en cuentas basadas en EEUU, que no los libera.

Las alumnas, y también sus padres, se exponen a serios riesgos si los
Las alumnas, y también sus padres, se exponen a serios riesgos si los talibán conocer el lugar de estas escuales clandestinas. CRÓNICA

Quien más sufre esta situación es la población. “Como profesores nos enfrentamos al mismo tiempo a la pobreza y a las amenazas de los talibán. Cada día es posible que nos maten y al mismo tiempo no tengo para alimentar a mi familia”, dice Rahimian, haciendo una petición personal a los españoles para que la ayuden en su misión.

Frente a este nuevo muro de dificultades, la maestra ha encontrado una solución: internet. Aunque las conexiones en Afganistán son precarias y muchas de sus estudiantes no pueden costearse un ordenador o un teléfono, su proyecto ahora es trasladar el aula a la red. “He logrado reunir a quince estudiantes que, a través de la red, y a pesar de las amenazas y de que mi nombre circula por todas partes, acceden a cuna educación”. Los talibán siguen al acecho. Su nuevo escondrijo, la casa de una amiga, está a pocos metros de un cuartel policial.

La profesora sabe que el futuro de sus queridas alumnas depende, sobre todo, de los padres. “Hay muchos que están preocupados por la educación, pero sobre todo a ellos les digo que la clave del éxito es que salgan a protestar”, insiste. “Si sólo nos manifestamos las mujeres, a los talibán les es muy fácil tildarnos de ‘blasfemas’ e ir a por nosotras. Pero si salimos juntos, hombres y mujeres, sus argumentos se reducen. Pero hay miedo entre algunos padres a las posibles represalias“, añade.

El resultado, critica, es que las chiquillas “no pueden hacer otra cosa que llorar. En la situación actual, su salud mental está arruinada. Básicamente no tienen futuro alguno”. Pero las maestras no se arredran. “Cuando he acudido a la escuela donde dábamos clases y observo el aula vacía me sobrecoge la idea de que tantos años de esfuerzos han quedado reducidos a nada”, lamenta Karime Rahimian. “Pero si ahora escapo, ¿Qué ejemplo voy a dar?”, subraya. “Yo el el cerca de un centenar de maestras que estamos dispuestas a seguir adelante con esto somos la última esperanza que estas niñas tienen. Para mí, ellas son como mis hijas. Si cesamos en nuestra labor, la voz de Afganistán se apagará y la de los talibán resurgirá de nuevo”.

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